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Mejor es la reprensión franca
Que el amor encubierto (Pr 27:5).

El Señor de los Anillos presenta de manera prominente el valor de la amistad. La amistad estrecha y valiente entre los hobbits Frodo Baggins, Samwise Gamgee, Pippin Took y Merry Brandybuck es encomiable porque modela una inocencia que no pierde fortaleza ante la adversidad y que los hace permanecer unidos hasta el fin. Ellos eran parecidos físicamente por raza y cultura y, sin embargo, la Comunidad del Anillo estaba formada por personajes tan disímiles como Aragorn, Legolas y Gimli, el renegón y pesimista del grupo. Pero sus diferencias no debilitaban su amistad y la búsqueda del mismo objetivo común de acabar con el mal.

Una amistad que se mostró al inicio y luego se rompió de forma irreparable fue entre los magos Gandalf y Saruman. Es evidente que la amistad se resquebraja porque habían escogido caminos y lealtades diferentes. Cuando Gandalf acude por ayuda a su amigo, Saruman le responde que no tiene nada que ver ni con él ni con sus amigos. Luego le dice que debían aprovechar el tiempo durante la crisis y obtener poder para gobernar y controlarlo todo. Gandalf reconoce la maldad de los dichos y las intenciones de su amigo y los desestima por completo. La amistad se rompió para siempre. 

La amistad es un bien valioso que a los necios les cuesta entender y más aún preservar. Lo cierto es que, en general, la amistad se entiende en la actualidad de una manera superficial y pasajera. Aunque tiene un alto componente de afecto, no está compuesta solo de cierto sesgo subjetivo y emocional que se puede desvanecer con el mínimo cambio de temperatura anímica. Por el contrario, la amistad sabia es fuerte, duradera y leal porque no se centra en la satisfacción personal a costa del otro (una práctica común en la amistad contemporánea), ni es volátil y desechable. Veamos entonces algunas características de la amistad sabia, según Proverbios, que deberíamos imitar. 

Una amistad sabia entiende que se trata de dos o más seres humanos imperfectos y pecadores, pero no se rinde ante esa realidad. Esa es la razón por la que la franqueza demanda primeramente sinceridad. De nada sirve decir que se ama a otra persona si estamos indispuestos a hacerla brillar. Como leímos en el pasaje del encabezado: «Mejor es la reprensión franca que el amor encubierto». Otra traducción lo presenta de esta manera con mucha claridad: «Más vale ser reprendido con franqueza que ser amado en secreto» (NVI). Una amistad sabia no es aburrida ni deja de divertirse y pasarla bien, pero también es enriquecedora y en la convivencia sincera se van fortaleciendo los amigos. «El hierro con hierro se afila, y un hombre aguza a otro» (v. 17).

En ese mismo sentido, una amistad sabia enriquece la vida de los amigos: «El ungüento y el perfume alegran el corazón, y dulce para su amigo es el consejo del hombre» (v. 9). Los ungüentos y perfumes se preparaban con especias, flores y plantas aromáticas para usarlos sobre las personas o las habitaciones. Eran una forma de honrar a las personas con ese olor agradable de una manera especial y hasta costosa. El maestro de sabiduría usa esa ilustración para decir que así de agradable también es el consejo de un amigo. Y así como era costoso y trabajoso preparar ungüentos y perfumes en los tiempos bíblicos (recordemos la queja de Judas ante el perfume carísimo derramado por María sobre los pies de Jesús, en Juan 12:3-5), así también el consejo de un verdadero amigo sabio será trabajado y costoso para que sea dulce para el receptor. Un necio superficial y egoísta nunca podrá dar ese tipo de consejos.

Por otro lado, podría pensarse que una amistad son solo risas, diversión y momentos memorables de buena conversación alrededor de un café o una buena mesa. Pero el maestro de sabiduría nos sorprende al decirnos: «Fieles son las heridas del amigo, pero engañosos los besos del enemigo» (v. 6). Uno esperaría «heridas» de los enemigos y «besos» de los amigos, pero parece que debemos entender la amistad sabia de una manera distinta. Lo cierto es que solo un amigo fiel estará lo suficientemente preocupado por nosotros hasta el punto de herirnos por nuestro bienestar. Un amigo necio nos puede llenar de besos hipócritas mientras solo busca su bienestar egoísta y nunca nuestro bien.

Finalmente, el maestro de sabiduría nos presenta otra muestra de la amistad que es paradójica: «Al que muy de mañana bendice a su amigo en alta voz, le será contado como una maldición» (v. 14). Podría parecer que bendecir a un amigo por la mañana y en voz alta para que todo el mundo lo sepa es una demostración de una amistad verdadera pero, al parecer, es todo lo contrario.

Lo que el maestro trata de advertirnos es que nos cuidemos de una amistad necia que se basa en la adulación superficial y estridente. Hoy más que nunca nos gustan los «me gusta» en las redes sociales y las alabanzas a todo lo que posteamos. Sentimos que esas palabras altisonantes y públicas son una demostración de una amistad verdadera, pero debemos cuidarnos de los supuestos amigos que solo quieren agradarnos y exaltarnos de forma desmedida. Es posible que lo único que buscan es impresionarnos para obtener algo de nuestra parte. La hipocresía de un amigo falso convierte la supuesta «bendición» exaltada y mañanera en una «maldición».

Al reflexionar en esto, no perdamos de vista que nuestro Señor Jesucristo nos ofrece una verdadera amistad sabia, pues nos muestra dos de las características más bellas de la amistad: el sacrificio desprendido y la apertura leal. Para la primera, Él dice: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Jn 15:13). Una entrega desprendida y deseosa por bendecir al amigo es una cualidad de una verdadera amistad modelada por el Señor. 

Para la segunda característica, Él dice: «Ya no los llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre» (v. 15). Una amistad sabia y desprendida se da a conocer, se muestra vulnerable y abierta. Es una amistad que enriquece con su sabiduría, que espera bendecir y no simplemente sacar provecho del amigo. Por eso el mandamiento de nuestro Señor es a la promoción de la amistad verdadera, cuando dice: «Esto les mando: que se amen los unos a los otros» (v. 17).

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