¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

No hay nada peor que vivir tratando de ser alguien que no eres. Vivir tomando una identidad que no es nuestra; actuando como alguien que no representa nuestro verdadero yo. Intentar hacerlo provoca frustración, decepción, e inevitable fracaso.

¿Por qué lo hacemos? Vivir aparentando ser algo que no somos es contrario a todo lo que la Biblia enseña. Desde las primeras páginas de la Biblia, Dios no se detiene en describir a su creación como seres pecadores, caídos, desesperadamente necesitados de un Salvador. ¡Antes de terminar tan solo el tercer capítulo de Génesis encontramos a Adán, Caín, y Lamec haciendo abiertamente lo contrario a lo que Dios les había pedido! Como seres humanos estamos perdidos, vacíos de justicia, y sedientos por pecar. De hecho, Dios hace una cruda pero realista evaluación acerca de su creación en Génesis 6:5,

“El Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal”.

Durante nuestra vida cristiana solemos perder de vista nuestra herencia espiritual, y olvidamos o rechazamos la noción práctica de que somos pecadores. Ignoramos que aunque el evangelio es para incrédulos, también es implícita y funcionalmente para creyentes. El evangelio, la noticia de que hay perdón de pecados, debe ser parte intrínseca en la vida de cualquier creyente.

El evangelio no solo se trata de “qué creemos”, sino también de “qué somos”. El evangelio nos sella, nos marca, nos identifica como pecadores perdonados. Sin embargo, aunque podamos considerarnos “orgullosamente evangélicos”, fácilmente olvidamos frecuentemente qué es lo que el evangelio proclama: el perdón de pecados a través de la obra expiatoria de Cristo.

Confiesa tus pecados. Confiésalos constantemente. No confesar nuestros pecados es engañarnos; es hacer a Dios mentiroso (1 Jn. 1:8, 10) y destruir nuestra comunión con Él. No confesar nuestros pecados nos hace vivir tratando de ser alguien que no somos.

La persona que no soy… pero debo imitar

Dice el Salmo 1:1-2,

¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche!

El primer salmo es bien conocido. El contraste entre la persona bienaventurada y la impía es clara. Las promesas para ambos son radiantemente opuestas. Es un salmo famoso pero no estoy seguro de que lo es por las razones correctas. Y es que los pastores tendemos a predicarlo como un texto moral. Algo así: “Seamos como este hombre que nunca anda en el consejo de malos, nunca se detiene en camino de pecadores, y nunca se sienta en la silla de los escarnecedores”.

Como pastores, nos gustaría tener una iglesia llena de personas así. Como creyentes, nos encantaría ser esa clase de cristianos. El salmo continúa diciendo que este hombre es alguien que siempre se deleita en la Ley del Señor, y que siempre medita en dicha Ley. Podemos ver por qué muchos pastores, líderes de iglesias, y padres, exigen que sus congregantes, amigos, e hijos, sean esta clase de hombres y mujeres. Después de todo, ¡está en la Biblia!

Sin embargo, como mencioné al principio, tratar de ser alguien que no eres provoca frustración, dudas, inseguridad, y decepción. La vida cristiana se vuelve una pesada irrealidad, una clase de espiral negativo, porque entre más intentas, más fracasas. Y luego vienen las explicaciones. Escuchamos que para ser como este hombre del primer salmo “tenemos que leer más; levantarnos más temprano para leer la Biblia; hablar más de Cristo; ser más fieles en la iglesia”… como si una llave mágica está esperando ser encontrada para que podamos ser esa persona.

El problema es que, de este lado de la eternidad, nunca llegarás a ser perfectamente el hombre del Salmo 1; la Biblia dice que todos somos imperfectos. De acuerdo a Pablo, “no hay quien haga lo bueno” (Ro. 3:12). El salmo presenta a un hombre intachable, lleno de justicia, pureza, y santidad. Este hombre ama la Ley de Dios de una manera suprema. El estándar de este hombre no lo llena ni Abraham, David, Salomón, ni Pedro. Este Salmo solo lo cumple de manera perfecta Jesucristo.

Nunca llegaré a ser perfectamente el hombre del Salmo 1. Pero seguro lo puedo imitar. Seguro puedo crecer bajo la sombra de su ejemplo y moldearme a la imagen de su perfección. Pero… ¿cómo hacer eso? ¿En mis fuerzas? No.

¡Gracias sean dadas a Dios por Dios Hijo, quien ahora imparte su perfección y justicia a todo aquél que en Él cree! Él es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29); Él es la gloria de Dios en la tierra que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). Jesús es el que nos rescata de Génesis 3, y el autor del nuevo pacto de Jeremías 31.

No, definitivamente yo no soy el hombre perfecto que el Salmo 1 describe. Pero exalto a Dios por haber enviado a ese Hombre inocente para rescatar a una humanidad culpable, demostrando así un amor multifacético, eterno, incomparable, y permanente.

No intentes ser alguien que no eres.

Pero entonces, si yo no puedo ser el hombre del Salmo 1 por mí mismo, ¿quién soy? Y… ¿puedo llegar a ser bienaventurado?

La persona que soy… y no obstante ha sido amada

Dice el Salmo 32:1, 2,

¡Cuán bienaventurado es aquél cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!

El salmo 1 y el 32 comienzan de la misma manera: “cuán bienaventurado”. Ambos salmos tienen a un “hombre” que recibe esta descripción. Sin embargo, la fuente de su bienaventuranza es estructuralmente opuesta.

En el salmo 32 encontramos a alguien que es “doblemente feliz” porque sus pecados han sido perdonados. ¡Aquí sí me puedo identificar! Yo siendo pecador, encuentro absoluta felicidad en que mis pecados han sido plenamente perdonados. Entiendo mi condición, comprendo mi veredicto, y sé que tengo condenación eterna. Pero el varón perfecto a quien el Salmo 1 apunta, Jesús nuestro Señor, amorosa e incomprensiblemente decidió perdonar al varón imperfecto de salmo 32. Mi pecado es cubierto con el sacrificio de Jesús. Mi pecado, y la condenación eterna que este me provocaba, ha quedado cubierto y sepultado en “las profundidades del mar” (Miq. 7:19). David agrega en el versículo 2 que Dios “no me culpa de iniquidad”. Esta verdad es la premisa con la cual Pablo desarrolla la doctrina de justificación en Romanos 8:33 al decir: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica”.

No hay culpabilidad alguna en aquella persona que ha sido perdonada. Esa es mi identidad. Mi identidad no se encuentra en mis actos de perfección, sino en el perdón que obtengo en Cristo a pesar de mis actos de imperfección. Como creyentes tenemos que recordar que lo que nos trae bienaventuranza es recibir el perdón de pecados.

Mi identidad no se encuentra en mis actos de perfección, sino en el perdón que obtengo en Cristo a pesar de mis actos de imperfección.

Desde luego, esto no es un argumento válido para el antinomianismo, ese pensamiento que alega que no tenemos que seguir los mandamientos de Dios porque vivimos bajo la gracia. Pablo deja claro que “si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne vivirán” (Ro. 8:13). Y en Efesios 5:1 Pablo dice: “Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. Es un binomio que explica que en nuestra imperfección humana buscamos imitar la perfección de Cristo, gracias a que Cristo nos ha dado una nueva naturaleza.

El proceso de santificación progresiva es una serie de eventos a veces sutiles y a veces cataclísmicos que nos acercan paulatinamente a la imagen de Cristo. Sin embargo, en este proceso de santificación estamos destinados a caer mientras estemos en el cuerpo. Estamos destinados a pecar de nuevo y volver a probar los placeres terrenales del pecado. Es por eso que la confesión de pecados trae alegría, gozo, amor, y gratitud en el corazón del creyente. Creemos en un Dios que no solo envió a su Hijo para propiciación de pecados, sino que ofrece un continuo e ilimitado perdón de pecados (1 Jn. 1:9). De tal modo que nuestro vivir como creyentes es un vivir arropado de gozo y disfrute en un Dios perfecto y compasivo. El observar a Cristo y su obra sustitutoria en la cruz provoca en el corazón del verdadero seguidor de Jesús un deseo de conocerle más y observar detenidamente su gloria revelada en las Escrituras. En el corazón del verdadero creyente hay un gozo inexplicable porque sus pecados han sido perdonados, y hay un afecto activo por Cristo que resulta en un deseo sincero de obedecerle y glorificarle.

De tal modo que podemos decir junto con Juan: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). Estudiar las Escrituras te llevará a expandir en tu entendimiento de quién es Cristo y quién eres tú. La presentación del hombre perfecto del salmo 1 y del hombre imperfecto del salmo 32 se acentúa a través de las páginas de la Biblia. Encontrarás vivas y claras descripciones de Cristo, y al mismo tiempo verás la brutalidad del pecado del hombre y sus consecuencias. Pero el rescate llegó. El salvador del mundo arribó al mundo y nada nunca fue igual. Todo cambió. Ahora, nuestro pecado ya no se interpone entre nosotros y la felicidad absoluta. En las palabras de John Piper: “Glorificamos a Dios más cuando nos gozamos exclusivamente en Él”.

Vivamos pues, no tratando de alcanzar en nuestras propias fuerzas la bienaventuranza a través de nuestra devoción a Cristo. No. Nuestra devoción a Cristo la alcanzamos solo cuando somos perdonados de nuestros pecados. ¿Te cuesta trabajo confesar tus pecados? ¿Te cuesta trabajo recordar qué cosas malas has hecho? ¿Te parece que no has pecado tanto? Entonces, tristemente no estás siendo bienaventurado. Porque aun en nuestros “mejores días” seguimos siendo pecadores en necesidad de perdón de pecados.

Aun en nuestros ‘mejores días’ seguimos siendo pecadores en necesidad de perdón de pecados.

¿Quién eres tú? ¿Estás tratando en tus propias fuerzas de ser el hombre de Salmo 1? ¿O entiendes que eres el hombre del Salmo 32, que vive para ser perdonado, y que vive por haber sido perdonado? No disfrutamos pecar. Pero cuando pecamos, disfrutamos ser perdonados. Solo así podemos ser plenamente felices. En las palabras de Richard Sibbes: “Hay más gracia en Cristo, que pecado en mí”.  


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando