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Aunque han pasado alrededor de veinticinco años, recuerdo como si fuera hoy el momento en el que recibí una llamada de una de mis hermanas de la congregación contándome que cerca de mi casa había una madre soltera con dos niños, embarazada y próxima a dar a luz, quien no tenía a nadie cercano a quien acudir.

Esa mujer se encontraba en un refugio del gobierno para madres solteras. La congregación a la que yo pertenecía quedaba lejos de ese lugar pero, a pesar de eso, hice una llamada a las oficinas del refugio y pedí hablar con ella. A pesar de que no la conocía, tomé un tiempo para orar y decirle que estaba dispuesta a ayudarla en cualquier necesidad que tuviera.

Yo solo tenía cuatro años como creyente y todas las mujeres que me rodeaban tenían esposo e hijos. Sus vidas parecían estables. Sin embargo, ahora llegaba a la congregación alguien con una realidad diferente.

Desafiadas y edificadas en amistad

Fue así como comencé a caminar junto a una madre soltera que se arrepintió de sus pecados, creyó en Cristo como Su Salvador y dio sus primeros pasos en la fe. Ella se casó años después, tuvo otro hijo, nuestros hijos crecieron juntos, y sus hijas se hicieron buenas amigas con las mías hasta el día de hoy. Hemos pasado juntas por un sinnúmero de situaciones dolorosas, momentos llenos de alegría y, sin duda, hemos sido desafiadas por nuestro Dios para ayudarnos la una a la otra en el crecimiento que viene de permanecer en Cristo.

A pesar de la distancia que nos separa desde el día en el que mi familia y yo nos mudamos, siempre hemos estado disponibles la una para la otra. Hoy puedo decir que aquella joven que se cruzó en mi camino hace veinticinco años se ha convertido en una de mis mejores amigas. Hoy disfrutamos nuestras conversaciones en línea en las que compartimos frecuentemente fotos de nuestros nietos y nos esforzamos por vernos cada vez que podemos. Hemos perseverado en edificarnos mutuamente y llevar nuestras cargas en oración. Esta hermana en Cristo es de gran bendición en mi vida de muchas maneras.

La realidad de las madres solteras

Esta historia parece tener un final feliz, ¿cierto? Sin embargo, a través de los años, hemos podido ver el temor y la inseguridad, por diferentes motivos, de muchas madres solteras ante la idea de pertenecer a una congregación. La realidad es más dura de lo que imaginamos. Algunas de estas razones son:

  • Llegar con un divorcio o con un embarazo fuera del matrimonio produce el temor de no ser bien vistas o aceptadas por la congregación.
  • Cargar sobre la espalda un equipaje de vergüenza que las hace sentir que le han fallado a sus hijos. Creen que no tienen esperanza o no son dignas.
  • Sentir que están rodeadas de hogares perfectamente compuestos por esposo y esposa y perciben que tienen una situación imperfecta que les causa vergüenza y dolor.
  • El hecho de que muchas congregaciones no tienen espacios para madres solteras donde puedan conectar con otras mujeres tal y como sí existen con frecuencia para los matrimonios.

Verdades para reflexionar

Ante estos y otros temores que enfrentan las madres solteras, consideremos las siguientes verdades bíblicas en las que debemos reflexionar para amar y servir a nuestras hermanas en Cristo.

1) El evangelio

Son las buenas nuevas de salvación y perdón para todo aquel que se ha arrepentido de su pecado y que ha reconocido a Cristo como Señor y Salvador (Ef 1:7). Las madres solteras que tienen a Cristo son hermanas en la fe porque, al igual que ellas, todas reconocemos que estamos tan necesitadas de este evangelio que nos salva de nosotras mismas y que nos libera para andar con libertad en Cristo. Aun cuando estábamos muertas en nuestros delitos, Dios nos dio vida juntamente con Cristo (Ef 2:5), y esto fue por gracia y no por méritos propios o por llegar a Él con una vida perfecta.

La identidad de nuestras hermanas no queda definida por su pasado o por las circunstancias presentes que las llevaron a ser madres solteras

2) La identidad en Cristo

La identidad de nuestras hermanas no queda definida por su pasado o por las circunstancias presentes que las llevaron a ser madres solteras. Si Cristo no las define por eso, tampoco debemos hacerlo nosotras. Debemos ayudarlas con paciencia para que lleguen a ver a Cristo como su verdadera identidad y no nos toca amarlas y tratarlas sobre la base de su estado civil, sino como verdaderas hijas del Dios Supremo (Ro 8:15).

3) La comunión con todos los hermanos de la congregación

La congregación está formada por hombres y mujeres salvados por gracia, así que también debemos ser intencionales con las madres solteras para caminar junto a ellas en medio de sus circunstancias particulares y sus luchas diarias. Esto solo se puede lograr a través de una comunión activa que las hace parte de la iglesia y les enseña que son parte del mismo cuerpo en donde se habla la verdad en amor y se procura el crecimiento de cada uno de sus miembros (Ef 4:14-16). 

Debemos ser intencionales con las madres solteras para caminar junto a ellas en medio de sus circunstancias particulares y sus luchas diarias

Caminemos en amor y servicio

A medida que pasaron los años, tuve la oportunidad de acompañar a mi esposo en la plantación de iglesias. Esto me permitió conocer a varias madres solteras que rindieron sus vidas a Cristo en arrepentimiento genuino. Pero, más allá de conocerlas, he aprendido a caminar junto a ellas y dar esos primeros pasos desde la evangelización, el servicio intencional y el propósito de amarlas con amor verdadero. Ha sido maravilloso ver cómo después Dios usa sus dones y habilidades para la edificación de la iglesia y de mi propia vida. 

Mi oración es que, como iglesia, podamos amar y servir a nuestras hermanas, dejemos de etiquetarlas como madres solteras y las veamos como Cristo las ve: hijas amadas redimidas por Su obra. Llegará el día en que, solo por la gracia de Dios, todos los redimidos entraremos a nuestra verdadera ciudad celestial, donde estaremos adorando a nuestro Señor por toda la eternidad. Allí nuestros prejuicios, el rechazo y el dolor se acabarán y unidos en adoración alabaremos al Cordero que fue inmolado en nuestro favor.

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