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Imagina que eres un israelita en el año 1435 a. C. Han pasado casi diez años desde aquel gran éxodo de la tierra de Egipto y, a unos días de celebrar la Pascua, tu hijo de siete años se acerca y te pide un favor: “Padre, ¿podrías explicarme lo que significa esta gran ceremonia que festejamos cada año?”. En ese momento, recuerdas las palabras de Dios que dijo por medio de su siervo Moisés, y se las repites a tu hijo:

“Y cuando sus hijos les pregunten: ‘¿Qué significa este rito para ustedes?’, ustedes les dirán: ‘Es un sacrificio de la Pascua al Señor, el cual pasó de largo las casas de los Israelitas en Egipto cuando hirió a los Egipcios, y libró nuestras casas’”, Éxodo 12:26–27.

Al terminar de responder, notas la alegría en el rostro de tu hijo al entender el significado detrás de la Pascua.

Ahora imagina que eres un judío cristiano en el año 60 d. C. Han pasado casi 30 años desde la muerte, resurrección, y ascensión de Cristo, cuando uno de tus hijos, confundido por lo que sucedía en la familia, se acerca y te pregunta: “Padre, ¿por qué no celebramos la Pascua como nuestros parientes lo hacen?”.

Entonces recuerdas las predicaciones de los apóstoles y le respondes diciendo: “Hijo, el cordero de la Pascua apunta a aquel evento del Éxodo, cuando Dios, por medio de un sacrificio de sustitución y la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los israelitas, les concedió vida. Este cordero era un símbolo que tenía un significado más profundo y elevado, el cual se cumplió en la persona y obra de Cristo. Juan el Bautista dijo que Jesús era ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’ (Jn. 1:29). El apóstol Pablo enseñó que Cristo es nuestra Pascua (1 Co. 5:7). Así que ya no hay necesidad de seguir practicando la Pascua. La realidad a la que apuntaba ese evento llegó a su realización en el sacrificio expiatorio de Cristo”.

Terminada la explicación, tu hijo lleno de alegría agradece a Dios por entregar a su Hijo como el Cordero perfecto, en cuya sangre Dios nos otorga vida y no la muerte eterna que merecemos.

Símbolos y tipos

Coloquemos calificativos a los ejemplos de arriba y veamos brevemente la relación que hay entre ellos. Históricamente, la Iglesia ha reconocido que existen símbolos y tipos a lo largo de todo el Antiguo Testamento (A. T.). ¿Qué significan estos conceptos?

Un símbolo es un objeto, persona, acontecimiento, o cosa (nombres, números, etc.) que apunta a una verdad espiritual manifestada en un periodo particular de la historia de redención. Mientras tanto, un tipo es un objeto, persona, o evento que sirve como una especie de sombra o anticipo en el A. T. cuya realidad o cumplimiento se encuentra en la revelación del Nuevo Testamento, particularmente en la persona y obra de Cristo.

Ahora bien, la razón por la que estos dos conceptos están relacionados es porque, en cierto sentido, todos los tipos son símbolos (aunque no todos los símbolos son tipos). Debido a que esto es así, la forma correcta de entender un tipo consiste en el estudio del símbolo.

Cuando entendemos algún tipo de Cristo y su cumplimiento en el Nuevo Testamento, somos movidos a gozarnos por la salvación grande que tenemos en Él.

Por esta razón, Edmund Clowney escribe que “si procedemos a construir la línea tipológica solamente cuando primeramente hemos clarificado el simbolismo, seremos capaces de trabajar con confianza y seguridad. Honraremos la Palabra de Dios cuando reconozcamos el principio de la conexión orgánica entre promesa y cumplimiento”.[1]

Esto explica los ejemplos de arriba, ya que para entender la tipología detrás de la Pascua era necesario conocer primero lo que ese evento histórico simbolizó para el pueblo de Israel en aquella época.

Identificando y entendiendo los tipos

¿Cómo podemos identificar y entender los tipos de Cristo en la Biblia? Hay mucho para decir y estudiar al respecto. A riesgo de simplificar, te animo a considerar las siguientes preguntas en tu búsqueda y estudio de algún tipo del A. T.

  • ¿El evento u objeto en consideración es simbólico? Si la respuesta es afirmativa, ¿de qué es símbolo?
  • ¿Existe alguna correspondencia o, como dirían los antiguos teólogos, un terminus ad quem (meta final o cumplimiento) entre el evento u objeto simbólico y el Nuevo Testamento? Si la respuesta es afirmativa, entonces tienes un tipo. Para este punto, las referencias cruzadas serán de gran utilidad.
  • Debido a que todos los tipos son mesiánicos o Cristocéntricos, ¿qué parte de su persona u obra redentora tipifica o anticipa el evento u objeto del Antiguo Testamento?

Una nota de precaución: al buscar conectar el tipo o la sombra del A. T. con su realidad cristológica, asegúrate de hacerlo siempre a la luz de lo que el Nuevo Testamento enseña. De lo contrario, caerás en especulación. Este es un principio básico de interpretación bíblica.

Además, no olvides distinguir entre lo verdaderamente tipológico y lo que podríamos llamar el material accesorio. Toma como ejemplo el tabernáculo, el cual, siendo un tipo de Cristo, no significa que todas sus partes tengan una entidad tipológica.

Beneficios de estudiar los tipos de Cristo

Cada vez que entendemos algún tipo de Cristo y su cumplimiento en el Nuevo Testamento, somos movidos a gozarnos por la salvación tan grande que tenemos en Él. Nos asombramos por un Dios sabio que fue dejando estas sombras en su revelación del A. T. para que, en el tiempo establecido, manifestara las realidades finales de esos tipos en la venida de su Hijo Jesús a este mundo.

¿Te animas a intentar aplicar lo aprendido con el tipo que encontramos en la serpiente de bronce (Nm.21:4-9) y con el maná que se les dio a los israelitas en el desierto (Éx. 16)?


1. Edmund Clowney, Predica: La centralidad de Cristo en la predicación (Editorial CRIR, 2011).


Imagen: Lightstock.
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