¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×
Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Nunca dejas de ser padre (Poiema Publicaciones, 2019). Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Los padres cristianos entendemos que nuestro trabajo no es solo lograr que nuestros hijos se preparen académicamente. La meta no es que tengan un diploma universitario. Se nos ha confiado algo mucho mayor que estar seguros de que Susana pase Cálculo o de que Juan no se meta en problemas. Sabemos que los estamos preparando para cuando llegue el momento en que ellos salgan de nuestro hogar y de nuestra influencia diaria, el día en que van a ser adultos maduros en vez de adultos dependientes.

Así es como el apóstol Pablo resume su meta para los que estaba discipulando, sus hijos en la fe: “El propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera” (1 Ti. 1:5). Nosotros estamos trabajando para alcanzar una meta más alta que simplemente producir descendientes que nos hagan sentir orgullosos (o que por lo menos no nos avergüencen). Tenemos la esperanza de que nuestros hijos llegarán “a saber y creer que Dios nos ama” (1Jn. 4:16) y que van a responder a este sorprendente amor con una vida que esté marcada por un corazón puro, una buena conciencia y una fe sincera.

Estamos planificando para el futuro, pero no solo para un futuro inmediato. Es un futuro eterno en la presencia del Dios vivo

Estas son nuestras metas, y son tan diferentes de las metas de nuestros prójimos inconversos como lo es el día de la noche. Estamos planificando para el futuro, pero no solo para un futuro inmediato. Es un futuro eterno en la presencia del Dios vivo, gozándonos en las bellezas del Cordero que fue inmolado desde antes de la fundación del mundo. Estos son algunos de los medios que Dios puede usar para ayudarnos a lograr estas metas:

1. Enséñales el amor de Dios en Cristo Jesús 

El evangelio es lo único que importa. No, no estamos exagerando. No habrá récord, reconocimiento, privilegio ganado, índice académico ni admisión a universidad alguna que importe cuando nuestros hijos estén ante el Padre y se les haga una pregunta sencilla: ¿Quién va a pagar por tu pecado? En ese momento final, nada más va a importar. Y la respuesta a esa pregunta solo tiene dos posibilidades. O nuestros hijos pagan por su propio pecado con un dolor insoportable y un sufrimiento atroz,  lejos de la presencia del Señor por la eternidad, o alguien lo habrá pagado por ellos.

Y aunque tú, como padre amoroso, podrías estar dispuesto a pagarlo por ellos, no podrías hacerlo porque tú también tienes una deuda por la cual tendrás que responder. Solo una persona completamente justa es capaz de pagar por los pecados de otra. Solo Jesucristo es capaz de soportar tanto la responsabilidad de la obediencia perfecta como el peso de la ira justa de Dios contra nosotros. 

Por lo tanto, necesitamos que nuestros hijos aprendan que Jesucristo vino al mundo a salvar a pecadores, a personas como ellos. Él no vino a salvar a los exitosos, a los justos y a los que no necesitan ayuda. Él no vino a salvar a los que se hicieron ilusiones de que podían guardar la ley u obedecer a sus padres a la perfección. Él vino a salvar a pecadores.

Necesitamos que nuestros hijos aprendan que Jesucristo vino al mundo a salvar a pecadores, a personas como ellos

El amor de Dios por Sus hijos es tan grande que Él generosamente dio a Su Hijo por ellos. Comunícale esta verdad a tu adulto joven. ¡Muéstrale a Jesús! Esa es nuestra responsabilidad primordial. Si nuestros hijos salen por esa puerta sin saber que se les está ofreciendo un amor de incalculable valor, no les hemos dicho lo que necesitan saber. Hemos pasado por alto la verdad más importante de todo el universo: Jesucristo es supremo sobre todas las cosas, ¡y aun así murió por pecadores! 

Quizá en este momento estás lleno de pesar. Quizá estás recordando todas las veces en que una cama perfectamente tendida o una buena calificación fueron más importantes que compartir el amor de Dios con tus niños. Quizá esta comprensión del evangelio es algo nuevo para ti y todavía no has compartido realmente tu fe con tus hijos. Nuestra meta no es hacerte sentir mal. Nuestra meta es animarte y recordarte que nunca es demasiado tarde para decirlo. Quizá lo has dicho cientos o miles de veces. Vuélvelo a decir. “¡Jesucristo murió por pecadores!”. Este es tu llamado principal. 

2. Enséñales a temer a Dios y a vivir para Su gloria (Dt. 6:5; Mt. 22:37) 

Proverbios (el libro de la Biblia que se escribió para ayudar a los padres a instruir a sus hijos) nos dice: “El temor del Señor es el principio del  conocimiento” (Pr. 1:7). Aunque tus hijos conozcan muchos hechos sobre el mundo físico o hablen con fluidez en tres idiomas, a menos que amen y adoren al Señor, no saben nada. Todavía son ingenuos. 

Los padres no pueden hacer sabios a sus hijos. Pero pueden mostrarles continuamente las maravillas del Señor

Muchos jóvenes de hogares cristianos son lo que la Biblia llamaría ingenuos. Bíblicamente hablando, ser ingenuo no es un cumplido. Es un término que describe esencialmente a los que están indecisos entre la sabiduría y la justicia de Dios y las atracciones del mundo. Una joven adulta ingenua por lo general actúa de una manera cuando sus padres están cerca y de otra completamente diferente cuando está con sus amigas. Ella no entiende que al no elegir la sabiduría ya ha escogido la necedad. 

Los primeros nueve capítulos de Proverbios contienen llamados extensos a los jóvenes para que se vuelvan de la necedad del mundo y se comprometan de todo corazón con la sabiduría y con el Señor. Los padres no pueden hacer sabios a sus hijos. No los podemos obligar a abandonar su ingenuidad. Lo que sí podemos hacer es mostrarles continuamente las maravillas del Señor, quien es nuestra sabiduría y justicia (1 Co. 1:30). Podemos dejar en claro la elección entre la sabiduría y la necedad, el gozo y la desesperación, la bendición y la angustia. También podemos orar. Podemos orar para que el Espíritu Santo use nuestros intentos, aunque escasos y titubeantes, como medios para hablar a sus corazones.


Consigue este libro en Amazon | Poiema

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando