Este es un fragmento adaptado de Porque Él me ama: Cómo Cristo transforma nuestra vida (Poiema Publicaciones, 2018), por Elyse Fitzpatrick. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
¿Que descubrirás cuando vuelvas tu mirada hacia el Señor y empieces a depender de Él? Lo encontrarás con Sus ojos puestos sobre ti, deseoso de bendecirte.
Jesús nos ha dado un maravilloso ejemplo de la expectante vigilancia del Padre en Lucas 15. Cansado de tener que estar peleando con los cerdos para poder comer, el hijo pródigo finalmente “recapacitó” y emprendió el camino a casa. Estoy segura de que, a medida que se acercaba, buscaba desesperadamente alguna señal de su casa en la distancia. Pero él no era el único que estaba buscando:
“Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo’. Pero el padre ordenó a sus siervos: ‘¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado’. Así que empezaron a hacer fiesta”, Lucas 15:20-24 (NVI).
¿No es esta una representación gloriosa de la actitud misericordiosa de Dios hacia nosotros? Estando nosotros lejos, Su compasión lo abruma y ¡Él corre hacia nosotros! No está sentado esperando a que nos arrastremos y demostremos que estamos verdaderamente arrepentidos. Dios está en una constante búsqueda, atento a los ojos que se vuelvan hacia Él en fe.
Él no permite que vengamos a Él como si fuéramos jornaleros (v 19). No, si vamos a regresar a Él, entonces Él va a disfrutar el placer de bendecirnos misericordiosamente con todas las riquezas que le corresponden a un hijo legítimo. El ama ser generoso con los que no lo merecen. ¿Qué hemos de decirle cuando regresemos? Simplemente: “He pecado y no merezco tu bendición. Pero estoy confiando en que eres tan misericordioso como dices ser”.
Dios está en una constante búsqueda, atento a los ojos que se vuelvan hacia Él en fe
¿De qué se trata entonces la fidelidad que Dios ama bendecir? ¿Es un récord perfecto de piedad disciplinada? No. Es una simple dependencia de Él y un rechazo de todas las otras fuentes de apoyo (ver 2 Cr. 16:7-9). Es creer que la justificación que Dios requiere se obtiene por medio de la fe y no por nuestros propios esfuerzos (Ro. 9:32).
Él no frunce el ceño cuando reconoces tu necesidad y le pides ayuda en fe. No, Él se goza cuando conocemos y nos gloriamos en Su misericordia y gracia. “Pero gracias a Él ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría —es decir, nuestra justificación, santificación y redención— para que, como está escrito: Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor” (1 Co. 1:30-31 NVI).
Es típico del Señor hacer que la fe sea tan fácil como echar un simple vistazo, ¿no es así? Pensaríamos que la salvación y todas las riquezas que la acompañan deberían requerir un esfuerzo herculino de nuestra parte —un salto gigantesco hasta los cielos para llegar a Cristo y hacerlo descender hasta nosotros, o un salto al abismo para rescatarlo de la muerte. Pero la fe salvífica no se trata de eso. Dios se deleita en demostrar Su poder a los que se refugian en Su gracia sin reservas.
“‘La palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón’. Ésta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. Así dice la Escritura: ‘Todo el que confíe en Él no será jamás defraudado’. No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, porque “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”, Romanos 10:8-13 (NVI).
Dios se deleita en demostrar Su poder a los que se refugian en Su gracia sin reservas
No se necesita de una gran fuerza, sabiduría o habilidad para decir una palabra, ¿verdad? ¿No te parece que lo que nos ha pedido hacer está dentro de las capacidades de todos? Si Él nos dice que “la palabra de fe” que necesitamos está tan cerca de nosotros como lo está nuestro propio corazón, deberíamos ser capaces de exhalarla, ¿no? Pero la verdad es que por el veneno del pecado, somos tan débiles e indefensos que no podemos realizar ni la más simple de las tareas; somos sencillamente incapaces de creer por nuestra propia cuenta.
Se nos ha dicho que nos esperan grandes riquezas cuando miremos a Él en fe, pero somos incapaces de lograr un movimiento tan simple como este. Así que, una vez más, Él nos muestra Su compasión abrumadora y nos provee lo que nosotros mismos no podíamos producir. Nos da el regalo de la fe salvífica. “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios” (Ef. 2:8).
Jesús mismo es el que pone nuestra fe en marcha —sin dejarle nada a nuestras habilidades— ,y estará velando por nosotros hasta que Su obra esté completa. Tenemos que confiar completamente en Él, “Aquel de quien depende (nuestra) fe de principio a fin” (ver Heb. 12:2).