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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Ídolos del corazón (Poiema Publicaciones, 2014). Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Dios misericordiosamente me ha ayudado a aprender que la ley, tal como está resumida en los Diez Mandamientos, sí juega un papel importante en las vidas de los cristianos.

El uso de la ley moral para el cristiano

La ley nos enseña la verdad sobre nuestra supuesta bondad y el único camino seguro al cielo. Contemplar las normas inmutables de Dios en los Diez Mandamientos nos ayuda a comprender la verdad de que ningún ser humano ha guardado la ley perfectamente. Romanos 3:23 dice: “Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios”.

Es importante que entendamos esto porque la gente confía en que van al cielo porque son relativamente buenos. No muy diferente al personaje de Patrick Swayze en la exitosa película Ghost: La sombra del amor, el hombre moderno ha creado su conjunto de estándares que suenan a algo como esto: “Soy bastante bueno. No le estoy haciendo daño a nadie. Solo estoy haciendo mi trabajo, amando a mi novia. Vaya, si alguien debería ir al cielo, debe ser un buen tipo como yo”.

La salvación es nuestra solo a través de la fe en Jesucristo, que guardó de manera perfecta la ley en nuestro lugar

Los verdaderos cristianos no están de acuerdo con la versión de Hollywood sobre la salvación. Creemos algo diferente sobre cómo alcanzarla. Creemos que las personas son incapaces de vivir una vida que satisfaga los estándares perfectos de Dios. Es porque Dios es tan santo y perfecto que la desobediencia en una sola área nos condena como transgresores de la ley.

Eso es lo que Santiago quiso decir cuando escribió: “Porque el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda” (Stg. 2:10). Solo una persona ha guardado la ley: el Señor Jesucristo. La salvación es nuestra solo a través de la fe en Jesucristo, que guardó de manera perfecta la ley en nuestro lugar.

1. La ley me ayuda sirviendo como un tutor

Como un maestro personal, vive en el salón de clases de mi corazón, ayudándome a entender que yo no poseo ninguna bondad natural. Para mí es fácil ignorar la ley de Dios y compararme con los demás. Cuando lo hago, siempre llego a la conclusión de que soy bastante buena. Pero si me examino en el espejo de Dios (la perfecta ley), me doy cuenta que estoy fallando en todas las formas imaginables.

2. La ley me humilla y pone fin a mi propia justicia

Como lo escribe Pablo: “yo no hubiera llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por medio de la ley” (Ro. 7:7). La ley muestra contundentemente que no merezco la salvación porque no obedezco los Diez Mandamientos. No tengo nada para recomendarme delante de un Dios completamente santo.

La ley me muestra qué tan desesperadamente necesito la obra perfecta de Cristo aplicada a mi vida

Ese es un buen lugar para mi alma porque hace que me arroje totalmente en Su misericordia hacia mí por medio de Cristo. Quita mis espejismos de bondad y me ayuda a ver cuánto necesito el perdón de Dios. La ley me muestra qué tan desesperadamente necesito la obra perfecta de Cristo aplicada a la mía.

3. La ley me enseña gratitud por la obra de Cristo

Estoy obligada con Cristo porque Él la guardó perfectamente, después sufrió el castigo en Su cuerpo porque yo quebranté la ley. Por esto mi corazón reboza de amor y obediencia. Cuando comparo mi vida anárquica con Sus perfecciones, la gratitud me vence. Y ahora, por Su obra, reconozco que lo que la ley demanda se cumple en mí porque tengo Su justicia perfecta. ¿No es esto increíble? Como cristianos, ¡el requisito de la ley se cumple en nosotros!

4. La ley se convierte en mi estándar de justicia

Como un niño agradecido que busca complacer a uno de sus padres, mi deseo por la santidad brota de un corazón lleno de gratitud. La ley no me condena más porque me ha sido dada la perfecta obra de Cristo. En cambio, mientras capto la verdad de mi total dependencia de Su misericordia, la ley me hace ver mi pecado y anhelo Su carácter en mi vida. Deseo ser santa porque lo amo y quiero ser como Él. Mi justicia está segura en la obediencia perfecta de Cristo en mi lugar y, por la obra de Su Espíritu, me estoy volviendo “celosa de buenas obras” (Ti. 2:14).

La gracia de Dios hace que me deleite en la ley porque la veo como el patrón para crecer y ser como Él

Cada pecado, cada idolatría en mi corazón, está enraizado en la falta de amor y la falta de gratitud. Cada vez que rindo culto a algo o a alguien que no sea Dios, me olvido de que Él es un buen Padre y un gran Rey que me ha sacado de Egipto. En contraste, cada acto verdaderamente santo, incluyendo también el deseo interno de ser santo, brota del amor y adoración que Él ha puesto en mi corazón. Su gracia hace que me deleite en la ley porque la veo como el patrón para crecer y ser como Él. Fue a la luz de esto que Pablo dijo: “en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios” (Ro. 7:22, NVI).

Diez amigos que guardan nuestros caminos

Sí, la ley moral resumida en los Diez Mandamientos es un regalo maravilloso. La debemos ver como “diez amigos que guardan nuestros caminos”. Nos humilla y nos condena, nos llena de agradecimiento por la humilde obediencia de nuestro Salvador, y nos mueve a aprender cómo vivir una vida que le agrade a Él:

“Para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación, dando gracias con alegría al Padre. Él los ha facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz. Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados” (Col. 1:10-14, NVI).


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