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Marcos expone el trato que el Rey recibió de su propia nación:

“Era la hora tercera cuando Lo crucificaron. La inscripción de la acusación contra El decía: “EL REY DE LOS JUDIOS.” Crucificaron con El a dos ladrones; uno a Su derecha y otro a Su izquierda”, Marcos 15:25-27.

En la soberanía de Dios, la inscripción de la acusación decía la verdad: “EL REY DE LOS JUDÍOS”. Jesús era su Rey y ellos lo rechazaron con odio.

Lo que se expuso allí en la cruz fue el crimen del pueblo, y no de aquel que crucificaron. Esa es la ironía de aquella placa judicial escrita en hebreo, griego, y latín.

Culpables

Ustedes crucificaron a su propio Rey. No son mejores que Judas el traidor. No son menos culpables que sus padres, que rechazaron a Dios y pidieron un rey para ser como las demás naciones (1 Sam. 8:6-7).

Ustedes son los que dijeron, “No tenemos más rey que César” (Jn. 19:15). Ustedes son los que decían en la parábola, “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lc. 19:14).

Ustedes asumieron la responsabilidad por la crucifixión (Mt. 27:25). Ustedes son la nación que crucificó a su propio Rey, el Rey más maravilloso que jamás haya existido.

¿Tendrían oportunidad estas personas de corregir su rebelión siendo que su Rey murió? Parecería que no hay forma de escapar de este pecado tan grande.

Esperanza

“Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios Lo ha hecho Señor y Cristo.” Al oír esto, conmovidos profundamente, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué haremos?’” (Hechos 2:36-37).

La multitud ahora se da cuenta de su pecado. Ellos han entregado a su propio Rey a sus enemigos; han rechazado a su Salvador y han elegido a Barrabás. ¿Cómo han llegado tan lejos en su pecado? Eso no pasó solo con los judíos del primer siglos. Así somos nosotros: pecadores incorregibles. Esta es nuestra sabiduría terrenal, animal, y diabólica (Stg. 3:15).

Sin embargo, hay esperanza. Pedro les da las buenas nuevas: Su Rey vive, y puede perdonarles. Jesús murió por sus pecados, ¡arrepiéntanse y vivan para Él!

El mismo mensaje es para nosotros.

¿Qué haré para ser perdonado?

Cuando una persona pregunta sinceramente, “¿Qué haré para ser perdonado? He pecado y estoy desesperado”, hay buenas nuevas.

Si dices, “He preferido el pesado yugo de Satanás, pero ahora me vuelvo al Rey que dice que me hará descansar” (Mt. 11:28), encontrarás perdón y vida eterna en Cristo. Solo en Él.

La única manera en que podremos ser libres del pecado es mirar a la cruz y decir: El Rey de los judíos es mi Rey.


Imagen: Lightstock
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