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Nota del editor: 

Aunque desde Coalición por el Evangelio no acostumbramos el nombrar a falsos maestros, las palabras de Jesús en el Sermón del Monte son tan relevantes hoy como lo fueron en el Siglo I: “Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán” (Mt. 7:15-16). El conocido bloguero y pastor Tim Challies realizó una serie que recorrió la historia de la iglesia observando ciertos falsos maestros y sus enseñanzas heréticas. Cada lunes estaremos publicando una entrada de esta serie hasta terminar con una entrada escrita originalmente para nuestros contextos, con el propósito de ayudar a la iglesia a entender mejor las enseñanzas que son contrarias a la sana doctrina.

Iniciamos una serie de artículos que va a dar una mirada a lo largo de la historia de la iglesia, desde sus primeros días hasta el presente, de los falsos maestros más notorios del cristianismo. En el camino veremos a hombres como Pelagio, Servetus y algunos que puedes encontrar en televisión hoy. Iniciaremos esta mañana con uno de los primeros y más peligrosos: Arrio.

El falso maestro

Arrio se dice haber sido Libio por descendencia y que probablemente nació alrededor de 256 d.C.. Sabemos poco sobre sus primeros años, excepto que estudió con Luciano, presbítero de Antioquía. Más tarde regresó a Alejandría donde se convirtió en un presbítero y rápidamente se hizo muy prestigioso y popular.

Las dificultades de Arrio comenzaron en 318 cuando chocó con Alejandro, obispo de Alejandría. Alejandro creía en la co-eternidad del Verbo de Dios, mientras que Arrio enseñaba que el Verbo fue creado por Dios. Debido a que Alejandro vio esto como una amenaza peligrosa para la iglesia, condenó públicamente la enseñanza de Arrio y lo expulsó de cualquier rol en la iglesia. Sin embargo, Arrio se negó a aceptar los juicios de Alejandro e hizo un llamamiento a la gente de la ciudad y otros obispos orientales. De esta manera, la disputa se extendió y se convirtió en una grave amenaza para la unidad de la iglesia. Al ver este peligro, y queriendo evitar la división dentro de su imperio, Constantino convocó el primer concilio cristiano: el Concilio de Nicea.

En el concilio, la enseñanza de Arrio fue condenada formalmente. El debate se prolongó del 20 de mayo al 19 de junio del 325 d.C., momento en el cual el consejo produjo la primera forma del Credo de Nicea que afirma explícitamente la posición de “engendrado” y condenó el arrianismo. Todos menos dos de los asistentes votaron a su favor y los dos, junto con Arrio, fueron excomulgados y desterrados a Iliria. Todos los escritos de Arrio fueron confiscados y quemados.

Después de estar en el exilio durante una década, Arrio pretendía ser restaurado a la iglesia y apeló directamente al emperador. Constantino se convenció del retorno a la ortodoxia de Arrio y pronto ordenó a Alejandro, el patriarca de Constantinopla, a readmitirlo. Alejandro no se fiaba de dejar que Arrio viniera de nuevo a la iglesia y de acuerdo a una carta de Atanasio, oró para que Dios de alguna manera pudiera prevenirlo. Muy poco después de esta oración, antes de que Arrio pudiera ser reinstalado, murió.

Nathan Busenitz resume el impacto de Arrio de esta manera: “En los tiempos antiguos, las enseñanzas de Arrio presentaron la principal amenaza para el cristianismo ortodoxo, por lo cual los historiadores como Alexander Mackay lo han señalado como ‘el mayor hereje de la antigüedad’”. Su falsa enseñanza, que nació en la infancia de la iglesia, representaba una grave amenaza.

Su falsa enseñanza

La posición poco ortodoxa de Arrio se puede resumir muy simplemente como “hubo un tiempo cuando Él no era”. En otras palabras, sostuvo que el Hijo de Dios no es co-eterno con Dios el Padre. En cambio, él creía que el Hijo era la primera creación de Dios y que por medio de Él se hizo todo lo demás (Col. 1:15). Esto hace que el Hijo fuera la única creación directa del Padre y por lo tanto único entre toda la creación como el primer y más grande ser creado, haciendo a la vez la divinidad del Padre mayor que la del Hijo. Discutió que el punto de vista opuesto, que pronto se estableció oficialmente como la posición ortodoxa, era incompatible con el monoteísmo.

David F. Wright condensa la enseñanza de Arrio de la naturaleza de Dios a un breve párrafo:

“El Padre solo era realmente Dios; el Hijo era esencialmente diferente de su Padre. Él no poseía por naturaleza o derecho algunas de las cualidades divinas de la inmortalidad, la soberanía, la perfecta sabiduría, bondad y pureza. Él no existía antes de ser engendrado por el Padre. El Padre lo produjo como una criatura. Sin embargo, como el Creador del resto de la creación, el Hijo existió ‘aparte de tiempo antes de que todas las cosas’. Mas aun, no compartía en el ser de Dios el Padre y no lo conocía perfectamente”.

Seguidores y adherentes modernos

Mientras que el Arrianismo no es una falsa enseñanza común en este día, sí encontramos que es más prominente entre los Testigos de Jehová. Ryan Turner dice: “A pesar de los mejores esfuerzos de la Iglesia Ortodoxa para acabar con el arrianismo, hay ramas de la creencia que continúan hasta el día de hoy. Uno de ellos es los Testigos de Jehová … Al igual que los antiguos Arrios, estos testigos de hoy en día creen que Jesús es un ser creado, resultando en que no es eterno y no es Dios”. Para evitar la clara enseñanza de la Escritura modifican su propia traducción de la Biblia y argumentan que Jesús era el Arcángel Miguel.

¿Qué dice la Biblia al respeto?

La Biblia dice que Jesús es co-eterno con Dios, no creado, y en todas las formas completamente divino. Esto se demuestra en una serie de pasajes en el Nuevo Testamento. Entre ellos se encuentran Juan 20:28, donde Tomás exclama a Jesús: “Mi Señor y mi Dios”; Hechos 7:59, donde Esteban ora a Jesús; y Juan 10:30 donde Jesús afirma: “Yo y el Padre somos uno.” Muchas pruebas más irrefutables podrían exponerse sucesivamente.

Hoy en día, los Cristianos ortodoxos con confianza proclaman que hay tres personas en el único Dios vivo y verdadero: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Son las mismas en sustancia, iguales en poder y gloria (New City Catecismo, Respuesta 3).


Este artículo fue publicado originalmente el 16 de febrero 2014 en el blog de Tim Challies . Traducido por Carmen Herrera.
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