La extraña máquina que recorre las calles de Madrid captó mi atención.
Sus largos brazos se extendían y envolvían el tronco de un árbol. Su motor hacía vibrar esos brazos a gran velocidad para que pudieran sacudir el árbol con violencia. Su red estaba suspendida justo debajo de las ramas más bajas. Cuando la máquina zumbaba y rugía, cien naranjas maduras caían de las ramas para aterrizar en la red de abajo: cien naranjas maduras que podían alimentar y satisfacer a cien personas. Aquella máquina estaba cuidadosamente diseñada para liberar la fruta del árbol, para soltarla mediante una sacudida.
Las redes llenas de naranjas me recuerdan algo que el apóstol Pablo escribió en una ocasión sobre los tiempos de prueba y tribulación, de profundo dolor y pérdida. Afirmó que los cristianos deben estar preparados para ser afligidos, perplejos, perseguidos e incluso abatidos, un conjunto de palabras que pretenden mostrar la variedad de formas en que Dios puede llamarnos a sufrir (2 Co 4:8-9).
El Dios que es soberano sobre todas las cosas puede llevarnos a tiempos y contextos profundamente dolorosos
El Dios que es soberano sobre todas las cosas puede llevarnos a tiempos y contextos profundamente dolorosos. Sin embargo, podemos confiar en que nuestro sufrimiento nunca es arbitrario ni carece de sentido, pues Dios siempre tiene un propósito en mente. Por eso, Pablo dice más: seremos «afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos». Para los que están en Cristo, el propósito de Dios nunca es perjudicarnos ni arruinarnos.
Entonces, ¿cuál es el propósito de Dios en nuestro sufrimiento? ¿Por qué a veces Dios nos aleja de los delicados pastos y las aguas de reposo para llamarnos a seguirle a valles profundos y oscuros (Sal 23)? Estas fueron las preguntas que rondaron mi mente en los días, semanas y meses que siguieron a la decisión del Señor de llamar a mi hijo a Su presencia.
Dios nos dejó sin hijo
Nick, de veinte años, estaba en el seminario y hacía una pausa en sus estudios para jugar un partido con un grupo de amigos cuando, en un instante, su corazón se detuvo, su cuerpo cayó al suelo y su alma se fue al cielo. Sus amigos intentaron reanimarlo, un médico que pasaba por allí intentó reanimarlo, los paramédicos y los médicos de urgencias que respondieron intentaron reanimarlo. Pero fue inútil. Dios le había llamado a casa. Y como Dios lo había llamado al cielo, no había médico, ni medicación, ni procedimiento que pudiera mantener a mi hijo aquí en la tierra.
No sé por qué Dios determinó que Nick viviría una vida tan corta, por qué dejaría este mundo con tan poco logrado y tanto sin hacer. No sé por qué Dios determinó dejarnos a Aileen y a mí sin hijo, a Abby y a Michaela sin hermano, a Ryn sin prometido y finalmente sin esposo. No sé por qué Dios lo hizo, por qué Dios ejerció Su soberanía al llevarse a un joven que era tan amado, que estaba tan comprometido con el servicio a Jesús y que tenía tanto potencial. Pero no necesito saberlo, porque, como dijo Moisés, «Las cosas secretas pertenecen al SEÑOR nuestro Dios» (Dt 29:29).
Aunque no sé por qué Dios lo hizo, ya empiezo a entender cómo lo está utilizando.
Lamentación sin resentimiento
En las calles de Madrid, una máquina sacude los naranjos para que suelten sus frutos. Los sacude violentamente, los sacude con tanta fuerza que casi parece que las ramas deban partirse, que el tronco deba astillarse, que todo el árbol deba ser arrancado de raíz. Sin embargo, así es como debe hacerse, ya que la deliciosa fruta está fuertemente unida a las ramas no comestibles. En el momento en que la máquina ha recogido la fruta, observo, deja de agitarse, enrolla su red, retira sus brazos y se aleja, dejando el árbol sano y saludable, preparado para dar otra cosecha.
Al igual que esa máquina sacudió el naranjo, la muerte de Nick me ha sacudido, ha sacudido a mi familia, ha sacudido a mi iglesia, ha sacudido a los amigos de Nick y ha sacudido a su escuela; nos ha sacudido hasta el núcleo. Sin embargo, esta sacudida, aunque ha sido violenta y sumamente dolorosa, no nos ha hecho quebrarnos. Hemos levantado la voz en señal de lamento, pero nunca de rebeldía. Hemos levantado las manos de adoración, pero nunca los puños de rabia. Hemos hecho preguntas, pero nunca hemos expresado resentimiento.
Por el contrario, cuando miro a los que más aman a Nick, los veo mostrando nuevas evidencias de la gracia de Dios. Los veo crecer en el amor a Dios, en el gozo de su salvación, en la paz del evangelio, en su paciencia con los propósitos de Dios, en la bondad hacia los demás, en la bondad de la santidad personal, en la fidelidad a todo lo que Dios les ha llamado, en la gentileza con los pecados y debilidades de los demás, y en esa rara y bendita virtud del autocontrol. Los veo llevando el precioso fruto del Espíritu como nunca antes (Gá 5:22-23).
Dios no pretende dañarnos cuando nos sacude, sino simplemente liberar el fruto
Sacudido para dar fruto
Al igual que el fruto del árbol se aferra fuertemente a la rama, el mal dentro de nosotros se aferra fuertemente al bien, los vicios a las virtudes, lo inmoral a lo recto. Dios no pretende dañarnos cuando nos sacude, sino simplemente liberar el fruto, hacer lo necesario para separar lo terrenal de lo celestial, lo que le deshonra de lo que deleita Su corazón.
Mientras pienso en mi esposa, mientras pienso en mis hijas, mientras pienso en la preciosa prometida de Nick, mientras pienso en sus amigos y compañeros de la iglesia, veo que han sido profundamente sacudidos por su muerte, sacudidos por la mano soberana de Dios. Pero también veo que han sido sacudidos con un hermoso propósito. Han sido sacudidos para dar fruto.