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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Iglesias 24/7 (Andamio editorial, 2018), por Tim Chester y Steve Timmis.

Hoy en día hay mucha gente que no tiene sentimiento de culpa. Y la culpa de no cumplir la ley de Dios no forma parte de su pensamiento. Puede que haya momentos en que sientan la necesidad de perdón, pero en general no viven con la sensación de ser pecadores. Pero sí se sienten atrapados, incapaces de ser las personas que quieren ser. Y la Biblia tiene una explicación cautivadora y convincente para esto… además de la buena noticia de que hay una salida.

Sabemos que la fuente de todo el comportamiento y las emociones humanas es el corazón. En el mundo occidental, pensamos con nuestras cabezas y sentimos con nuestros corazones. Pero en la Biblia el corazón representa la totalidad de nuestro ser interior. Pensamos, sentimos, esperamos, deseamos, amamos, y tememos con nuestros corazones. Proverbios 4:23 dice: “Con toda diligencia guarda tu corazón, Porque de él brotan los manantiales de la vida”.

Intentar cambiar de comportamiento por nuestra cuenta no funciona porque no somos libres para cambiar. Necesitamos que Dios nos libere por medio de la verdad.

El corazón representa nuestro núcleo motivacional: nuestras vidas, nuestras palabras, nuestras acciones, y nuestras emociones fluyen de él (Mr. 7:20-23; Lc. 6:43-45; Ro. 1:21-25; Ef. 4:17-24; Stg. 4:1-10). Las circunstancias, la educación, las hormonas, y nuestra historia personal forman de algún modo nuestro comportamiento, pero la raíz del problema son los deseos pecaminosos del corazón (Stg. 1:13-15). El comportamiento destructivo y las emociones negativas surgen cuando no vemos a Dios como la fuente de todo lo que es bueno, y por lo tanto deseamos o adoramos otras cosas en su lugar. Y un deseo pecaminoso no es solo un deseo de algo malo. También puede ser un deseo de algo bueno que se vuelve más grande que Dios.

Esta incredulidad y esta idolatría llevan a la esclavitud (Jn. 8:34-36). Aquello que nuestros corazones atesoren o adoren será lo que controle nuestras vidas (Mt. 6:21,24). “Cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado” (2 P. 2:19 NVI). Nos sentimos atrapados, como si no pudiéramos cambiar. Y, en cierto sentido, no podemos. Intentar cambiar de comportamiento por nuestra cuenta no funciona porque no somos libres para cambiar. Necesitamos que Dios nos libere por medio de la verdad.

Esto ofrece un punto de conexión con la gente: un gancho, una oportunidad para entablar una conversación. El evangelio son buenas nuevas de libertad; libertad de la esclavitud al comportamiento adictivo y a las emociones negativas que crean los deseos pecaminosos. Jesús dice: “La verdad los hará libres” (Jn. 8:31-34). Al igual que las mentiras sobre Dios conducen a la esclavitud del pecado, del mismo modo la verdad sobre Dios conduce a la libertad del servicio (Gá. 5:1, 13). Si soy esclavo de mis preocupaciones, entonces la libertad está en confiar en el cuidado soberano de mi Padre celestial. Si soy esclavo de la necesidad de probarme a mí mismo, entonces la libertad está en confiar en que, a los ojos de Dios, estoy plenamente justificado por la obra expiatoria de Cristo.

Cuando proclamamos la verdad o llamamos a las personas a adorar al Dios vivo estamos ofreciendo buenas nuevas.

Puesto que estas mentiras y deseos idólatras crean esclavitud, cuando proclamamos la verdad o llamamos a las personas a adorar al Dios vivo estamos ofreciendo buenas nuevas.

Este enfoque conecta con aspectos específicos de la vida de la gente. Y la gente está más dispuesta a conectar con los asuntos particulares que afectan a sus vidas: enfado, amargura, paternidad, compras, adicciones, necesidades económicas, depresión, violencia, etc. Podemos hacer mucho más que tratar estos asuntos como un contexto para anunciar el evangelio. En vez de eso, podemos tratar estos problemas presentes como ventanas a los problemas del corazón. Necesitamos conectar el evangelio con temas específicos en vez de, o además de, empezar con grandes cuestiones metafísicas.

No se trata solo de afrontar las necesidades que la gente siente. Esto nos lleva directamente adonde queremos ir. De hecho, un punto débil de algunos enfoques evangelísticos es que presentan ideas para que la gente las acepte de forma intelectual. Y la gente puede aceptar un conjunto de creencias (creer que Jesús murió por sus pecados y resucitó), pero los deseos idólatras de sus corazones siguen intactos. Su base motivacional no ha cambiado y no ha habido un verdadero arrepentimiento.

Cuando usamos los problemas presentes como una ventana al corazón, de hecho, estamos contextualizando el evangelio de forma individual, identificando los deseos pecaminosos específicos que controlan la vida de una persona y las verdades concretas que los liberarán.


Imagen: Lightstock.
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