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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Éxodo para ti (Poiema Publicaciones, 2019), por Tim Chester. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

El tabernáculo era una imagen de nuestro hogar; pero no era nuestro hogar. El tabernáculo no era el Edén. Era un mapa que usaríamos para emprender un viaje. La humanidad aún estaba al este del Edén. Las personas aún estaban exiliadas de la presencia de Dios debido a su pecado, y nosotros también lo estamos.

La arquitectura del tabernáculo refleja esta realidad. Estas fueron las instrucciones de Dios para Moisés:

 “Haz una cortina de púrpura, carmesí, escarlata y lino no, con querubines artísticamente bordados en ella. Cuélgala con ganchos de oro en cuatro postes de madera de acacia recubiertos de oro, los cuales levantarás sobre cuatro bases de plata. Cuelga de los ganchos la cortina, la cual separará el Lugar Santo del Lugar Santísimo, y coloca el arca del pacto detrás de la cortina”, Éxodo 26:31-33 NVI.

Al entrar al tabernáculo te topabas con una cortina gruesa que impedía el acceso a la santa presencia de Dios. ¿Y cómo estaba decorada esa cortina? Tenía “querubines artísticamente bordados en ella”. Esto es un eco de Génesis 3:24: “Luego de expulsarlo, puso al oriente del jardín del Edén a los querubines, y una espada ardiente que se movía por todos lados, para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida” (NVI). Aquí, en la tela de la cortina, los querubines aún custodiaban el camino de regreso a Dios.

La arquitectura del tabernáculo refleja la geografía del monte Sinaí. El tabernáculo reemplaza y replica al Sinaí como el lugar en donde Dios se encuentra con Su pueblo. El monte Sinaí estaba dividido en tres zonas. El área en donde estaba el pueblo corresponde al patio del tabernáculo. La montaña en donde los ancianos podían encontrarse con Dios corresponde al Lugar Santo. Y lo más alto de la montaña, a donde Dios descendió, corresponde al Lugar Santísimo. En Éxodo 19, vemos que esos límites se pusieron para proteger al pueblo de la santa presencia de Dios, “de lo contrario, Yo arremeteré contra ellos” (Éx. 19:22, 24 NVI). Los querubines no protegen a Dios de nosotros. Nos protegen a nosotros de Dios.

Así que aunque el tabernáculo muestra cuán maravilloso es vivir con Dios, también delimita el camino hacia Dios. El diseño del tabernáculo resalta el problema.

El camino a casa

La descripción del mobiliario del tabernáculo no está en orden. Uno esperaría recibir las instrucciones para la construcción del tabernáculo y después un listado del mobiliario, o quizá una lista del mobiliario y después la descripción de dónde colocarlo. Pero el orden está dividido. Primero se describen el arca, la mesa, y el candelero. Son la promesa de un nuevo hogar. Después se describe el tabernáculo, el cual retrata el problema de la santidad de Dios y nuestro pecado, pues nos muestra que nuestro camino a casa está obstruido por la cortina y los querubines. Después, en el capítulo 27, regresamos a la descripción del mobiliario. Aquí se describe el altar (Éx. 27:1-8) porque representa la solución al problema: el camino de regreso a Dios a través de la sangre del sacrificio.

Nuevamente, esta verdad está implícita en la arquitectura. Al entrar al patio, lo primero que un israelita se encontraría sería el altar. Este dominaba la entrada. Él o ella merecían morir por sus pecados. Merecían ser excluidos eternamente de la presencia de Dios (es decir, merecían el infierno). Pero en un sacrificio, moría un animal en lugar del israelita. Tomaba el castigo que ellos merecían por los pecados que habían cometido. Moría en su lugar.

Jesús es el camino a Dios porque Jesús es el sacrificio. Él es el sacrificio que terminó con todos los demás sacrificios.

El tabernáculo mismo probablemente implicaba esto. Tenía cuatro capas. La interior era azul (Éx. 26:1-6) para representar los cielos. La segunda capa estaba hecha de pieles de cabra (Éx. 26:7-13) que representaban las vestimentas que Dios proveyó para cubrir la vergüenza de Adán y Eva (Gn. 3:21). La tercera capa estaba hecha de pieles de carnero teñidas de rojo (Éx. 26:14) para representar los sacrificios y la sangre requerida para proporcionar una cobertura para los pecados. No se sabe exactamente de qué estaba hecha la última capa, pero parece ser que estaba diseñada para proteger todo de los elementos de la naturaleza.

Por supuesto, como todo lo demás, el altar solo es una imagen. Éxodo 27:3 describe los utensilios necesarios para remover las cenizas. Los versículos 4-5 describen un enrejado que permitía que las cenizas cayeran al fondo. Este altar estaba diseñado para reutilizarse. Estos sacrificios se repetirían cientos y cientos de veces. Los sacrificios señalan la solución de Dios para el pecado, pero no son la solución en sí mismos.

Preparando el camino

La noche antes de morir, Jesús le dijo a Sus discípulos: “En el hogar de Mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde Yo esté” (Jn. 14:2-3 NVI). Jesús prepararía un lugar para nosotros en la casa de Dios. Los discípulos no lo entendían: “Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino?”. Y Jesús les respondió: “Yo soy el camino” (Jn. 14:5-6 NVI). Jesús es el camino a casa.

¿Por qué? Jesús es el camino porque Jesús es el sacrificio. Él es el sacrificio que terminó con todos los demás sacrificios. Él es el sacrificio al que señalaban todos los sacrificios hechos en el altar. Cuando murió en la cruz, tomó nuestros pecados y llevó el castigo que nosotros merecíamos. Jesús preparó un lugar en la casa de Dios al morir en nuestro lugar.

En la arquitectura del tabernáculo, y en el templo que lo reemplazó, había una cortina, ese gran símbolo de la inaccesibilidad de Dios (Éx. 26:31- 33). Al pararte frente a ella, a tu derecha tenías el pan de la Presencia y a la izquierda el candelero. Ambos prometían una relación con Dios. Pero frente a ti estaba la cortina que impedía esa relación con Dios. Estaba colgada allí para protegerte de Dios, porque los pecadores no pueden sobrevivir a un encuentro con el Dios santo. Así que al estar frente a la cortina, tu hogar está muy cerca pero muy lejos al mismo tiempo. Podías ver ese lugar donde necesitabas y anhelabas estar, pero se te impedía el paso. El tabernáculo estaba lleno de promesas, pero también de peligro.

Ahora mira la descripción de Mateo de la muerte de Jesús. “Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó Su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas” (Mt. 27:50-51 NVI). Mientras Jesús moría, la arquitectura del tabernáculo sufrió un cambio radical . El camino hacia el hogar de Dios fue abierto.

No permitas que tus pensamientos sean más audibles que el mensaje de bienvenida de Dios.

Regresa conmigo a Éxodo. Lo próximo que se describe es el atrio del tabernáculo (Éx. 27:9-19). “Haz un atrio para el santuario. El lado sur debe medir cuarenta y cinco metros de largo, y tener cortinas de lino no, veinte postes y veinte bases de bronce. Los postes deben contar con empalmes y ganchos de plata” (v. 9-10 NVI). Instrucciones similares son dadas para los otros lados (Éx. 27:11-15). El atrio del tabernáculo está rodeado por 100 codos de cortina en los lados norte y sur, y 50 codos en el lado oriental. Pero en el lado occidental, existen dos cortinas de 15 codos con una brecha de 20 codos que tiene su propia cortina especial (Éx. 27:16). Esto es porque es la entrada. El punto es que el tabernáculo y el atrio están orientados hacia el este. Éxodo 27:13-15 especifica este punto: la entrada estará en “el lado oriental del atrio, que da hacia la salida del sol” (v 13).

¿Y dónde está la humanidad? Al trazar la geografía simbólica de la relación de la humanidad con Dios, ¿dónde estamos nosotros? Estamos al este del Edén, al este de nuestro hogar. Así que el tabernáculo es abierto para nosotros. Está orientado hacia nosotros, invitándonos a casa.

Y cuando acudimos a casa, hay una luz encendida. Alguien nos está esperando. ¿Alguna vez has llegado a casa cuando ya es tarde en la noche? Quizá está frío y oscuro, y anhelas ver a tu familia nuevamente. ¿Pero habrá alguien en casa esperándote? ¿Habrá una comida preparada para ti? Al acercarte a la casa, esperas ver una luz encendida. 

En los versículos 20-21, Dios da instrucciones para asegurarse de que siempre haya una luz encendida. Quizá esperarías que estos versículos vinieran después de la descripción del candelero, al final del capítulo 25. Pero, de hecho, vienen después de la descripción del altar y del atrio que estaba orientado hacia el este. El punto es que en el tabernáculo siempre hay luz, y esa luz está orientada hacia el este —hacia nosotros, en este universo simbólico. Esta luz está encendida porque Dios está en casa. Hay una bienvenida esperándonos, y hay pan en la mesa (Éx. 27:25:30).

Si estás lejos de Dios, entonces ven a casa hoy. La luz está encendida. Dios está en casa. Ha establecido Su tienda entre nosotros a través de Jesús. Y hay pan en la mesa. Dios te invita a comer con Él, para que lo conozcas y seas Su amigo. Y si te sientes lejos de Él, pero has puesto tu fe en Cristo, Él murió para traerte a casa. No permitas que tus pensamientos sean más audibles que el mensaje de bienvenida de Dios. Todo el tabernáculo fue diseñado para darte esta seguridad.


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Imagen: Lightstock
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