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Cuando escuché la canción Never Enough (Nunca es suficiente) de la película The Greatest Showman (El gran showman), pensé en cómo sus letras son una expresión musical del sentir de la cultura consumista en que vivimos. Aquí te comparto un estribillo:

“Todo el brillo de mil luces,
Todas las estrellas que robamos de la noche,
Nunca serán suficiente,
Nunca serán suficiente,
Aun las torres de oro son demasiado pequeñas,
Estas manos podrían sostener el mundo entero, pero aun así:
Nunca será suficiente,
Nunca será suficiente”.

Esto es lo que resuena en el corazón humano: cuando se trata de consumir, lo que este mundo nos ofrece nunca será suficiente.

¿Por qué esto es así? Hemos sido creados y diseñados para el consumo. Dios nos creó con necesidades físicas, emocionales, espirituales. Él proveyó para cada una ellas, y le enseñó al hombre cómo y dónde suplir todas sus necesidades. La provisión de Dios para el hombre siempre ha sido suficiente… pero el pecado lo distorsionó todo.

La realidad del consumismo

Nuestro corazón ha sido afectado gravemente por el pecado, lo que ha distorsionado la manera en que vemos y satisfacemos nuestras necesidades.

El consumismo, entonces, es solo la manifestación de un corazón insatisfecho, un corazón inclinado a consumir para acumular y satisfacer deseos egocéntricos. Esta tendencia natural y pecaminosa de adquirir bienes, productos, y servicios de manera impulsiva revela los ídolos que adoramos y las prioridades de nuestras vidas.

El evangelio nos recuerda que la fuente de nuestra satisfacción no está en los bienes que poseemos o queremos adquirir, sino en Cristo.

Como esto está en nuestros corazones, nos vemos en las tiendas por departamentos haciendo filas para comprar el ultimo modelo de celular, en centros comerciales “aprovechando” ofertas especiales para adquirir ropa que no necesitamos, y en nuestras computadoras durante el Black Friday buscando “buenos precios” para justificar la compra de un televisor con unas pulgadas más del que ya tenemos.

Consumismo en la iglesia

Esta cultura consumista nos afecta tanto que se ha enraizado en nuestra forma de pensar. Tristemente, la cultura consumista también ha afectado la manera como vivimos nuestra fe y hacemos iglesia.

Por ejemplo, nos sentamos en los bancos durante el sermón como simples receptores, con corazones críticos, y con poca intención de aplicar lo escuchado, acumulando conocimiento que no estamos dispuestos a aplicar. En ocasiones nos vemos más atraídos por las conferencias y eventos que las actividades de nuestra iglesia local. Queremos consumirlo todo. A veces compramos libros que no necesitamos y que sabemos que no vamos a leer, pero justificamos la compra porque es el ultimo libro de un autor en tendencia. Navegamos en Internet para buscar todo lo nuevo. No queremos perdernos nada en los blogs, noticieros, y las redes sociales. En ocasiones, saltamos de una iglesia a otra sencillamente porque buscamos satisfacer gustos personales y necesidades particulares.

Estamos influenciados por esta cultura consumista producto del pecado. Por supuesto, el problema no está en las conferencias, los sermones, los libros, o los blogs. El problema radica en nuestros corazones que persiguen satisfacción y plenitud en lugares incorrectos. Así adoramos y nos postramos ante ese gran ídolo que se llama Yo. Le servimos y damos todo lo que quiere.

El cambio que hace el evangelio

La buena noticia es que el evangelio nos liberta de la cultura consumista. Nos recuerda que la fuente de nuestra satisfacción no está en los bienes que poseemos o queremos adquirir, sino en Cristo. Él nos enseña que la vida del hombre no consiste en los bienes que posee (Lc. 12:15; cp. 1 Jn. 5:4).

El evangelio nos liberta de la esclavitud del pecado y de los ídolos que tienen a nuestros corazones cautivos (Jn. 8:36, Ro. 6:18). Nos revela a Cristo, nuestra mayor necesidad (Ro. 6:23). Nos muestra que Él es el centro de todas las cosas, y no nosotros. Por lo tanto, ahora ya no vivimos para satisfacer nuestros deseos pecaminosos, sino que vivimos para Él (Gá. 2:20).

El evangelio transforma nuestra tendencia pecaminosa de acumular bienes y nos convierte en dadores.

El evangelio nos presenta nuestro verdadero pecado (la avaricia) y la solución a ese pecado (Col. 3:5). De esa manera cambia nuestros afectos, y los dirige al único capaz de llenar todo en todo (Sal. 119:36). Antes vivíamos bajo la corriente de este mundo dando riendas sueltas a los deseos de nuestra carne; ahora vivimos para servir y agradar a Cristo (Ro. 14:17-18). El evangelio transforma nuestra tendencia pecaminosa de acumular bienes, y nos convierte en dadores (Hch. 20:35).

Examinando el corazón

Es por eso que necesitamos analizar nuestros corazones y ver las razones que nos impulsan a comprar y consumir compulsivamente. Recordemos que el mismo poder que nos salvó, también nos ayuda a vivir de una manera digna en el Señor (Col. 1:9-10, Ro. 8:11). Seamos sensatos. No nos dejemos arrastrar por la presión social que nos empuja a adquirir lo que no necesitamos.

La próxima vez que sientas un deseo impulsivo de adquirir algo, hazte las siguientes preguntas: ¿En realidad lo necesito? ¿Lo necesito ahora? ¿Puedo esperar para tener esto? ¿Estoy consumiendo para calmar mi ansiedad? ¿Creo que seré más feliz si compro esto? ¿Mi deseo por esto revela falta de gratitud y contentamiento con lo que ya tengo? ¿Soy capaz de pecar para conseguir esto?  

Seamos consumidores prudentes, y que todo lo que adquiramos nos sirva para deleitarnos en Dios y que, haciéndolo, podamos glorificarle en todo. ¡Demos gracias a Cristo porque su evangelio nos libra del consumismo!


IMAGEN: LIGHTSTOCK.

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