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Todos sabemos que estudiar la Biblia es importante, pero no todos estamos dispuestos a vivir de acuerdo a esta verdad. Las excusas son muchas y suelen ser convincentes. Decimos que “no hay tiempo” o que “eso del estudio no es lo mío”. En el caso de las mujeres, llegamos a creer la mentira de que porque no estamos detrás de un púlpito podemos conformarnos con conocer lo “básico” e invertir poco en el estudio serio de la Escritura.

Dios, en su gracia, está despertando a cada vez más mujeres a la realidad de que el mandato de adorar a Dios con toda nuestra mente es para nosotras también. La Biblia no es un libro para hombres con algunos pasajes “en rosa”. Dios se ha revelado; conocerle es el privilegio de todo creyente.

Uno gran recurso acerca de este tema es “Mujer de la Palabra”, de Jen Wilkin. Estas son solo cinco de las cosas que aprendí leyendo este libro.

1. Estudiar la Biblia requiere esfuerzo.

“¿Sabes que la palabra discípulo significa ‘aprendiz’? Como discípulas de Cristo, tú y yo somos llamadas a aprender, y aprender requiere esfuerzo. También requiere buenos métodos de estudio. Sabemos que esto es cierto respecto a nuestra educación, pero ¿sabemos que esto es cierto en cuanto a seguir a Cristo?” (p. 21).

Aunque sabemos que la Biblia es mucho más importante que cualquier otro libro, solemos tratarla con mucho menos respeto de lo que tratamos otras obras literarias. ¿Pretenderíamos entender a Cervantes abriendo el Quijote en una página al azar, leyendo un fragmento, y tratando de adivinar su significado de acuerdo a nuestro estado de ánimo?

Aprender a manejar la Biblia con precisión no sucederá de la noche a la mañana. Ciertamente, el Señor hace cosas sobrenaturales en nosotros a través de su Palabra, pero —en su soberanía— Él ha determinado usar medios completamente naturales para que esto suceda. Dios nos llama a esforzarnos mientras Él mismo nos hace crecer en su verdad.

2. La Biblia se trata de una gran historia: el evangelio.

“Si no tenemos clara la Gran Historia, quizá tengamos dificultad para encontrar continuidad entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo Testamento. […] Es posible también que malinterpretemos el propósito o énfasis de una historia más pequeña porque la hemos visto separada de su relación con la Gran Historia” (p. 54).

Desde pequeños nos suelen enseñar un montón de historias bíblicas llenas de héroes y aventuras. Aprendemos a ser valientes como David, generosos como el buen samaritano, y obedientes como Noé. Y aunque es cierto que en la Biblia tenemos muchos ejemplos positivos para imitar (y muchos ejemplos negativos para evitar), conocer las pequeñas historias no es el propósito principal de la Escritura.

Cada pasaje de la Biblia es como un hilo en un gran tapiz. Juntos forman una sola gran historia: la historia del evangelio. ¿Cuál es el propósito? Presentar a Jesús, el Señor. ¡Toda la Escritura se trata de Él (Lucas 24:13-35)! No debemos perder esto de vista mientras estudiamos la Biblia.

3. Paciencia y más paciencia.

“El estudio sano de la Biblia se basa en una celebración de la postergación de la recompensa. Adquirir alfabetización bíblica requiere que nuestro estudio tenga un efecto acumulativo, a través de las semanas, los meses y los años, de manera que la interrelación de una parte de la Escritura con otra se revele lentamente y con gracia” (p. 79).

A nadie le gusta esperar. Queremos abrir la Biblia, inmediatamente entender lo que leemos, y encontrar una aplicación práctica para la situación que estamos viviendo.

A nadie le gusta sentirse ignorante. Para encontrar gratificación instantánea, preferimos devocionales que nos hablen acerca de la Biblia en lugar de leerla por nosotros mismos. En lugar de luchar por entender lo que dice el pasaje, buscamos algún comentario en cuanto nos encontramos con cualquier obstáculo.

Esto difícilmente nos llevará a crecer en la Palabra. Dios nos ha dado una mente, ¡usémosla para su gloria!

4. Necesitamos más mujeres que enseñen a mujeres.

“Cuando una mujer ve a alguien que se parece a ella y suena como ella mientras enseña la Biblia con pasión e inteligencia, empieza a reconocer que ella también puede amar a Dios con su mente, quizá más de lo que había creído necesario o posible. Si yo solo hubiera oído a hombre enseñar bien la Biblia, no sé si me hubiera considerado capaz de hacer lo mismo. Gracias al Señor que me dio mujeres inteligentes y diligentes que establecieron un ejemplo de lo que significa abrir la Palabra con reverencia y habilidad” (p. 135).

Seguramente puedes nombrar a diez maestros de la Biblia en menos de un minuto. ¿Pero qué tal maestras? Aunque parece obvio decir que el estudio serio de la Biblia no es solo para hombres, es triste ver cómo en muchas iglesias no se exhorta a que las mujeres aprendan a profundizar por sí mismas en la Palabra y a enseñar a otras.

El llamado de amar a Dios con toda nuestra mente es para todo cristiano. Las mujeres necesitamos modelos a seguir; no solo en la conducta sino también en la enseñanza de la Escritura (Tito 2:3-4).

5. Estudiar la Biblia es contemplar a Dios.

“Hay muchas buenas razones para invertir en aprender la Palabra de Dios, pero no hay ninguna mejor que esta: cada esfuerzo con propósito, cada lectura con perspectiva, cada paso hacia adelante con paciencia, cada intento de seguir un proceso ordenado, cada porción de las Escrituras impregnada con oración, todo eso nos acerca más a Su aspecto y nos pone en línea con el resplandor de Su rostro” (p. 157).

Estudiar no se trata de saber muchas cosas. Se trata de contemplar al Dios del universo y ser transformados por Él. Esta es la motivación que debe impulsarnos a acercarnos continuamente a la Palabra.

Nunca perdamos de vista que tener comunión con el Dios del universo es un privilegio indescriptible, que ninguno de nosotros merecemos. Menospreciar el estudio de la Biblia es menospreciar a Dios mismo; Él se ha acercado amorosamente en Jesús y a través de la Palabra. Amémosle también con todo lo que somos, incluyendo nuestra mente.


Imagen: Lightstock.
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