¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

En el libro de Hechos vemos a los apóstoles en acción. Los vemos orar, alabar a Dios, hacer milagros en el nombre de Cristo, pero sobre todo, cumplir con la misión que Jesús les dio: ser sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta lo último de la tierra (1:8).

Al inicio todo parecía estar en paz, pero esta obra evangelística pronto se vería marcada por una fuerte oposición por parte de los líderes religiosos de Israel. La venida de este antagonismo fue tan rápida, que para el capítulo 4 del libro ya Pedro y Juan estaban encarcelados. La oposición, la cárcel, los azotes, y la muerte serían parte de la experiencia continua de los primeros testigos del Señor. Y es en este último punto de la persecución a los cristianos —la muerte—, donde entra a escena un hombre llamado Esteban.

Un siervo que dio su vida por Cristo

Hechos 6:1-7 nos dice que Esteban fue uno de los que escogió la congregación para que fuera parte del primer grupo de diáconos de la iglesia de Jerusalén. Lucas también relata que Esteban era un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo y que realizaba, por obra de Dios, milagros entre el pueblo. Hasta que un día

“algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, incluyendo tanto Cireneos como Alejandrinos, y algunos de Cilicia y de Asia, se levantaron y discutían con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces, en secreto persuadieron a algunos hombres para que dijeran: Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él, lo arrestaron y lo trajeron al Concilio. Presentaron testigos falsos que dijeron: Este hombre continuamente habla en contra de este lugar santo y de la Ley; porque le hemos oído decir que este Nazareno, Jesús, destruirá este lugar, y cambiará las tradiciones que Moisés nos dejó”, Hechos 6:9-14.

Ante estas falsas acusaciones, Esteban tomó la palabra y les dio un resumen de la historia de Israel con la finalidad de mostrarles que ellos, y no él, eran los que resistían a Dios:

“Ustedes, les dijo Esteban, son tercos e incircuncisos de corazón y de oídos, resisten siempre al Espíritu Santo; como hicieron sus padres, así hacen también ustedes. ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus padres? Ellos mataron a los que antes habían anunciado la venida del Justo, del cual ahora ustedes se hicieron traidores y asesinos; ustedes que recibieron la ley por disposición de ángeles y sin embargo no la guardaron”, Hechos 7:51-53.

La muerte de Esteban marcó el inicio del tiempo en que la iglesia sellaría, en muchas ocasiones, su testimonio de Cristo con su propia sangre.

Este glorioso testimonio en el que Esteban afirmó que veía los cielos abiertos y a Cristo de pie a la diestra del Padre (7:56) lo llevo a la muerte. Lucas narra sus últimos minutos:

“Echándolo fuera de la ciudad, comenzaron a apedrearlo […] y mientras lo apedreaban, Esteban invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió”, Hechos 7:58-60 (cf. 22:19-21).

La muerte de Esteban marcó el inicio del tiempo en que la iglesia sellaría, en muchas ocasiones, su testimonio de Cristo con su propia sangre. Esteban fue el primero de miles de testigos del Señor que morirían por testificar la verdad del evangelio, y es precisamente esto lo que el término mártir significa. “La palabra mártir viene del griego martus, que significa testigo. Como todos lo mártires, Esteban fue un testigo de su Señor, hasta el punto de la muerte”.[1]

La valentía de Esteban ha sido un ejemplo para incontables creyentes, como podemos ver a la largo de la historia de la iglesia.

¿Cómo afrontarías una persecución extrema?

Decio (201-251 d. C.), el emperador romano, llegó al poder más de doscientos años después del martirio de Esteban. Su deseo era regresar al culto de los antiguos dioses, por lo que mandó que todos los habitantes del Imperio hicieran sacrificios ante las deidades romanas y quemaran incienso ante la estatua del emperador. Los que obedecieran obtendrían un certificado como prueba, pero tratarían como criminales a quienes se negaran y carecieran del certificado.

Oremos que, ante cualquier amenaza de persecución, podamos recordar y confiar en las palabras de nuestro Salvador.

El historiador Justo González señala la respuesta de los creyentes ante aquel reto:

“Como era de suponerse, este mandato imperial tomó a los cristianos por sorpresa. Las generaciones que se habían formado bajo el peligro constante de la persecución habían pasado, y las nuevas generaciones no estaban listas para enfrentarse al martirio. Algunos corrieron a obedecer el edicto imperial tan pronto como supieron de él. Otros permanecieron firmes por algún tiempo, pero cuando fueron llevados ante los tribunales, ofrecieron sacrificio ante los dioses. Otros, quizá más astutos, se valieron de artimañas y del poder del oro para obtener certificados falsos sin haber sacrificado nada. Otros, en fin, permanecieron firmes, y se dispusieron a afrontar las torturas más crueles que sus verdugos pudieran imponerles”.[2]

Aunque pocos murieron bajo el mando del emperador Decio (ya que su intención no era la muerte sino la apostasía), la pregunta que surge para nosotros cuando consideramos episodios así en la historia es: ¿hubieras sido de aquellos que negaron su fe, o hubieras sido de los que se mantuvieron fieles a Cristo, a pesar de la tortura y un posible martirio?

Oremos que, ante cualquier amenaza de persecución, podamos recordar y confiar en las palabras de nuestro Salvador, quien dijo: “Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí” (Mt. 5:11), y “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10).


[1] Dockery, D. S. (Ed.). (1992). Holman Bible Handbook (p. 642). Nashville, TN: Holman Bible Publishers.

[2] González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (p.107). Editorial Unilit.


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando