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La Confesión de Fe de Westminster es muy clara al resumir la relación de Dios con la maldad:

“El pecado no es simplemente permitido por Dios, sino que está atado, ordenado y gobernado por Él en la plenitud de su sabiduría y poder para que cumpla sus propios propósitos santos. Sin embargo, la pecaminosidad todavía pertenece a la criatura y no procede de Dios, cuya santa justicia no puede causar ni aprobar el pecado”.

¿Dios causa el mal? ¿O no tiene poder sobre el mal? Estas son preguntas importantes que los cristianos se han hecho por años. Por eso sus respuestas también son importantes para nosotros. No se trata simplemente de una cuestión académica. Cuando me suceden cosas malas, importa si creo que Dios no pudo actuar o si creo que Dios pudo haber actuado y no lo hizo, o si estaba usando soberanamente esas cosas en mi vida con un propósito. Estas preguntas golpean el corazón de lo que creemos sobre la bondad, soberanía y misericordia de Dios.

Debemos considerar este tema con humildad y paciencia. Sobre el mismo, Juan Calvino concluyó: “Este secreto supera tanto la percepción de la mente humana, que no me avergüenzo de confesar mi ignorancia”. Al igual que Calvino, también nosotros debemos confesar nuestra ignorancia. Entonces, veremos que hay cosas que podemos afirmar, debido a lo que enseña la Biblia, y al mismo tiempo afirmamos que estas cosas son ciertas incluso si no podemos entender exactamente cómo todo encaja. Veamos algunas verdades que encontramos en la Biblia sobre la forma en que Dios se relaciona con la maldad:

Dios es soberano frente al mal

Esto significa que Dios permite y usa soberanamente el mal, pero sin pecar ni ser culpable de ningún pecado. El libro de Job nos ayuda a entender la afirmación anterior al conocer lo que está sucediendo detrás del escenario. Es decir, leemos sobre la conversación que ocurre entre Dios y Satanás, pero es importante recordar que el redactor del libro sugiere que Job no sabe nada de esa conversación. Job simplemente vive su vida cuando todas estas cosas terribles comienzan a suceder. Después de todo lo que Job sufrió, su esposa le dijo: ¡maldice a Dios y muérete! Sin embargo, Job le responde: “¿Aceptaremos el bien de Dios pero no aceptaremos el mal?” (Job 2:10).

Esta respuesta de Job supone que el bien proviene de Dios y debemos aceptarlo. Sin embargo, Job reconoce que, de alguna manera, el mal puede venir a nosotros como resultado de la voluntad permisiva de Dios, aunque va más allá (Job 1:12), y debemos aceptarlo confiando en que puede ser para nuestro bien (Ro 8:28). Las Escrituras son claras en cuanto a que Dios usa la calamidad y el sufrimiento. A veces es para juzgar y a veces es para nuestra disciplina. La Biblia expresa estas cosas como una demostración de la soberanía de Dios sobre todas las cosas.

Como escribe Thomas McComiskey: “El juicio divino es una expresión de la soberanía del Señor”.[1] Puede ser difícil de entender la relación de Dios con el pecado, el sufrimiento o la calamidad. Es necesario aclarar que el desastre o el castigo puede venir de Dios, pero no el mal ético contrario a su Palabra. Es decir, Dios no es malo, Él no peca. Trae calamidad y juicio, pero sin pecado. Sin ser culpable del pecado. Recuerda la afirmación que citamos de la Confesión de fe de Westminster.

Entonces, afirmamos que Dios es soberano sobre el pecado, la calamidad, el juicio y el castigo. Sin embargo, enfatizamos que Dios no peca, ni practica el mal. Él es justo, bueno y santo en todo lo que hace de manera soberana y para sus buenos propósitos.

Dios tiene propósitos claros para el mal

El apóstol Pablo escribió al respecto: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito” (Ro 8:28).

Este versículo es fácil de citar, pero difícil de creer. Sin embargo, la verdad que contiene es para consolarnos en medio de las dificultades. En sus buenos propósitos, Dios puede usar la peor de las situaciones para nuestro bien, nuestra santificación o disciplina. El autor de Hebreos dice claramente que “es para su corrección que sufren” (He 12:7). El propósito es claro: “Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad” (He 12:10). La disciplina de Dios a su pueblo es evidencia de su misericordia y bondad para que veamos nuestro pecado, nos arrepintamos y confiemos en Cristo. Y eso debería animarnos.

Después de que el autor de Hebreos habla sobre la dificultad de la disciplina y su propósito de santificarnos, afirma: “Por tanto, fortalezcan las manos débiles y las rodillas que flaquean” (He 12:12). En otras palabras, ¡anímense hermanos! A nadie le gusta el sufrimiento, la disciplina o la calamidad. Pero la Biblia enseña que Dios puede usar eso para nuestro bien. Puede ser difícil comprender cómo Dios permite o usa el mal, pero sin pecado en sí mismo. Y cómo puede usar estas cosas para buenos propósitos. Pero es lo que la Biblia dice y lo que debemos afirmar.

Recuerda que Dios ha mostrado las sobreabundantes riquezas de su gracia para con nosotros en Jesucristo, y que su bondad es para guiarnos al arrepentimiento. No olvides que Él es compasivo y clemente; lento para la ira, abundante en misericordia y verdad (Sal 103:8).


[1] Thomas McComiskey, The Minor Prophets: An Exegetical and Expository Commentary, p 379.
Nota del editor: 

Este artículo fue tomado y adaptado de un episodio del podcast Teología en tu vida.

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