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“Porque, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella como está el SEÑOR nuestro Dios siempre que Lo invocamos?”, Deuteronimio 4:7.

La mayoría de los cristianos tienen un momento en el que se encontraron orando con desesperación. Recuerdo cuando me pasó. Me sentía como si todo mi futuro se estuviera desmoronando. Envié mensajes de texto apresurados a amigos que compartían mi dolor y les pedí que oraran por mí. Caí en un silencio de lágrimas, con la sensación de que las palabras finalmente me habían fallado. Necesitaba clamar a Dios, pero me preguntaba si me escucharía o si le importaría. En ese momento, ¿cómo le hablaría? ¿Cómo empezaría mi oración? ¿Me oiría?

Nos referimos a Dios con diferentes nombres: Dios, Señor, Padre, Jesús, Espíritu, Salvador, y muchos otros. Cada uno arroja luz sobre el carácter de Dios. A veces llamamos a Dios por un cierto nombre para enfatizar su bondad o su misericordia. A veces recurrimos a una persona específica de la Trinidad, como cuando oramos al Padre. Otras veces, podemos referirnos a Él por su título, “Señor”.

En esa noche de lloro y desesperación, supe a quién llamar. No era un nombre nuevo. Millones de cristianos se han referido a Dios así a lo largo de los siglos. Fue un nombre que encontré en la universidad cuando estudié a los puritanos, un nombre que comenzó a reformular mi idea de quién es Dios y cómo me ama.

Ese nombre es: “Providencia”.

¿Quién es la Providencia?

Dios, en su soberanía, tiene en mente lo que es mejor para aquellos que son suyos.

El padre de la iglesia primitiva, Ireneo, escribió: “El creador del universo […] ejerce su providencia sobre todas las cosas, y arregla los asuntos de nuestro mundo”. La providencia es la manera en que Dios gobierna soberanamente toda la creación. Pero es más específico que eso. Más de un milenio después, Juan Calvino escribió: “Él sostiene, nutre, y cuida todo lo que ha hecho, hasta el último gorrión […]. Nada sucede por casualidad” (1.16.1). A Dios le importa. Dios nutre. Dios, en su soberanía, tiene en mente lo que es mejor para aquellos que son suyos.

Recuerdo en la universidad y en el seminario innumerables debates y disputas sobre la soberanía de Dios. Había historias de horror de jóvenes predicadores demasiado entusiastas que usaron esa doctrina como martillo. Pero fue la doctrina de la providencia de Dios la que convirtió la soberanía de Dios de un martillo a una almohada sobre la cual descansé mi cabeza cansada. Me habían contado muchas veces cómo Dios era soberano sobre todo en el mundo y en mi vida. El mensaje de la providencia de Dios, sin embargo, abrió mis ojos a la verdad: el amor de Dios gobierna la soberanía de Dios. Su soberanía no es una regla fría y dura que no toma en cuenta el sentir del hombre. En la doctrina de la providencia, vemos más claramente que Dios satisface las necesidades de su pueblo, de acuerdo con su amor por ellos.

Dios responde a las oraciones de solo dos maneras: provisión o protección.

Cuando Providencia es quien te cuida, no debes temer la pérdida, el dolor, o la muerte. Esto sustenta la enseñanza de Jesús en Mateo 6:25–34. “No estén ansiosos por nada” (Mt. 6:25). Jesús dice que podemos ver la providencia de Dios sobre la creación y allí ver su amor por nosotros en miniatura. Los pájaros no siembran, pero son alimentados (Mt. 6:26). Los lirios del campo no trabajan, y sin embargo, están vestidos con más magnificencia que Salomón (Mt. 6:28-29). Y nosotros, dice Jesús, somos mucho más que ellos. Dios no es solo nuestro Creador; es nuestro Padre amoroso.

La conclusión de Jesús es certera. “Porque los Gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas —dice—. Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt. 6:32–33).

Él sabe que las necesitas.

La provisión de Dios no es arbitraria. Él no retiene las bendiciones para someter a sus hijos a una prueba cósmica de tolerancia al dolor. La Providencia es el Dios nuestro, y Él conoce nuestras necesidades. Él añadirá la provisión.

En esa noche amarga y de llanto supe que el Dios a quien oré es el Dios que sabe lo que necesito y que provee para mí.

Oración y Providencia

Si eso es cierto, cambiará nuestra vida de oración de ser un engaño, un trueque, o una jactancia, y la transformará en una confianza fiel en el Dios que provee, el Dios que es la Providencia. Al final, Dios responde a las oraciones de solo dos maneras: provisión o protección. Si nos da lo que pedimos, es por su gran amor. Pero lo contrario también es cierto (y a menudo no nos damos cuenta): si el Señor no nos da lo que pedimos, entonces nos protege de ello. Debido a que Dios le da a sus hijos solo buenas dádivas, cada vez que retiene algo, podemos estar seguros de que no servía para su propósito final: conformarnos a la imagen de Cristo.

A veces Dios no nos da las cosas que pedimos porque la cosa en sí es mala. Otras veces es debido al fruto podrido que traería a nuestras vidas, el dolor invisible que causaría, o las lecciones o la formación que nos quitaría. A veces, el “no” de Dios es por un tiempo, y al esperar, nos da lo que no hubiéramos obtenido si nos hubiera dado de inmediato lo que pedimos. A menudo, somos llamados a ser como la mujer de la parábola de Jesús que busca la justicia de un juez injusto, y debemos esperar en el Señor y ser persistentes en nuestro pedir. Pero incluso en ese caso, Dios no es el juez injusto. En esos momentos, no aguanta hasta que nos arrastremos en súplica; más bien, en su tiempo providencial, nos forma y conforma hasta que estemos listos para recibir su respuesta.

En cada oración concedida y en cada “no”, quien responde a nuestras oraciones es la misma Providencia.

Cualquiera que sea la respuesta, podemos estar seguros de esto: en cada oración concedida y en cada “no”, quien responde a nuestras oraciones es la misma Providencia. Él nos ha mostrado en la encarnación, la cruz, y la resurrección de Cristo, lo que está dispuesto a hacer por nuestro beneficio.

Carlos Spurgeon dijo una vez de Dios: “[El cristiano] confía en Dios aun cuando no lo ve”. Cuando llega al alma la noche oscura, cuando las lágrimas fluyen como un río después de una tormenta, y cuando nuestras oraciones parecen rebotar en el techo, podemos estar seguros de que el Dios que reina no solo escucha y contesta nuestras oraciones, sino que también provee, nutre, y promete hacer todas las cosas nuevas.

La Providencia nos ama y nos escucha.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Unsplash.
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