Este devocional es el tercero de una serie de cuatro reflexiones para leer y meditar en familia durante el adviento. Espera un nuevo devocional el próximo viernes.
Leamos
Lucas 2:1-20 (resumido):
Aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el mundo habitado. Todos se dirigían a inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. También José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse junto con María, comprometida para casarse con él, la cual estaba encinta. Sucedió que mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su Hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: «No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo:
Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.
Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dado a saber». Fueron a toda prisa, y hallaron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Cuando lo vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este Niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores. Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho.
Reflexionemos
Ya nos acostumbramos a las escenas dibujadas en las tarjetas navideñas, que relatan la noche en Belén cuando Jesús nació: el ranchito lleno de animales mansos sonriéndole al bebé gordito y rosado que duerme o devuelve la sonrisa; un par de papás primerizos relajados, sin ojeras y disfrutando del momento; y uno o dos pastorcitos postrados o parados con la manita en el corazón. Nada de esto indica una situación de guerra. Sin embargo, la humanidad estaba en tal peligro que Dios mismo, el Creador de los cielos y la tierra, decidió bajar a solucionarlo ¡poniéndose carne y hueso para traernos paz!
Hace mucho tiempo le declaramos la guerra a nuestro Dios cuando, representados por Adán (Gn 3), hicimos lo que nos pareció bien, despreciándolo y desconfiando de Su amor. Desde entonces, todos nacemos queriendo ser nuestro propio Dios y luchamos con ese impulso cada día de nuestra vida.
Los ángeles montaban un espectáculo, invitándonos a acercarnos a adorar sin temor al mismo Dios hecho bebé, que se daría para ser nuestra paz
Esa noche en Belén parecía una noche cualquiera ―aunque había más bulla y movimiento de lo normal, porque las autoridades habían mandado a todos a apuntar su nombre al pueblo donde habían nacido (como cuando pasan lista en un salón de clases)―, pero casi nadie estaba atento a lo que realmente estaba pasando, pues suele ser que pocos están pendientes de lo que está ocurriendo en el cielo. Aún así, esa noche en el campo, nuestro Dios vio con ternura a la humanidad y se agachó para abrir la cortina de los cielos y revelarse: Dios mismo había llegado a la tierra para salvar a Su pueblo.
Unos pastores de ovejas, posiblemente muchachos, quienes jamás habrían sido invitados a un palacio, escucharon una orquesta angelical de lujo y un anuncio impresionante que comenzaba con: «No teman». Era natural que sintieran miedo, pues el miedo es la reacción del que huye porque sabe que es culpable. En el momento en el que Dios escoge revelarse —como Él es luz—, vemos la guerra que enfrentamos contra Él y que quizás, como los habitantes de Belén esa noche, ni siquiera habíamos notado.
Algo similar le pasó también al pueblo de Israel tiempo atrás, cuando Dios hizo un despliegue de nubes y truenos en el Sinaí dando Su ley a Moisés. Entonces, debido a su falta de santidad, el pueblo solo pudo asombrarse de lejos, sin siquiera poder pisar el borde del monte (Éx 19). Pero, ahora, los ángeles montaban un espectáculo musical privado y lleno de luz para unos pastorcitos y para nosotros, invitándonos a acercarnos sin temor, para ver y adorar al mismo Dios hecho bebé, que crecería para cumplir toda la ley y hacerse nuestra justicia, dándose en intercambio para ser nuestra paz (cp. Ro 5:1).
Oremos
Padre, gracias por Tu Hijo Jesús, porque por Él podemos acercarnos con paz a Ti. Gracias porque Cristo terminó la guerra que nos separaba de Ti. Ayúdanos a vivir como hijos Tuyos, anunciando y buscando la paz que hiciste posible para los que creemos Tu evangelio. Amén.
Compartamos
Los cristianos mostramos ser hijos de Dios cuando presentamos al Dios que hizo la paz con nosotros en Cristo Jesús y cuando buscamos la paz entre nosotros. Por ejemplo, en esta semana:
- Cuando surja un conflicto, digámonos unos a otros: «Recuerda, Jesús murió para que podamos buscar la paz que sólo Él nos puede dar» (¡Practiquemos esto ahora mismo!).
- Cada uno, busquemos contarle a alguien que antes éramos enemigos de Dios, pero que ahora nos podemos acercar a Él con paz, porque Jesús lo hizo posible.