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Nuestras palabras tienen una gran influencia en la vida de nuestros hijos, pero no siempre somos conscientes de esta realidad. En más ocasiones de las que quisiéramos admitir, hacemos daños y destruimos a nuestros hijos con la manera en que les hablamos. Podemos interactuar con ellos con palabras hirientes o destruir su carácter con palabras que denigran. También podemos generarles culpa, por ejemplo, cuando continuamente les señalamos lo mal que lo han hecho.

En todo momento nuestras palabras pueden tomar direcciones distintas y el libro de Proverbios hace referencia a esta realidad:

Como manzanas de oro en engastes de plata
Es la palabra dicha a su tiempo (Pr 25:11).

La lengua del justo es plata escogida,
Pero el corazón de los impíos es poca cosa.
Los labios del justo apacientan a muchos,
Pero los necios mueren por falta de entendimiento (Pr 10:20-21).

De la boca del justo brota sabiduría,
Pero la lengua perversa será cortada.
Los labios del justo dan a conocer lo agradable,
Pero la boca de los impíos, lo perverso (Pr 10: 31-32).

Necesitamos recordar que nuestras palabras son una parte importante de aquello que está moldeando el corazón y el carácter de nuestros hijos

La manera en la que hablamos a nuestros hijos puede apacentar o aplastar, estar llena de sabiduría o de necedad, dar a conocer lo agradable o ser palabras amargas. Necesitamos recordar que nuestras palabras son una parte importante de aquello que está moldeando el corazón y el carácter de nuestros hijos. Nuestras palabras hacia ellos impactarán la forma en que nuestros hijos verán la vida y se verán a sí mismos. 

Palabras que destruyen

Vale la pena que nos preguntemos por qué decidimos tomar el camino de la destrucción con nuestras palabras. Después de meditar esto en oración y de recordar mi propia experiencia pecando contra mis hijos, concluí que hay, al menos, dos razones por las que hablamos mal a nuestros hijos

1. Creemos que, al ser responsables de ellos, podemos hablarles como queramos.

Todo lo que existe pertenece al Señor, nuestras vidas son de Él y eso también es verdad con respecto a nuestros hijos. Somos responsables de ellos, pero en última instancia ellos son criaturas de Dios y por tanto le pertenecen.

Que seamos madres no nos da el derecho de aplastar a nuestros hijos con nuestras palabras. Recordemos que cada vez que les hablamos sin gracia estamos ofendiendo a Aquel que es su dueño, como dijo Jesús: «En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos Míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron» (Mt 25:40).

2. Olvidamos que nuestras palabras reflejan la condición de nuestro corazón.

El problema nunca es el problema. Nuestras palabras son la evidencia de algo más profundo en nuestro corazón. 

No es suficiente reconocer nuestro profundo pecado del corazón: debemos correr a Jesús para encontrar Su ayuda oportuna

Quizás el problema es que tenemos un sentido equivocado de autojusticia: nos vemos mejor que nuestros hijos y pensamos que necesitamos «hacerlos pagar» por sus acciones. Quizás tenemos un problema de ira: nos enojamos con mucha facilidad y explotamos con palabras que destruyen. Puede que tengamos un problema de falta de amor. 

Pero no es suficiente reconocer nuestro profundo pecado del corazón: luego de examinar nuestros corazones a la luz del evangelio, debemos correr a Jesús para encontrar Su ayuda oportuna. 

Palabras que dan vida

Hace unos días estaba ayudando a mis hijos con sus asignaciones escolares. Si te pasa como a mí, esos momentos pueden variar entre ser un desastre total y ser un tiempo fluido en el que terminamos rápido y animados.

Ese día en particular, uno de mis hijos «estudiaba» para un examen, pero yo veía que solo miraba las páginas. No me extrañaba que, cuando me decía que estaba listo, se equivocara en muchas de las respuestas. Cada vez que esto pasaba, sentía un fuego que iba creciendo dentro de mí (no precisamente un fuego santo). Mis palabras se volvían duras e inclinadas al enojo, en lugar de al ánimo. Llegó un momento en que estaba bien molesta, porque preguntaba y mi hijo seguía equivocándose. Entonces mi otro hijo intervino y dijo a su hermano: «Vamos que tú puedes, yo sé que puedes hacerlo». Para mi vergüenza, reconocí que esa actitud era la que yo debía haber tenido desde el principio, como mamá y seguidora de Jesús.

Nuestra labor es hablar a nuestros hijos palabras que dan vida, que los apunten a sus pecados, pero que los ayuden a ver a Jesús quien los perdona y salva

No me malinterpretes, que nuestras palabras estén llenas de gracia y de estímulo no implica que no haya corrección. Disciplinar a nuestros hijos es completamente necesario, pero aún esta puede ser hecha con palabras que destruyan o con palabras que imparten gracia. Como dice la Biblia: «Muerte y vida están en poder de la lengua, / Y los que la aman comerán su fruto» (Pr 18:21).

Parte de nuestra labor como madres, por amor a nuestro Señor y a nuestros hijos, es hablar palabras que dan vida, que traigan seguridad, que los estimulen a buscar lo mejor, que los apunten a sus pecados, pero que también los ayuden a ver al gran Jesús que perdona y salva.

Aprendamos de Jesús

En Jesucristo tenemos el ejemplo de Uno que no abrió Su boca para maldecir a quienes le hacían daño, pues Sus palabras estaban continuamente llenas de gracia y verdad. En Él no solo tenemos ejemplo, sino que encontramos la gracia que necesitamos para vivir de la misma manera. Además, solo en Cristo encontramos perdón y restauración cuando lo hemos hecho mal

Que el Señor nos ayude a que nuestras palabras puedan ser un manantial de vida para nuestros hijos.

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