¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Dios hizo todo. Él es la fuente de toda verdad, sabiduría, y belleza. Sin Él nada existiría; no habría materia, tiempo, energía, ni espacio. Él entiende cómo funciona cada rincón del universo. Nada se esconde de su mirada. Ni el pasado ni el presente ni el futuro.

Dios puso los planetas en movimiento. Él sostiene cada una de sus órbitas desde el principio hasta hoy. Él conoce íntimamente las profundidades del mar, y sabe de cada criatura escondida que espera ser descubierta por el hombre. Él vio cada uno de nuestros embriones y diseñó el proceso a través del cual dos minúsculas células llegan a formar un ser humano.

Dios mira las profundidades de los corazones, y nos conoce mucho mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Él sabe cosas que nuestros labios jamás han pronunciado, y los pensamientos que hemos tratado de ahuyentar rápidamente. Él conoce nuestro orgullo y nuestra vergüenza. Él sabe todo acerca de nosotros y aún así decidió amarnos. 

Dios es asombroso.

“Desde muy pequeño mi papá me inculcó el amor por la naturaleza; crecí queriendo ser un científico. Aunque en los primeros años de mi carrera me fue difícil ver la gloria de Dios en mis estudios, todo cambió cuando comencé a estudiar bioquímica. Al entender las complejidades de la formación de las proteínas y su funcionamiento, no tuve más opción que maravillarme y reconocer que todo esto era obra de Dios” (Ángel Tejada, químico biólogo).

La Escritura está llena de pasajes que nos llaman a adorar al Señor por su majestad. No se nos dice que lo adoremos solo porque sí, como si Dios fuera un ser caprichoso y hambriento de elogios vacíos. La Biblia nos muestra una y otra vez que Dios es digno de admirar. La Biblia nos llama una y otra vez a asombrarnos.

“Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos,
Y todo su ejército por el aliento de Su boca.
Él junta las aguas del mar como un montón;
Pone en almacenes los abismos.
Tema al Señor toda la tierra;
Tiemblen en Su presencia todos los habitantes del mundo”, Salmo 33:6-8.

Los seres humanos fuimos creados para contemplar la gloria de Dios y ser transformados por ella. Fuimos creados para ser cautivados y satisfechos por la Fuente de todo lo bueno.

Pero nos olvidamos de esto una y otra vez. Las cosas de este mundo nos distraen con demasiada facilidad. Deseamos dinero, sexo, poder, reputación, o admiración de las personas en lugar de desear a Dios. Nuestros anhelos son cosas increíblemente pequeñas, microscópicamente insignificantes, cuando tratamos de compararlas con el esplendor de nuestro Rey. Sabemos esto, pero las seguimos persiguiendo. Quitamos nuestra mirada de Dios y la ponemos sobre las cosas de la tierra.

Nuestra hambre de gloria nunca desaparece, pero nos olvidamos de dónde podemos encontrarla. Buscamos y buscamos entre lo efímero, pensando que estamos más cerca de encontrar lo que anhelamos, cuando en realidad nos alejamos más y más de lo eterno.

Necesitamos recordatorios. Recordatorios constantes.

Y Dios lo sabe. Él nos dio esos recordatorios. Unos de ellos es la ciencia.

“El control y la soberanía de Dios me quedaron muy claros cuando estudiaba biología molecular en la universidad. No solemos estar conscientes del universo de señales precisas que ocurren en una sola de nuestras células. Hay moléculas mensajeras por todos lados y de alguna forma llegan a donde deben para cumplir con su función. Esa materia me llevó a decidir hacer una maestría estudiando a las neuronas del cerebelo en desarrollo. Y entonces pude ver a una neurona caminar. Literalmente me dedicaba horas a estar en el microscopio viendo neuronas moverse de un punto a otro para ayudar a la maduración del cerebelo. Era mi experimento favorito. Ver a Dios como creador perfecto y como ser amoroso es algo constante en mi trabajo” (Sandra González, química).

¿Alguna vez te has preguntado por qué el cielo es azul? ¿O qué sonido hacen las jirafas? ¿O qué tan lejos se encuentra la estrella más brillante del cielo nocturno?

El trabajo del científico es responder las preguntas que se hizo cuando era niño. Los hombres y las mujeres de ciencia son exploradores que desean descubrir cómo funciona el mundo. Ellos buscan entender por qué las cosas son como son y no de otra manera.

“Grandes son las obras del Señor; estudiadas por los que en ellas se deleitan”, Salmo 111:2 (NVI).

La ciencia es el estudio del mundo natural a través de la observación y la experimentación. Dios llenó este mundo natural con su gloria: los cielos cantan acerca de ella. El océano habla de la profundidad de la sabiduría de Dios. El viento nos muestra su soberana voluntad para salvar. Las vides expresan que el Señor es quien nos sostiene. Las rocas proclaman de la fidelidad con la que Dios cuida de su creación. 

Como dice el salmo 111, el científico estudia las obras de Dios porque se deleita en ellas. Porque se maravilla al ver la complejidad en la biología celular de una bacteria o al encontrarse frente a frente con un agujero negro supermasivo.

En su libro Asombro, Paul Tripp le llama a esto “asombro para recordar”. Deberíamos regocijarnos en las cosas de la tierra, porque estas nos recuerdan de Aquel que es digno de nuestro asombro. 

Conocer mejor el mundo que habitamos nos lleva a maravillarnos en Aquel que lo creó. La Escritura nos invita a contemplar los cielos (Sal. 19:1) y a considerar la hormiga (Pr. 8:6-8). Si observamos atentamente la creación —y ese es el trabajo del científico— veremos que esta nos muestra al Creador (Ro. 1:19-20).

La ciencia nos ayuda a ver a Dios más glorioso que nunca. La ciencia nos hace humildes al ser confrontados con el esplendor del universo y su Hacedor. La ciencia nos lleva a asombrarnos. 

“Estudiar física ha sido un camino que volvería a tomar mil veces. Constantemente te sorprendes con lo que aprendes. La cantidad de información que hemos conseguido acerca de la naturaleza es enorme (y sigue creciendo). Eso nos habla del Creador. Cuando estudiamos mecánica cuántica nos sorprendemos con el comportamiento tan extraño de las cosas pequeñas, y cuando estudiamos cosmología nos asombramos con el tamaño inimaginable del universo (que va en aumento) y cómo funcionan sus grandes estructuras. La creación grita de la sabiduría e intelecto del Creador” (Elizabeth Garcés, física).

La ciencia no es el objetivo final. No es el objeto de nuestra alabanza. El único digno de nuestro “asombro para adorar”, como le llama Paul Tripp, es el Señor.

“El asombro para recordar debe estimular inmediatamente en nosotros el segundo tipo de asombro, el asombro para adorar. Las glorias del mundo creado fueron diseñadas para invitarte a adorar la gloria del Dios que las hizo y las controla” (p. 119).

El científico puede vivir maravillado de lo que descubre bajo el microscopio. Pero si se asombra de las obras sin asombrarse del Dios de las obras, el científico tiene un enorme problema.

Como todas las cosas buenas que nos apuntan al Señor, la ciencia es un dios terrible. No puede soportar el peso de nuestra adoración. Si dejamos que nuestro asombro sea capturado por el método científico, terminaremos siendo orgullosos, sintiéndonos autosuficientes, y atrapados en una búsqueda de conocimiento que no tiene final.

Nuestra mirada debe estar puesta en el Dios de la ciencia. El único que satisface los anhelos más profundos de nuestros corazones. 

Ojos para ver

Cuando no somos asombrados, el problema no está en Dios, sino en nosotros. Y es un problema que no podemos resolver por nuestra cuenta. Sin la obra del Espíritu Santo, estamos completamente perdidos (Sal. 119:18). No solo somos ciegos a la majestad de Dios, somos ciegos a nuestra propia ceguera.

Jesús vino a dar vista a los ciegos y libertad a los cautivos. Antes nos encontrábamos en la oscuridad y en la esclavitud del asombro de nosotros mismos. Aunque podíamos deleitarnos al ver una puesta de sol o el resplandor de una estrella fugaz, no éramos capaces de ver la gloria del Creador del cielo y de la tierra.

Gracias a Dios por Cristo, quien nos trajo de la oscuridad a la luz. Él nos dio ojos para ver y nos permite asombrarnos con gozo mientras crecemos, a través de la ciencia, en el conocimiento de todo lo que Él ha hecho.

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando