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Hay un refrán popular en los Estados Unidos que dice así: “Los palos y las piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras nunca me harán daño”.

¿Cuántos de nosotros creemos en esta mentira? Peor aún, ¿cuántos de nosotros la perpetuamos? Recitamos suavemente ese refrán a nuestros hijos mientras recordamos las cicatrices de nuestras propias heridas hechas por medio de palabras.

Pero esta conveniente mentira no es solo para niños. Esta es la era de las redes sociales, la era de los fragmentos de audio, los desacuerdos sobre política, normas, raza, y patriotismo. Podemos sentirnos tentados a pensar que vociferar nuestras opiniones no hace daño. Pero con demasiada frecuencia, cuando nos comprometemos con aquellos que están en desacuerdo, no buscamos la conversión, la compasión, o la comprensión. Buscamos la victoria.

Y entonces nuestras palabras se convierten en armas.

Las palabras son poderosas

Podemos rastrear el poder de las palabras desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

La creación del universo comenzó con palabras: “‘Hágase la luz’. Y hubo luz” (Gn. 1:3).

La humanidad cayó en pecado porque Eva se atrevió a intercambiar palabras con el padre de las mentiras (Jn. 8:4), quien estaba envuelto en la piel de una serpiente. Astutamente puso dudas en la mente de ellos con palabras: “¿Dijo realmente Dios, ‘No puedes comer de ningún árbol en el jardín?'” (Gn. 3:1). Entonces sus palabras provocaron orgullo: “De hecho, Dios sabe que cuando lo comas tus ojos se abrirán y tú serás como Dios” (Gn. 3:6).

Después de la Caída, Dios maldijo con palabras a Adán, a Eva, a la tierra, y a la serpiente (Gn. 3:14-24). Entonces Sus palabras proclamaron el evangelio, apuntando a los primeros pecadores hacia la esperanza de un Salvador: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia. Él golpeará tu cabeza, y tú le herirás en el talón” (Gn. 3:15).

Y así continúa. A lo largo del Antiguo Testamento, las palabras le alteraron la vida a individuos, familias y naciones. Las palabras engañosas de Abraham, Sara, Jacob, y Rebeca devastaron a sus familias.

Pero Dios también usa palabras para gran bien. Las parteras hebreas y Rahab la prostituta hablaron palabras que preservaron la vida (Ex. 1:15-21; Jos. 2). Dios incluso usó un burro parlanchín para capturar la atención de un profeta malvado que estaba demasiado cegado por su propia ambición como para ver acercarse la muerte (Núm. 22:22-35).

Las palabras amargas que se arrojan constantemente desde un corazón corrosivo no solo destruyen al que habla, sino que a menudo dejan un rastro de relaciones rotas y gente amargada.

El Señor usó las palabras de oración de su pueblo para traer lluvia y hambre, curación y muerte, liberación y destrucción.

Presta atención a Sus palabras

Las narraciones bíblicas demuestran el poder de las palabras, y Dios también nos da enseñanzas explícitas sobre cómo ejercer su poder.

Necesitamos esta enseñanza. Tal vez hayas presenciado o incluso participado en una discusión que precipitadamente sale mal, secuestrada por el orgullo o la irracionalidad. A medida que la conversación se deteriora, se hace evidente que tu propósito no es buscar que haya comprensión, sino más bien probar algo. Los que hablan así usan palabras para demostrar su inteligencia, superioridad, o rectitud. Pero producen el efecto opuesto: revelan su propia necedad. Salomón nos advirtió acerca de esto: “Aun el necio es considerado sabio cuando calla, discierne, cuando sella sus labios” (Pr. 17:28).

Las palabras pueden ser letales. Las palabras amargas que se arrojan constantemente desde un corazón corrosivo (Mt. 15:18) no solo destruyen al que habla, sino que a menudo dejan un rastro de relaciones rotas y gente amargada.

Cuando derribamos a otros con nuestras palabras, también entristecemos al Espíritu Santo. En cambio, deberíamos decir “solo [lo que sea bueno] para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan” (Ef. 4:29) Deberíamos hablar palabras que dan vida.

Considera cómo “lo siento, por favor, perdóname” restaura una relación y la fortalece. Piensa en el cumplido oportuno, o la palabra alentadora que “es como las manzanas de oro en las bandejas de plata” (Pr. 25:11). Medita sobre las palabras útiles en un discurso, sermón, conversación, o libro que te inspiró a soñar, buscar, crear, o construir.

De hecho, “la muerte y la vida están en poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto” (Pr. 18:21).

La Palabra hecha carne

El mayor testimonio del poder de las palabras es la realidad de que nuestra fe depende del Verbo hecho carne (Jn. 1:1-3, 14).

El mayor testimonio del poder de las palabras es la realidad de que nuestra fe depende del Verbo hecho carne

La Palabra estuvo presente con el Padre al principio, y trajo este universo a la existencia. Hace dos mil años, el Verbo se vació a sí mismo, tomando la forma de un siervo, y murió humildemente en la cruz (Fil. 2 5-8). Y las últimas palabras de Cristo, “consumado es”, declararon que su obra redentora estaba completa para todos los que vendrían a Él por fe (Jn. 19:30).

Nuestra fe proviene de escuchar el evangelio predicado con palabras (Rom. 10:24). Y esta fe en el corazón se confiesa con la boca (Rom. 10:24).

Las palabras son importantes.

En la era actual, las personas seguirán usando palabras para herir y derribar. Pero por la fe esperamos ese día cuando la Palabra misma regrese y recree un mundo nuevo, donde todas las palabras traerán vida.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún
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