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¿Qué hacer cuando no deseas la Palabra de Dios?

Cuando era joven, mi madre hizo que mi hermano y yo bebiéramos jugo de ciruela (por razones obvias). Temía caminar hacia la cocina y ver ese vaso púrpura lleno de veneno espeso que me esperaba. Me tapé la nariz y bebí a regañadientes, ya que sabía que era bueno para mí. Pero no sabía bien.

Hay momentos en los que veo la Palabra de Dios como jugo de ciruela. En estos momentos mi alma se sienta letárgicamente para leer, y poco después de comenzar mis pensamientos vagan a mi lista de cosas por hacer. Abrir la Palabra de Dios a veces se siente más como una tarea que un deleite.

Sin embargo, así no es como lo describe David. David describe la Palabra de Dios como “más dulce que la miel” (Sal. 119:103). La Palabra debe tener buen sabor para nuestras almas porque es buena para nuestras almas. Cuando las Escrituras son más dulces para mí que la miel, entonces a lo largo del día corro hacia esa agua viva y pienso en sus palabras y las implicaciones que tiene para mi vida.

Pero ¿qué hacemos, especialmente en temporadas amargas y ocupadas, cuando leer la Palabra de Dios parece menos miel y más jugo de ciruela?

Da tu tiempo

La meditación lleva tiempo, algo que muchos de nosotros decimos no tener. Y sin embargo, es difícil creer que David pudiera decir que amaba la ley de Dios (Sal. 119:97) sin haberse dado el tiempo para cavar profundo y memorizarla, meditarla, y comprenderla.

La Palabra de Dios era la meditación del salmista todo el día (Sal. 119:97). La palabra hebrea para “meditación” aquí se refiere a un objeto de “reflexión, estudio, u oración”. Cuando meditamos bíblicamente, lo que hacemos es llenar nuestras mentes para pensar profundamente en un verso, un pasaje, o un tema.

La meditación requiere tiempo y energía, pero nuestra comprensión final es más profunda, más completa, y más robusta.

La diferencia entre leer y meditar es la diferencia entre rastrillar y cavar. Al igual como cuando se rastrillan hojas, puedes leer la Biblia en amplitud y consumir grandes porciones a la vez. Se puede “rastrillar” la Palabra de Dios con propósito, y de hecho algunas partes (como las narrativas del Antiguo Testamento) se prestan para ello.

Sin embargo, cuando excavas, estás leyendo la Biblia a profundidad. Te enfocas profundamente en cada palabra, matiz, tono, y emoción. Los agujeros se pueden cavar profundamente, y lo mismo es cierto con la Palabra inagotable de Dios. La meditación requiere tiempo y energía, pero nuestra comprensión final es más profunda, más completa, y más robusta.

Dale tu oído

Mientras lees, escucha con atención lo que Dios está diciendo. El conocimiento de David vino a través de la humilde sumisión a las Escrituras: al escuchar y obedecer. David dice que la Palabra de Dios lo hizo más sabio que sus enemigos, y le dio más perspicacia que sus maestros (Sal. 119:98-99).

La sabiduría no es solo la capacidad de discernir lo correcto de lo incorrecto, sino también la capacidad de conocer el mejor curso de acción en una situación. Para un rey como David, la sabiduría divina podría proteger la nación de sus enemigos. David no se jacta de su sabiduría; él sabe que le fue dada por Dios a través de su “mandamiento” (Sal. 119:98). Puesto que David había escuchado atentamente la Palabra de Dios, ella se quedaba con él incluso cuando no la estaba leyendo.

Cuando prestamos nuestro oído a la Palabra, podemos recordar y vivir por medio de ella. Es viva y activa, y a través de ella Dios habla a nuestros tiempos, circunstancias, y luchas particulares.

Da tú corazón

Combate la tentación de memorizar, meditar, y comprender la Palabra de Dios por el mero hecho de obtener conocimiento, porque la Palabra es la forma en que conocemos a Dios.

La Palabra no solo debe entrar en nuestras mentes, sino que también debemos permitir que cambie nuestras voluntades y acciones.

Hay una diferencia entre el conocimiento que produce obediencia y el conocimiento que simplemente produce más conocimiento. Muchas personas conocen hechos sobre Dios y su Palabra, pero no logran encarnar esas verdades. Tuve profesores universitarios que memorizaban más Escrituras que yo, estudiaban más historia bíblica que yo, y dominaban el griego y el hebreo; sin embargo, no se sometían a las palabras que leían. El verdadero conocimiento bíblico se desarrolla en obediencia.

Si realmente vamos a entregar nuestro corazón a la Palabra de Dios, no solo debe entrar en nuestras mentes, sino que también debemos permitir que cambie nuestras voluntades y acciones. Como nos recuerda el Salmo 119, debemos buscarla para mantener nuestros pies alejados del mal camino (v. 101), para que nos guíe a obedecer las reglas que el Señor nos ha enseñado (v. 102), y para que nos equipe para odiar todos los caminos falsos (v. 104).

Cuando la lectura de la Biblia sepa a jugo de ciruela, dale tu tiempo, tu oído, y tu corazón. A medida que lo hagas, su dulzura crecerá, y también lo hará tu amor por el Autor.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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