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Una tradición muy arraigada en muchos países es celebrar la cena de Navidad con familiares o amigos cercanos. Es un momento hermoso en el que recordamos todos las bendiciones y beneficios que Dios nos ha dado. Sin embargo, si somos sinceros, también somos capaces de convertirlo en una noche de estrés y disgusto. Más de una vez hemos elegido la «peor parte»: preocupación y molestia (Lc 10:41-42), en vez de disfrutar de Jesús y conmemorar Su nacimiento.

En cierta medida, esto sucede porque convertimos la cena de Navidad en nuestro pequeño momento de autorrealización y esperamos que las cosas salgan como las imaginamos. Queremos que asistan nuestros invitados de lujo, que nos halaguen por la decoración y la comida exquisita, y nos llenen de cumplidos. Deseamos que todo sea digno de una instantánea en redes sociales. 

Cuando nuestras expectativas no se cumplen, caemos con facilidad en la frustración revelando de ese modo que hemos hecho de la Navidad una celebración sobre nosotros mismos, no sobre Jesús.

Invita a alguien diferente

Una vez que Jesús fue invitado a comer en casa de uno de los principales de los fariseos, vio cómo el rito social de la cena era usado para la adulación y la falsa modestia. Se había convertido en una excusa para recibir recompensas y los anfitriones solo pensaban en sus propios intereses, no en el bienestar genuino de sus invitados. Entonces Jesús le dijo al hombre que lo había convidado esa noche:

Cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos (Lc 14:13-14).

Las palabras de Jesús fueron directo al corazón de aquella persona que estaba tratando de impresionar a todos. Me pregunto si no cometemos el mismo error cuando desvirtuamos la celebración navideña con nuestra preocupación por impresionar a los demás.

Jesús, siendo Dios, se hizo siervo. Esta verdad debería estremecer nuestros corazones todos los días y ser el centro de nuestra Navidad

Un buen ejercicio para lograr un cambio saludable sería seguir el consejo de Jesús e invitar a personas que no serían tu primera opción. Podría ser un vecino no creyente, un joven que se quedó en la ciudad por trabajo, un matrimonio nuevo en la iglesia o uno que asiste desde hace años pero con quienes tienes poca relación. ¿Qué tal invitar a una familia de la iglesia que sabemos que viven con bajos recursos? Ya sabes, gente que no saldría en tu feed de Instagram.

Rompe tu pequeño círculo de comodidad e invita a alguien «diferente». Conozco pastores que cada Navidad abren la invitación a todos los hermanos de sus iglesias que no tengan planes, con tal de que no pasen solos una noche tan especial.

Hay más personas solas para Navidad en nuestras iglesias de las que imaginamos. Solo nos hace falta, como se dice de forma popular, levantar la mirada más allá de nuestro ombligo y pensar en los demás. Ese fue el consejo de Jesús. Pero no fueron solo palabras bonitas, también fue Su ejemplo y actitud.

La actitud que hubo en Cristo 

¿De qué trata la Navidad? Lo sabemos de memoria pero lo practicamos poco. Este evento crucial en la historia de la redención es sobre Jesús, quien siendo Dios, no consideró Su deidad como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo y tomó la forma de siervo (Fil 2:5-7). Jesús, siendo Dios, se hizo siervo. Esta verdad debería estremecer nuestros corazones todos los días y ser el centro de nuestra celebración navideña.

El apóstol Pablo nos anima a que podamos tener esta misma mente que hubo en Cristo y sepamos considerar la situación de los demás antes que la nuestra (Fil 2:3-4). Estamos llamados a buscar el bien de los demás todos los días del año, pero debería ser más evidente en la Navidad, cuando recordamos que Jesús buscó nuestro bien eterno a costa de Su propia vida.

Debemos vigilar nuestros corazones y procurar que nuestra celebración navideña sea una ocasión para honrar a Dios y beneficiar a los demás, no para nuestra autorrealización o para lucirnos frente a otros. Aunque hay muchas maneras de poner esto en práctica, reitero que abrir las puertas de nuestro hogar y compartir la mesa es una de las más poderosas y significativas.

Una buena manera de celebrar la Navidad será honrando la actitud de Jesús al hacerse carne y buscar a los perdidos, los marginados y a aquellos que no podían «devolverle el favor» ni darle algo a cambio. Si en Navidad recordamos que Jesús nos invitó a Su mesa, también nosotros podemos compartir nuestra mesa con personas distintas a nosotros.

Comparte lo que tienes

Es posible que la idea de invitar a alguien «extraño» o inusual para una cena asociada con la familia sea desafiante. He compartido varias cenas de Nochebuena con personas que no hubiera imaginado tener en un principio. Sin embargo, puedo mirar atrás y agradecer a Dios por aquellos momentos.

La hospitalidad nunca será fácil pero siempre será una bendición

La hospitalidad nunca será fácil pero siempre será una bendición. Pedro exhortaba a sus lectores a hospedarse unos a otros, como una práctica de amor ferviente (1 P 4:8-9). Sus palabras ganan mucha más fuerza cuando recordamos que el apóstol le escribía a expatriados y peregrinos, algo así como refugiados e inmigrantes de nuestros días. 

No sería fácil para ellos recibir a otros cuando estaban atravesando un momento duro e incómodo, viviendo en espacios reducidos o caóticos. Si alguna vez te has mudado, sabes a lo que me refiero. Aún así, Pedro les recuerda que el amor cristiano demanda que sepamos recibirnos y convidarnos sin murmurar.

Que en esta Navidad podamos compartir la mesa con personas que serían «incómodas» para nosotros, por decirlo de alguna manera. Personas que no puedan recompensarnos, que no suban nuestro «prestigio» en redes sociales, ni que puedan halagarnos con regalos caros. 

Sigamos el consejo y el ejemplo de Jesús. Aceptemos el desafío de no aferrarnos a nuestra comodidad o a nuestras expectativas egoístas y compartamos la mesa con personas diferentes a nosotros.

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