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Nota del editor: 

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Vivimos en una época en que se otorga una importancia desmedida a los sentimientos individuales y a la sexualidad. Esto es evidente en la idea de que el bienestar del individuo depende de un compromiso absoluto consigo mismo: cada persona puede y debe formarse a sí misma, a partir de sus preferencias sexuales, mientras las demás personas y las instituciones sociales se deberían limitar a reconocer y afirmar sus resoluciones individuales. La actual revolución sexual tiene que ver, en resumidas cuentas, con esta individualidad expresiva a ultranza. Es decir, para que la revolución sexual fuera posible se necesitó una transformación en la forma de entender la naturaleza y las capacidades del individuo.

Dicha transformación podría encadenarse de la siguiente manera, a riesgo de simplificarla: la identidad se volvió una cuestión principalmente psicológica (psicologización del yo); lo psicológico se convirtió en una cuestión principalmente sexual (sexualización de la psicología); y lo sexual se convirtió en una cuestión principalmente política (politización del sexo). Esta es la explicación que Carl Trueman ofrece en su libro El origen y el triunfo del ego moderno (B&H Español, 2022; p. 29) y que resumiré a continuación.

En este escrito deseo ofrecerte una breve descripción de estas tres áreas de transformación que dieron lugar a la ideología de género y a la revolución sexual que propone. En primer lugar, correspondiente a la psicologización del yo (puntos 1 y 2 de este artículo), veremos cómo a nivel social la mirada del individuo se volvió sobre sí mismo, mientras que la idea de una realidad trascendente era eliminada de la conciencia social.

En segundo lugar, correspondiente a la sexualización de la psicología (punto 3), daremos un vistazo a cómo la propuesta teórica de Sigmund Freud otorgó a la sexualidad una centralidad inusitada en el desarrollo de la identidad individual. 

En tercer y último lugar, correspondiente a la politización del sexo (punto 4), hablaremos de cómo la aplicación del psicoanálisis al ámbito social y político convirtieron a la sexualidad en la esencia misma de la revolución.

1. La bondad innata del ser

La revolución sexual que vemos hoy encuentra su origen en una revolución del «yo», que le sirvió como base previa y necesaria. Esta revolución subyacente tiene una conexión directa con la propuesta de Jean Jacques Rousseau (1712 – 1778) y el movimiento del romanticismo del siglo XVIII. Rousseau ha ejercido desde entonces una influencia clave en la intuición y el sentido común moderno; es más, él mismo es el paradigma de la persona moderna que busca respuestas en su interior y no en los dictámenes que instituciones externas puedan proveer.

La persona moderna: Rousseau y los poetas del romanticismo

La propuesta central de Rousseau es la idea de que la civilización corrompe al individuo, quien nace con un interior virtuoso y puro. La vida en sociedad lo empuja a la hipocresía y a esconder su verdadera naturaleza. Por lo tanto, si el individuo quiere ser libre debe actuar según su naturaleza pura y vencer la corrupción que las instituciones sociales y la crianza familiar han impuesto sobre su desarrollo. 

Rousseau defendía que la razón interna del individuo y sus emociones son manifestaciones confiables y verdaderas de su naturaleza. Lo que el individuo siente es la verdad y lo moralmente correcto. El individuo debe escuchar y seguir sus sentimientos internos por sobre las ataduras de la sociedad, pues ellos lo mueven de manera natural a la empatía y a la bondad con otros seres humanos. 

Las ideas de Rousseau fueron recogidas por varios artistas del romanticismo, en especial por un grupo de poetas ingleses convencidos de que la poesía conectaba a las personas con los sentimientos puros de su interior, y que alentaban de esa manera una moral correcta. Así, el arte adquirió un rol moral y político y estos artistas se veían a sí mismos como los «legisladores no reconocidos del mundo». Es decir, se adjudicaban una misión más allá de lo artístico, pues creían que la indagación de la vida interior a través del arte estaba ligada al buen desarrollo de la moral y la política.

Los poetas y artistas del romanticismo se encargaron de popularizar las ideas de Rousseau a través del arte moralizador. Esto ayudó a que las ideas sobre la bondad innata del hombre se afianzaran en la sociedad como parte del sentido común.

2. La autocreación del ser

Cuando el individuo mira hacia adentro de sí como el lugar correcto para encontrar sentido y significado, entonces su identidad depende de sus sentimientos y su «diálogo interno». Pero si ese «yo» todavía tiene una naturaleza trascendente, su moral todavía responde a una realidad superior.

Por lo tanto, para que este giro hacia lo interno terminara de afianzarse, fue necesario eliminar la idea de que existe algo superior al individuo que pueda determinar su sentido y significado. Así, este puede mirar en su interior, no para descubrir su identidad, sino más bien, para construirla. En este sentido, como veremos a continuación, las propuestas de Nietzsche, Marx y Darwin ayudaron a modificar el concepto de lo que significa ser humano.

La naturaleza humana según Nietzsche

La figura del filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844 – 1900) es controversial. Su polémica frase «Dios ha muerto» es, en primer lugar, un ataque contra la hipocresía de las personas de su época que habían abandonado a Dios pero seguían atados a una moral cristiana. En el razonamiento de Nietzsche, si los avances en la ciencia y la filosofía de aquella época habían hecho innecesaria la idea de Dios, entonces las personas debían lanzarse a las consecuencias últimas de ese abandono. Es decir, debían dejar de apoyar la moral y la ética sobre la idea de lo trascendente y comenzar a vivir como si cada individuo fuera un dios para sí mismo. 

Para este filósofo, la naturaleza humana no tiene un origen trascendente ni responde a una realidad anterior a ella misma. Cada persona debe crearse a sí misma y vivir el presente para su máximo placer y satisfacción. Esta es, para Nietzsche, la conclusión lógica de creer que «Dios —como metáfora de una realidad trascendente— ha muerto».

La naturaleza humana según Marx

Aunque Karl Marx (1818 -1883) estuvo más interesado en el análisis de la sociedad como un todo, su propuesta incluye un modo de entender la naturaleza humana y al individuo.

Según Marx, una sociedad está compuesta por elementos materiales que conforman su estructura, como podría ser una sociedad de modelo industrial y el trabajo en relación de dependencia (asalariado); y por elementos inmateriales, como la política, la cultura, la religión y la moral, que conforman la superestructura. La relación que existe entre la estructura material y la superestructura inmaterial varía entre las vertientes del marxismo (determinación, hegemonía, dominación, etc). Sin embargo, lo que todas tienen en común es la predominancia de la estructura sobre la superestructura de una sociedad. La clase dominante controla la estructura material de la sociedad y, mediante ese control, también condiciona elementos como la religión, la moral o la conciencia (superestructura) de las clases dominadas.

Entonces, para alcanzar su libertad plena, el individuo debe liberarse de la religión institucional, de la moral funcional de la clase dominante y de la «falsa conciencia» que ha asumido sin darse cuenta. En resumen, el individuo no debe dejarse condicionar por una realidad trascendente, pues no existe; ni por la realidad material, pues es opresora. Solo le queda mirar dentro de sí.

La naturaleza humana según Darwin

Charles Darwin (1809 – 1882) es la tercera figura que aportó con sus pensamientos para desbaratar la naturaleza trascendente del ser humano. A la luz de su teoría de la evolución, el ser humano no tiene un origen especial, sino que es el producto de una selección natural a lo largo del tiempo. Siguiendo ese argumento, la humanidad tampoco tendría un destino, pues la selección natural es una fuerza impersonal que no se propone ningún plan o propósito.

La obra de Darwin causó un gran impacto en la opinión pública de su época, debido a que fue presentada como discurso científico. (Como naturalista, Darwin no se había propuesto analizar la sociedad o el sentido de la naturaleza humana).

Nietzsche, Marx y Darwin conforman las figuras más importantes en el proceso de eliminar la idea de lo trascendente como fuente y explicación del ser humano. Dios dejó de ser considerado como el ser personal y superior que está gobernando el mundo y a quien podemos acudir en búsqueda de sentido. Al no haber un lugar «allá arriba» donde buscar significado e identidad, se reforzó la búsqueda dentro de uno mismo.

3. Freud: sexo y civilización

Hasta ahora hemos explicado cómo la identidad pasó a manos del individuo y su dinámica interna. Entender este elemento es muy importante para comprender la revolución sexual actual, pero falta explicar el rumbo sexual y erótico que la identidad ha tomado. Aquí entra en escena Sigmund Freud (1856 -1939).

El aporte de Freud está en su énfasis en la gratificación sexual como la esencia de la identidad y felicidad del individuo. Él consideraba que el deseo sexual era el aspecto determinante de la naturaleza humana y cada etapa de su desarrollo estaba marcada por la fijación en una zona erógena del cuerpo. 

Esta idea buscó separar la sexualidad de la anatomía y, en particular, de los aparatos genitales. Según Freud, la sexualidad está más conectada con el aparato psíquico de la persona que con su cuerpo y por eso las zonas erógenas irían mutando a lo largo del desarrollo. ¿Qué podría impedir que siguieran mutando? Si esto es así, entonces cobra gran importancia la estructura de la psique humana.

Freud propone la existencia del ello, del yo y del superyó. El ello sería los instintos irracionales internos no regulados con los que el individuo nace. El superyó sería el que internaliza las costumbres y normas de la sociedad (realidad externa). Y el yo equivaldría a una racionalidad interior que media entre los instintos internos y la realidad externa. Por ejemplo, la monogamia como único contexto legítimo para el sexo sería una convención cultural irracional que el yo internaliza, gracias al superyó, para evitar las consecuencias de dar rienda suelta a sus instintos. De esta manera, el individuo asume como natural y racional una norma que es puramente cultural.

Para entender la civilización en términos freudianos, es crucial comprender esta idea de la internalización de un comportamiento irracional para evitar las consecuencias que los impulsos sexuales pueden ocasionar en la convivencia con otros. Se argumenta que un individuo puede alcanzar la satisfacción personal al perseguir sus instintos sexuales, aunque provocando demasiadas consecuencias negativas para la vida social; por tanto, le conviene reprimir sus deseos y acatar las costumbres, pero al costo de su felicidad.

Bajo ese argumento, el individuo está en una constante lucha entre satisfacer su propia felicidad, definida en términos sexuales, y procurar una buena vida en sociedad, que también trae cierta felicidad, aunque no plena como la gratificación sexual. Este individuo reprimido es el origen de todos los males sociales. Para Freud, ser civilizado es ser infeliz a un nivel tan determinante para el individuo como lo es la sexualidad. Para el psicoanálisis que él representó, la sociedad depende de la represión del deseo sexual y de la infelicidad del individuo.

4. Sexo revolucionario

El pensamiento de Freud encontró puntos de contacto con la propuesta social del marxismo. Dos figuras importantes se destacan en esta línea de pensamiento: Wilhelm Reich y Herbert Marcuse. Más allá de las diferencias, Reich y Marcuse llegan a la misma conclusión: la revolución social, en sentido amplio, depende de una revolución sexual. 

Willhem Reich: liberación sexual

Wilhelm Reich (1897 – 1957) sostuvo que los códigos sexuales que se aprenden en la niñez conforman la base que sostiene la relación de autoridad entre el individuo y el Estado. Por lo tanto, estos códigos son parte de la ideología de la clase dominante con la que controla y mantiene el statu quo. Es decir, la educación sexual en general, y de los niños en particular, responde a las necesidades de un grupo que desea mantener su poder, y no a una realidad superior, sea científica o religiosa. De esta manera, los códigos sexuales quedan conectados y reducidos a una relación de opresión.

La conclusión lógica de Reich es que la revolución política y social es, en esencia, una revolución sexual. Si la razón por la cual los individuos no derrocan a los poderes que los oprimen se encuentra en la educación sexual que reciben desde la niñez, y que condiciona el desarrollo posterior de su identidad, entonces una sexualidad radicalmente libre será el primer paso de una revolución más amplia.

Herbert Marcuse: nueva educación sexual

Herbert Marcuse (1898 – 1979) también señala el carácter revolucionario de la sexualidad, pero a diferencia de Reich, esta no puede ser radicalmente libre porque la sociedad necesita de un ejercicio mínimo de autoridad. Es necesario que existan ciertos códigos morales y sexuales que ayuden a mantener el orden. Pero esos códigos no son absolutos, sino relativos a la etapa del desarrollo material de la sociedad y son utilizados por la clase dominante para ejercer y mantener su poder. Entonces, si la clase dominante cambia, cambiarán también los códigos sexuales de la sociedad.

Por lo tanto, una revolución social incluye modificar estos códigos sexuales de acuerdo con las ideas del grupo revolucionario para que permitan la libre expresión de cada individuo sin poner en peligro la estructura social. Según la lógica de Marcuse, será de suma importancia obtener el control de aquellos espacios donde los códigos sexuales se enseñan, se reproducen y se perpetúan, es decir, controlar la educación escolar y familiar.

De esta manera, gracias a las propuestas de intelectuales como Reich y Marcuse, la identidad sexualizada se convierte en un elemento político y educativo clave. Esto a su vez explica por qué, en la actualidad, el reconocimiento de la preferencia sexual de una minoría tiene mayor peso político que solucionar problemas reales como la falta de trabajo o el acceso a servicios básicos.

Todos los movimientos relacionados a una identidad sexual específica, como el movimiento feminista o transgénero, encuentran sus raíces en este desarrollo gradual desde la psicologización del yo, hasta la politización de la sexualidad. Incluso el movimiento a favor del aborto deriva de esta línea de pensamiento.

Entender para responder

Cuando entendemos que detrás de la revolución sexual se esconde un profundo deseo humano por encontrar sentido y significado, entonces podemos dar respuestas precisas al drama actual. ¿Tiene Dios y Su Palabra alguna respuesta? Los cristianos sabemos que sí; de hecho, la única respuesta. Pero será difícil ofrecer respuestas si no estamos dispuestos a entender las interrogantes que subyacen a la ideología de género o a cualquier otra ideología que pretenda explicar la vida al margen de Dios.

Entonces, comprender el origen de los planteamientos de la ideología de género es uno de los primeros pasos para ofrecer una respuesta a quienes han absorbido esta manera de pensar sin siquiera darse cuenta a través de la cultura imperante. A muchos les parece natural y obvio pensar en su identidad como el producto de una decisión interna sobre su preferencia sexual, sin la intervención de ningún agente externo. Pero la Palabra de Dios asegura que no hay vida plena fuera de Jesús; el ser humano no se puede dar a sí mismo el sentido y significado que solo se encuentra en conocer de manera personal a Dios y a Su Hijo Jesucristo (Jn 17:3).

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