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Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos de sus oyentes de su programa Ask Pastor John. A continuación está su respuesta a una de esas preguntas.

¿Cómo puedo encontrar mi llamado ministerial? ¿Lo encontraré internamente, como un impulso que me llevará a empezar algo nuevo? ¿O mi llamado al ministerio vendrá de afuera? ¿Vendrá de otros que me digan dónde me necesitan? Esta es una gran pregunta que trae hoy un oyente llamado Caleb.

Caleb hace referencia a una conferencia en la que predicaste hace años, pastor John. Este es el mensaje que nos envía: «¡Hola, pastor John! En una conferencia, hace ya muchos años, utilizaste Colosenses 4:17 para argumentar que Dios da ministerios a sus hijos. No tropezamos con nuestro ministerio, sino que Él nos “lanza” decididamente a ellos, por así decirlo. ¿Hay alguna posibilidad de que estés dispuesto a explicar cómo funciona esto, así como la forma en que lo has visto funcionar en contextos eclesiásticos y paraeclesiásticos? Gracias».


En primer lugar, quisiera compartir varios pasajes de las Escrituras que me hicieron decir que nosotros no somos la causa decisiva para estar en un ministerio en particular, Dios lo es. Luego, daré un paso atrás y preguntaré cómo se experimenta esa obra divina en nuestras mentes y en nuestros corazones para que podamos hacerla más práctica para las personas mientras encuentran su camino en el ministerio y en la iglesia o en ministerios paraeclesiásticos.

Dios otorga el ministerio

Primero, Pablo dice a los ancianos reunidos en Éfeso: «Tengan cuidado de sí mismos y de toda la congregación, en medio de la cual el Espíritu Santo les ha hecho [literalmente, “les ha colocado” o “los ha puesto”; etheto en griego] obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre» (Hch 20:28). Dios puso a esos ancianos allí como ancianos. Ellos no se pusieron a sí mismos en esa posición, Dios mismo decidió hacerlo.

Los ministros de la iglesia son el don de Cristo resucitado a Su cuerpo. Están donde están como un don de Cristo

Segundo, Pablo dice que Cristo «dio [a la iglesia] a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4:11-12). Estos ministros de la iglesia son el don de Cristo resucitado a Su cuerpo. Están donde están como un don de Cristo.

Tercero, Jesús dice: «La cosecha es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha» (Mt 9:37-38). La palabra para «enviar» es ekballō, «lanzar». Los lanzó al ministerio. «Envía, lanza, a los obreros a la cosecha». Así que cuando el Señor responde a esta oración, Él hace la obra decisiva y se asegura de que los trabajadores estén donde Él quiere que estén.

Cuarto, en Romanos leemos:

Porque: «Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo». ¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Tal como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!» (Ro 10:13-15).

Ahora bien, es posible que un predicador descarriado predique sin ser enviado por una iglesia o una agencia misionera. No creo que Pablo esté hablando de eso. Creo que Pablo está diciendo que nadie puede predicar auténticamente, nadie puede predicar con integridad para Dios, con la autoridad de Dios, a menos que sea enviado por Dios. Si alguien predica el evangelio como debe hacerlo como fiel portavoz de Dios, ha sido enviado por Dios, no por sí mismo. Dios es el actor decisivo al ponerlos en ese ministerio de predicación del evangelio.

Si alguien predica el evangelio como debe hacerlo como fiel portavoz de Dios, ha sido enviado por Dios, no por sí mismo

Quinto, luego de que Jesús contara una parábola sobre la preparación para la segunda venida (Lc 12:41), Pedro dice: «Señor, ¿nos dices esta parábola a nosotros, o también a todos los demás?». Jesús responde así: «¿Quién es, pues, el mayordomo fiel y prudente a quien su señor pondrá [o nombrará] sobre sus siervos para que a su tiempo les dé sus raciones?» (Lc 12.42). Así que cuando Jesús piensa en los pastores y maestros de Su pueblo, piensa en ellos como administradores puestos al frente de una casa. Él los ha designado. No están allí al azar. Él los ha puesto en ese lugar para que alimenten y cuiden Su casa.

Sexto (y esto es lo último que voy a mencionar), está el texto al que hizo referencia Caleb: «Díganle a Arquipo: “Cuida el ministerio que has recibido del Señor, para que lo cumplas”» (Col 4:17). Así que Arquipo no se puso a sí mismo en su ministerio. Recibió del Señor el ministerio.

Cómo experimentamos el llamado de Dios

Ahora bien, esos seis pasajes son la razón por la que Caleb tiene razón cuando me cita diciendo: «No tropezamos con nuestros ministerios; en cambio, Dios nos lanza decisivamente a ellos». Pero ahora, en la práctica, en la iglesia, en los ministerios paraeclesiásticos, donde sea, tenemos que preguntarnos: ¿Cómo obra Dios dentro de nosotros, dentro de las personas (en sus mentes, en sus corazones), para que se encuentren en el ministerio en el que los está poniendo?

¿Cuál es la experiencia consciente de la obra de Dios que nos guía, nos dirige, para llevarnos a donde Él quiere que estemos? Mencionaré brevemente cuatro cosas que son la manera habitual en que Dios lo hace. Digo la manera habitual porque Él es Dios y puede hacer excepciones.

Incremento del deseo en el corazón

La primera es el surgimiento en nuestros corazones de un deseo incansable y permanente por la obra. Pablo dice: «Si alguien aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer» (1 Ti 3:1). Eso sin duda fue cierto para mí. Sorprendentemente. En las dos etapas de mi llamado al ministerio, Dios estalló en mí, en el otoño de 1966, cuando yo tenía 20 años, un deseo incansable y permanente por el ministerio de la Palabra. Luego hizo lo mismo en el otoño de 1979, con un deseo incansable y permanente por la proclamación de la Palabra en el ministerio pastoral. Estos deseos no fueron intermitentes, sino profundos e inquebrantables, y superaron obstáculos importantes.

Idoneidad para el ministerio

La segunda es que normalmente hay una idoneidad o un don dado por Dios para el ministerio, lo cual se muestra tanto en un conjunto de habilidades que tenemos como en el fruto de las personas que realmente son ayudadas espiritualmente por el uso de esas habilidades. Todo esto es confirmado, no solo por nosotros individualmente, sino más bien por la comunidad de creyentes, especialmente por aquellos creyentes más maduros y con mayor discernimiento.

Al final, es la mano oculta de la bondadosa providencia de Dios la que nos pone y nos lanza donde Él quiere que estemos

Pablo no se limitó a decir al anciano: «Si lo deseas, lo tienes». Dio una larga lista de requisitos (1 Ti 3:1-7). Así que la persona se adentra en un rol ministerial (1) por un conjunto de habilidades percibidas, y (2) por algún fruto manifiesto en las personas que realmente están siendo ayudadas espiritualmente por esas habilidades, y luego (3) a través de hermanos y hermanas maduros quienes reconocen y confirman ese fruto y esos dones.

Ánimo específico

La tercera es que a menudo hay un ánimo específico de otras personas para que sirvas en ese ministerio en particular. Pablo le dijo a Timoteo: «Quiero que vayas conmigo» (ver Hch 16:3). Eso es bastante directo. Esto sucede muy a menudo. Alguien le dice a otra persona: «Creo que deberías hacer esto». Esto resulta ser providencia del Señor, un estímulo que les hace superar las dudas.

Confianza en el favor de Dios

Finalmente, la cuarta es que existe una correlación entre nuestros momentos más consagrados, espiritualmente intensos y de total sometimiento, por un lado, y por otro lado el sentido del favor y la guía de Dios para el ministerio en esos mismos momentos. En otras palabras, cuando nos sentimos más confiados en el favor y la guía de Dios, esos son los momentos en los que somos menos mundanos, menos poco espirituales, menos indiferentes.

Hay una correlación entre esas temporadas en la vida —cuando Dios parece hacer volar las telarañas de la mundanalidad, el egoísmo, la avaricia y el orgullo de nuestro corazón— cuando sentimos en esos momentos la guía hacia este ministerio con mayor intensidad y seguridad. Dios no los confirma en los momentos carnales y egoístas, sino en los momentos humildes, de corazón quebrantado, de sacrificio y de amor.

Así que, en resumen, hay experiencias prácticas, relacionales y subjetivas que nos mueven hacia el ministerio. Pero al final, es la mano oculta de la bondadosa providencia de Dios la que nos pone y nos lanza donde Él quiere que estemos.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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