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El Alzheimer encierra a sus víctimas, pero Cristo tiene la llave

El 15 de septiembre del 2010, mi abuela, Fannie Karedis, murió pacíficamente en su cama de hospital después de una década de lucha con el Alzheimer. Ella estaba a una semana de cumplir 95 años. El día después de enterarme de la noticia, llevé a cabo en casa mi estudio bíblico semanal para estudiantes universitarios. El estudio de ese semestre estaba centrado en el libro El problema del dolor, escrito por  C. S. Lewis, y esa noche nuestro enfoque fue la meditación de Lewis sobre la caída de Adán y Eva.

El Espíritu Santo usó la intersección fortuita de la meditación de Lewis y la noticia del fallecimiento de mi abuela para enseñarme una lección sobre nuestro estatus único como seres humanos hechos a la imagen de Dios, pero caídos. Incluso mientras nuestras mentes se deterioran, nuestro estatus como portadores de la imagen del Dios viviente permanece.

Esto nos ayuda a confrontar el terrible y lento asesino Alzheimer.

Incluso mientras nuestras mentes se deterioran, nuestro estatus como portadores de la imagen del Dios viviente permanece.

El robo limitado del Alzheimer

Hoy en día, muchas personas viven con miedo a la enfermedad de Alzheimer, ya que esa terrible enfermedad parece capaz de robar nuestra alma y aniquilar nuestra personalidad. Pero no es así. Solo tiene el poder de encerrarla por una temporada, hasta que Aquel que nos hizo la recupere de su atribulado sueño. La psique no muere, sino que se adentra en un lugar donde ni la polilla ni el óxido pueden corromperla, donde los ladrones no pueden entrar y robar.

Considere al corredor de maratón cuyo automóvil se desvía de la carretera, dejando al corredor paralizado y confinado a una silla de ruedas. Aunque su quebrado cuerpo le impida por ahora expresar la alegría que correr le produce, no tiene el poder de aniquilar esa alegría. Su espíritu sigue siendo el de un corredor de maratón, a pesar del estado de sus piernas.

O considere al niño nacido con síndrome de Down o autismo severo. Aunque el mundo a menudo ve a estos niños como carentes de personalidad, aquellos maestros bendecidos con la paciencia, la compasión, y los ojos para ver, saben que no es así. Estos niños tienen una personalidad única, y un tipo de alegría única, pero esta solo se presenta en destellos que solo ven los puros de corazón.

En el caso de mi abuela, incluso en sus últimas semanas, cuando apenas podía hablar y tenía que ser alimentada con cuchara, un rastro de su personalidad todavía se vislumbraba. Cada vez que las enfermeras la levantaban de su cama a la silla de ruedas, soltaba un débil pero audible: “¡Opa!” (el equivalente griego de la expresión vaquera “¡Ajúa!”). La Fannie Karedis que fue, y sigue siendo, creada a la imagen de Dios, no había desaparecido.

Seguros en Cristo

Muchos cristianos, yo mismo incluido, no solo tememos al Alzheimer, sino a cualquier enfermedad mental que nos robe los recuerdos o altere nuestra personalidad. “Es con nuestra mente que aceptamos a Cristo”, pensamos, “y al aceptar a Cristo, somos salvos. Pero si ese es el caso, ¿no me robará la salvación una enfermedad que borra mi memoria de aceptar a Cristo, o me cambia de la persona que hizo esa decisión?”.

Esta línea de razonamiento tiene una cierta apariencia de lógica, pero se basa en dos premisas falsas. Primeramente, y lo más importante, es que nuestra salvación no descansa en algo que hacemos (obras), sino en algo que Cristo hizo (gracia). Aunque somos llamados a recibir y aceptar esa gracia, es la gracia lo que nos salva, no nuestra aceptación de ella. Por lo tanto, podemos tener la esperanza de que los niños que mueren en la infancia antes de que estén mentalmente equipados para aceptar la gracia de Dios pueden ser salvos por esa gracia.

Nuestra salvación no descansa en algo que hacemos, sino en algo que Cristo hizo.

Segundo, cuando los cristianos hablan de aceptar a Cristo, esa aceptación se logra de una menor forma al inclinar la mente a la doctrina de la gracia, y de una mayor forma cediendo el corazón a Su señorío. Nos rendimos a Dios desde el mismo profundo lugar desde el cual amamos a nuestro cónyuge, y ese lugar se encuentra mucho más profundo de lo que el frío de la esquizofrenia, la epilepsia, o el Alzheimer pueda alcanzar.

¿Deberíamos entonces sentir ira hacia el azote del Alzheimer que amenaza con apoderarse de tantos de nuestros seres queridos? ¡Ciertamente deberíamos! Fue una cosa triste, terrible, y solitaria ver cómo la enfermedad destruía los recuerdos de mi abuela. Y sin embargo, aunque deberíamos estar enojados, no debemos rendirnos a la desesperación. Ya viene el tiempo —para mi abuela, ya ha llegado— cuando todos los impedimentos, todo el quebrantamiento del cuerpo y la mente se desvanecerá, y la verdadera persona que somos se presentará ante el Dios Trino que es.

“¡Mirad! Así que les digo un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Pues la trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados”, 1 Cor. 15:51–52.

Nada que realmente importe muere para siempre. Servimos a un Dios que puede restaurar lo que las langostas han devorado.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Diana Rodríguez.
Imagen: Lightstock.
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