Aproximadamente un mes después de la muerte de mi esposo, fui a caminar con otra madre soltera que había perdido a su esposo dos años antes. Tan pronto como nos encontramos en el camino, ella comentó: “Sabes, Anna, qué vulnerables somos”. Vaya, que sí sabía.
Estadísticamente hablando, las madres solteras y sus hijos se encuentran entre las poblaciones más vulnerables de Estados Unidos. Es más probable que experimentemos inseguridad alimentaria, que vivamos por debajo del umbral de la pobreza y que nos cueste encontrar un cuidado infantil a buen precio. Esta vulnerabilidad no es nada nuevo, por lo que cuidar de los indefensos es un sello distintivo de la verdadera fe (Stg 1:27).
Mi vulnerabilidad como madre soltera engloba muchos miedos: inseguridad económica, que se aprovechen de mí, salir con alguien que resulte ser un tonto y dejar a mis hijos huérfanos si muero.
El mundo se percibe mucho más amenazador sin un compañero en mi vida (Ec 4:9-12). Por eso me encanta leer sobre la relación que Dios inicia con una joven llamada Agar.
Una madre soltera
Agar era una sirvienta egipcia, probablemente dada a Abram y Sarai tras su difícil estadía en Egipto. Insatisfecha con el tiempo que el Señor estaba tomando para cumplir su promesa de un hijo, Sarai sugirió que Abram durmiera con Agar. Pero cuando Agar concibió, Abram se lavó las manos del asunto, Sarai descargó sus frustraciones con su sirvienta y Agar se escapó (Gn 16:1-6).
Considera la difícil situación de Agar. Ella era una sirvienta extranjera en una tierra extraña y en una cultura que valoraba poco a las mujeres. Ahora, embarazada y sola, Agar no podía ser más vulnerable e insignificante.
Dios es un Padre amoroso que mira de cerca a cada uno de nuestros hijos. No es un Padre distante, sino cercano y personal
Imagínate su asombro cuando el ángel del Señor la encontró: “Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde has venido y a dónde vas?” (Gn 16:8). Dios sabía exactamente quién era ella y la pregunta fue un eco de su propia pregunta a Adán en Génesis 3. Él no era ajeno, sino que estaba profundamente preocupado por lo que le había sucedido y lo que podría sucederle a Agar.
Dirigiéndola a regresar con Sarai, el ángel aseguró que Agar y su bebé serían protegidos y recibirían provisión. Agar recibió consuelo y una promesa: Dios protegería y bendecirá a su hijo y “multiplicaré de tal manera tu descendencia que no se podrá contar por su multitud” (Gn 16:10). Ese niño se llamaría Ismael, “Dios oye”. Cada vez que llamaba a su hijo a cenar, le recordaba: “el Señor ha oído tu aflicción” (Gn 16:11).
Una madre soltera que fue vista
Esta esclava pagana se convirtió en la primera persona en la Biblia en nombrar a Dios: “Agar llamó el nombre del Señor que le había hablado: ‘Tú eres un Dios que ve’; porque dijo: ‘¿Estoy todavía con vida después de ver a Dios?’”(Gn 16:13).
¿Qué significa que Dios “vio” a Agar? Ser visto es ser valorado, tenido en cuenta y respetado como un individuo que lleva la imagen de su Creador. Agar nunca había sido vista realmente por otra persona. Sus esclavizadores la vieron como el botín del conflicto. Abram y Sarai la vieron como una incubadora para el niño prometido.
Pero Dios la vio, la escuchó y la conocía. Él entendió su historia y abordó directamente sus mayores temores al satisfacer sus necesidades y darle un futuro esperanzador. Él hizo todo esto mientras ella estaba sentada junto a un pozo, tal como otra mujer deshonrada que Cristo encontraría un día con “agua viva” (Jn 4:1-42).
Cristo se ofrece a sí mismo como agua viva para nosotros también.
El Dios que te ve a ti también
Madre soltera, Dios te ve. Está profundamente preocupado por lo que te ha sucedido y lo que te sucederá. Él conoce las cargas que llevas; Él sabe que sientes que las llevas sola. Tus circunstancias diarias, como las de Agar, pueden parecer desalentadoras. Sin embargo, en Cristo estás sentada junto a un pozo inagotable de agua viva. Cristo te invita a beber profundamente de Él, confiándole a Él tu familia.
El Señor no solo vio a Agar en su miseria; también escuchó a su hijo en su necesidad
Aún más, la interacción de Dios con Agar muestra su misericordia no solo con nosotras como madres, sino también con nuestros hijos. Después del nacimiento de Isaac, Agar e Ismael fueron expulsados al desierto. Cuando se acabaron sus escasos suministros, Agar gimió en su miseria, convencida de que el niño moriría.
El Señor no solo vio a Agar en su miseria (Gn 16:7); también escuchó a su hijo en su necesidad. Dios conocía a su hijo, se preocupaba por él y lo encontró donde estaba (Gn 21:17). Le recordó a Agar la promesa de que Ismael se convertiría en una gran nación y luego le abrió los ojos para que viera un pozo de agua (Gn 21:19).
El tierno cuidado de Dios por esta madre e hijo maltratados no tuvo límites. Las terribles circunstancias hicieron que Agar dudara de las promesas que Dios le había hecho, pero Él no arremetió con exasperación ni la reprendió por su falta de fe. En cambio, calmó su miedo y satisfizo sus necesidades y las de su hijo con compasión. Abrió sus ojos a lo que la desesperación le impedía ver: el pozo de agua que estuvo allí todo el tiempo.
Abba para los huérfanos
Dios, nuestro Padre, tiene cuidado de las madres solteras en su llanto solitario de desesperada necesidad. Él hace lo mismo por nuestros hijos que han sido separados de sus padres por divorcio, muerte, encarcelamiento, deportación u otros traumas. Dios es un Padre amoroso que mira de cerca a cada uno de nuestros hijos. No es un Padre distante, sino un Abba cercano y personal para los huérfanos (Sal 68:5).
En la cruz, Jesús quedó huérfano de padre de una manera que nuestros hijos nunca tendrán que experimentar (Mt 27:46). Dejó a un lado su gran poder y asumió nuestra vulnerabilidad. Se expuso al abuso, al abandono y la muerte, todo porque vio y escuchó cómo nuestro pecado nos hace sufrir.
Él vive ahora, el pozo inagotable de agua viva, para nosotros y para nuestros hijos.