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Nota del editor: 

Este es un capítulo tomado del ebook Cinco verdades que cambian vidas: Redescubriendo el mensaje de la Reforma para nuestros días, un recurso disponible para descarga gratuita aquí.

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El fallecimiento de una vecina hizo que escuchara varias creencias relacionadas con el tema de la muerte y la ultratumba. Algunos dijeron que ella estaba con el Señor; otros expresaron que estaba en un mejor lugar, pero que debíamos rezar por su alma. Otros quizás pensaban que estaba en el purgatorio. Un suceso tan lamentable sirvió para que expresáramos lo que creemos y evaluáramos la base de las creencias personales.

¿Por qué creemos lo que creemos? Cada uno tiene miles de creencias sobre muchos temas y nos basamos en varias fuentes de autoridad para sostener dichas creencias. Desde la perspectiva cristiana, las creencias de mayor trascendencia tienen que ver con Dios y nuestra salvación. Según la enseñanza bíblica de Sola Scriptura, la única fuente inerrante e infalible para encontrar respuestas a estas preguntas es la Escritura.

Esta enseñanza no es popular. Hoy en día sigue levantándose oposición a la autoridad de las Escrituras. El posmodernismo quiere relativizar toda creencia: «No hay una verdad absoluta», afirman sin notar la ironía. Otros creen que la ciencia prueba que la Biblia está equivocada y hay algunos que afirman que una tradición oriental nos puede orientar mejor que una colección de sesenta y seis libros «anticuados». También están los que argumentan que las Escrituras no valen la pena porque no ven una relevancia inmediata o práctica para sus vidas en las enseñanzas de la Biblia.

La doctrina de Sola Scriptura está siendo más atacada que nunca en el siglo XXI. Por lo tanto, necesitamos recuperarla y afirmarla una vez más. Un entendimiento sólido de esta doctrina nos dará firmeza en medio de las tormentas y nos ayudará a decidir sobre asuntos doctrinales y éticos. Nos guardará también de un individualismo malsano y, por encima de todo, nos llevará a entender la salvación.

En este capítulo exploraremos qué es la doctrina de Sola Scriptura, cómo la sostenemos bíblicamente y cómo podemos responder ante algunos ataques en su contra.

Sola Scriptura definida

La Reforma protestante tuvo que ver con dos asuntos primordiales que llevaron a la ruptura entre la Iglesia católica romana y las iglesias protestantes: la justificación por la fe sola (Sola Fide, lo cual supone las doctrinas de Sola Gratia y Solus Christus) y las Escrituras como la autoridad final para nuestra fe y vida (Sola Scriptura).

Un entendimiento sólido de Sola Scriptura nos dará firmeza en medio de las tormentas

En términos técnicos, hablamos de la justificación por la fe sola como el «principio material» y Sola Scriptura como el «principio formal» de la Reforma. ¿Qué significan esos términos? El principio material es el que tiene que ver con el material del cual está hecho algo, mientras que el principio formal es la estructura que le da forma a un asunto, como el cauce de un río que lleva las aguas por un camino.

En el caso de la Reforma, el principio material sobre el cual se dividieron la Iglesia católica romana y la Iglesia protestante fue la doctrina de la justificación. La Iglesia católica definió finalmente su postura en el Concilio de Trento (1547) al explicar que la justificación «no solo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la voluntaria admisión de la gracia y dones que la siguen».[1] Por su parte, los reformadores la entendían solo como la imputación de la justicia de Cristo al creyente por la fe en Él.[2]

Lutero llegó a entender la justificación por la sola fe a través de su estudio de las Escrituras, específicamente los Salmos, Romanos y Gálatas.[3] Él pensó por un tiempo que la Iglesia católica escucharía sus ideas, pero una disputa en 1519 con el defensor del catolicismo Johann Eck, lo llevó a comprobar que eso era imposible. Es más, los argumentos de Eck lo impulsaron a examinar el fondo de su fe. La pregunta que se hacía era: ¿cuál sería su autoridad final: el papa o las Escrituras?[4]

La expresión de su nuevo principio formal se hizo pública en la Dieta de Worms (1521), una reunión imperial en la que Lutero estaba siendo juzgado:

A menos que se me convenza por testimonio de la Escritura o por razones evidentes, puesto que no creo en el papa ni en los concilios [de la Iglesia católica romana]… estoy encadenado por los textos de la Escritura que he citado y mi conciencia es una cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada.[5]

Toda enseñanza y práctica debe ser evaluada a la luz de la Palabra de Dios

Otra expresión temprana de la enseñanza Sola Scriptura son las Diez conclusiones de Berna (1528), el resultado de una disputa entre los católicos y los protestantes en Suiza. La segunda conclusión sintetiza bien esta doctrina:

La Iglesia de Cristo no formula ninguna ley ni mandamiento aparte de la Palabra de Dios; por tanto, las tradiciones humanas no son obligatorias para nosotros excepto en la medida en que estén fundamentadas en la Palabra de Dios o prescritas en ella.[6]

De esa manera, podemos concluir que Sola Scriptura enseña que la única autoridad infalible hoy en día es la Escritura. Por tanto, toda enseñanza y práctica debe ser evaluada a la luz de la Palabra de Dios y, si en algo se desvía de esa autoridad, se debe rechazar.

Una autoridad final es inevitable

Quinientos años después, este principio formal sigue definiendo las diferencias entre los cristianos evangélicos y los católicos romanos. El Catecismo de la Iglesia Católica resalta que los términos del debate no han cambiado, pues afirma:

81. «La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo».

«La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación».

82. De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación «no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción».[7]

Al leer estas afirmaciones, la pregunta que surge es: ¿Qué pasa si la Iglesia se desvía de la enseñanza correcta de la Escritura? Si hay un conflicto entre lo que la Iglesia enseña y la Escritura, ¿qué se podría hacer?

La respuesta es que, aunque en teoría la Escritura y la interpretación de la Iglesia católica tienen la misma autoridad, en la práctica una de las dos fuentes tiene que predominar. Como explica el teólogo Herman Bavinck: «La iglesia, según lo que hoy día es la doctrina católica universalmente aceptada, es temporal y lógicamente anterior a la Escritura».[8] De esa manera, en el catolicismo romano, la tradición y los dogmas humanos terminan imponiéndose sobre la Biblia.

Solo una autoridad puede ser final para determinar una cuestión de fe. De manera amplia, podríamos hablar de varios candidatos que podrían servir como esta autoridad final: los textos sagrados, la tradición, la razón o la experiencia. En el momento de decidir un asunto sobre las creencias, queda patente cuál es nuestra máxima autoridad.

Si un católico dice: «Yo sé que la Iglesia católica romana enseña la doctrina X, pero yo no estoy de acuerdo porque me parece que tiene más sentido la doctrina Y», se ve claramente que la razón es su máxima autoridad. De igual manera, si un cristiano evangélico dice: «La Biblia enseña que habrá un castigo eterno para los no creyentes, pero yo tuve un sueño en donde Dios me indicó que eso no es así», revela con su comentario que su máxima autoridad es su experiencia en vez de la Escritura.

La pregunta que debemos hacernos no es si tenemos una autoridad final o no, sino si ella es la Escritura o no

Estos ejemplos nos muestran que nuestras creencias dependen inevitablemente de una autoridad final. En otras palabras, la pregunta que debemos hacernos no es si tenemos una autoridad final o no, sino si ella es la Escritura o no.

El fundamento bíblico

Desde la Reforma protestante, una pregunta debatida entre católicos y protestantes ha sido si las Escrituras enseñan la doctrina de Sola Scriptura. La respuesta es un rotundo sí. Esta enseñanza es constante a lo largo de la Escritura y quiero mostrarte algunos pasajes que lo demuestran. Para empezar, considera las palabras del salmista:

¿Cómo puede el joven guardar puro su camino?
Guardando Tu palabra.
Con todo mi corazón te he buscado;
No dejes que me desvíe de Tus mandamientos.
En mi corazón he atesorado Tu palabra,
Para no pecar contra Ti (Sal 119:9-11).

Todo el salmo 119 resalta la importancia central de las Escrituras y el salmista toma la Palabra de Dios como su máxima autoridad para vivir de una manera que agrada a Dios. A lo largo del salmo, su autor anhela conocer los estatutos del Señor y así andar en la verdad. Él considera las palabras de Dios como el estándar para entender toda la vida. «Tú estás cerca, SEÑOR, y todos tus mandamientos son verdad» (v. 151). Luego, en Isaías, vemos cómo toda palabra debe ser evaluada a la luz de la ley y el testimonio escrito de Dios:

Y cuando les digan: «Consulten a los adivinos y a los espiritistas que susurran y murmuran», digan: «¿No debe un pueblo consultar a su Dios ? ¿Acaso consultará a los muertos por los vivos?». ¡A la ley y al testimonio! Si ellos no hablan conforme a esta palabra, es porque no hay para ellos amanecer (Is 8:19-20).

Esto significa que cualquier afirmación o experiencia, incluso las que parecen ser sobrenaturales, deben ser filtradas por la ley y el testimonio escrito de Dios.

Al mismo tiempo, en la Biblia también leemos cómo el mismo Señor Jesucristo afirmó la autoridad final de la Palabra. En el relato de la tentación en el desierto, Jesús refutó a Satanás tres veces de la misma forma: «escrito está», seguido de una cita del Antiguo Testamento (Mt 4:4, 7, 9). Para nuestro Señor, las Escrituras tenían autoridad para entender su realidad y para confrontar al enemigo. También tenían autoridad sobre cualquier tradición humana, un hecho que dejó en claro al exhortar a los líderes religiosos de su época (Mr 7:8). Si nuestro Señor apeló a las Escrituras como autoridad final, ¿no debemos hacer lo mismo?

Si nuestro Señor apeló a las Escrituras como autoridad final, ¿no debemos hacer lo mismo?

El apóstol Pablo indica lo mismo sobre la autoridad final de la Escritura. En su última carta dirigida a su discípulo Timoteo, escribió:

Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra (2 Ti 3:15-17).

La palabra traducida como «inspirada por Dios» indica el origen divino de la Escritura y, dado que Dios «no miente» (Tit 1:2), su Palabra inspirada tiene que ser verdadera y, por lo tanto, nuestra autoridad final. Juan Calvino lo expresa bien al decir que «le debemos a la Escritura la misma reverencia que le debemos a Dios; porque ha procedido solo de Él».[9]

Este pasaje también enseña que la Escritura es suficiente para llevarnos a la salvación y equipar al creyente para la vida cristiana. La Escritura mencionada por Pablo sería el Antiguo Testamento, pero la verdad sobre la inspiración aplica también al Nuevo Testamento, ya que se considera Escritura (2 P 3:16) y contiene el evangelio de salvación que Pablo menciona en su carta a Timoteo (2 Ti 3:15). Para entenderlo mejor, considera lo que Pablo enseña en sus cartas a los tesalonicenses:

Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibieron la palabra de Dios que oyeron de nosotros, la aceptaron no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en ustedes los que creen (1 Ts 2:13).

Así que, hermanos, estén firmes y conserven las doctrinas que les fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra (2 Ts 2:15).

Estos versículos enseñan que la Palabra de Dios, comunicada por los apóstoles, tiene la autoridad de Dios. Vemos que la doctrina cristiana llegó a los tesalonicenses a través de las palabras orales de los apóstoles y sus cartas. Pero ¿en dónde encontramos estas palabras hoy día? ¡En las Escrituras! (2 Ts 2:15). Ellas mismas obran para brindar convicción sobre su autoridad y podemos concluir que lo hacen mediante la obra del Espíritu Santo quien las inspiró (1 Co 2:12-14;  2 P 1:20-21). Pablo confió en la autoridad máxima de la Escritura que él producía porque sabía que era inspirada por Dios. ¿Puedes empezar a ver cómo Sola Scriptura se enseña a lo largo de toda la Biblia?

Respuestas a objeciones

Por supuesto, son muchas las personas que no creen en lo que Sola Scriptura afirma. Así que, para finalizar, evaluemos tres objeciones comunes a esta enseñanza y cómo podemos responder a ellas.

La máxima autoridad de la Escritura no invalida otras autoridades importantes para el cristiano

La primera de ellas afirma que «Sola Scriptura es un argumento circular». Algunas personas dicen que el argumento de que «la Escritura es la máxima autoridad porque la Escritura lo enseña así» no tiene validez. Pero por definición, la autoridad final no puede descansar sobre otra autoridad. Como dice Bavinck: «La verdad de un principio fundamental (principium) no se puede probar; solo se puede reconocer».[10] De hecho ¡la Iglesia católica hace lo mismo al afirmar que la tradición debe tener la misma autoridad que la Escritura porque la tradición así lo estipula![11]

Una segunda objeción común a Sola Scriptura es que esta enseñanza promueve un caos de interpretaciones. «Cada loco con su tema y cada evangélico con su interpretación», podrían decir algunos. Pero esta idea desconoce la doctrina histórica de Sola Scriptura. Esta enseñanza no significa «tú solo, con tu Biblia»; no es una doctrina individualista. La Iglesia nació como resultado de escuchar la Palabra de Dios y las Escrituras fueron recibidas por la Iglesia de Cristo. Por lo tanto, se deben leer en comunidad.

La máxima autoridad de la Escritura no invalida otras autoridades importantes para el cristiano, como la autoridad de la iglesia local o la autoridad de las doctrinas históricas de la Iglesia, pues ambas encuentran su sustento en la Biblia. ¡Las herejías a menudo han surgido precisamente por no tomar estas autoridades en cuenta! Por supuesto, estas otras autoridades son derivadas y no absolutas. El segundo capítulo de la Segunda Confesión Helvética (1561), una de las primeras confesiones protestantes, representa una posición equilibrada sobre este asunto.

Por un lado, la confesión afirma que «no despreciamos las interpretaciones de los padres griegos y latinos, ni rechazamos sus disputas y tratados sobre asuntos sagrados en tanto concuerdan con las Escrituras», mientras que por otro lado dice que «no admitimos ningún otro juez que Dios mismo, quien mediante las Santas Escrituras proclama lo que es verdad, lo que es falso, qué ha de seguirse o qué ha de evitarse».[12]

Además, a pesar de diferencias en esquemas teológicos o interpretaciones de pasajes individuales, existe un consenso sobre las doctrinas fundamentales entre los cristianos que sostienen la enseñanza de Sola Scriptura. Dios es trino; el Hijo de Dios vino al mundo para salvarnos por gracia, solo por medio de la fe, solo en Él, y todo esto es solo para la gloria de Dios. ¿De dónde vienen estas enseñanzas? Salen clara y naturalmente de las Escrituras cuando las tomamos como nuestra máxima autoridad.

En ninguna parte de las Escrituras vemos que la tradición apostólica oral fuera a ser guardada en algún lado diferente de las Escrituras

Para finalizar, tenemos la objeción que afirma que las Escrituras enseñan que la tradición es necesaria. Esta objeción usa varios pasajes bíblicos que hablan de la tradición como autoritativa. Por ejemplo, Pablo dice: «Ahora bien, hermanos, les mandamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la doctrina [tradición, según varias traducciones católicas] que ustedes recibieron de nosotros» (2 Ts 3:6).

Pero esta objeción en realidad no va en contra de Sola Scriptura ya que, como mencionamos arriba, reconocemos la autoridad apostólica. La pregunta es: ¿en dónde encontramos esta tradición? En ninguna parte de las Escrituras vemos que la tradición apostólica oral es guardada en algún lado diferente de las Escrituras; no hay una sucesión apostólica según la Escritura. Por tanto, después de la muerte de los apóstoles, las Escrituras son la única fuente infalible e inerrante de esta tradición.

Vayamos a la Escritura

Muchas personas hoy dicen creer en lo que significa Sola Scriptura, pero no entienden qué significa esta enseñanza fundamental. Determinan qué creer según otras autoridades: lo que les parece, lo que experimentan o lo que otra persona dice. Otras quieren obviar dos mil años de historia de la Iglesia. Claramente, ¡es tiempo de recuperar la doctrina de Sola Scriptura!

Para hacerlo, podemos someternos conscientemente a las Escrituras en cada área de nuestra vida y ministerio, podemos estudiar las confesiones históricas y leer más sobre la historia y la teología de la Reforma. ¿Por qué creemos lo que creemos? Que a la hora de responder esta pregunta, cuando se trate de las verdades más importantes en el mundo, podamos ir a la Biblia para justificar nuestra respuesta.

«¡A la ley y al testimonio!».


[1] «Decreto sobre la justificación», sesión VI, cap. 7 en El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, trad. Ignacio Lopez de Ayala (Madrid: Imprenta Real, 1785), 45.
[2] Confesión de Augsburgo, Artículo 4.
[3] Roland H. Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Peabody, MA: Hendrickson, 1950), 42-48.
[4] Francisco Illescas, “La disputa de Leipzig, momento culminante en el rompimiento de Martín Lutero con la iglesia romana (1517-1520)” en Leopoldo Cervantes-Ortiz, ed. Antología de Martín Lutero (Editorial CLIE, 2020).
[5] Ibíd.
[6] Philip Schaff, History of the Christian Church, vol. VIII: Modern Christianity. The Swiss Reformation (Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc.), 1997. https://ccel.org/ccel/schaff/hcc8/hcc8.iv.iv.ii.html
[7] Catecismo de la Iglesia Católica I,2,81-82. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s1c2a2_sp.html
[8] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, vol. I, Prolegomena (Baker Academic, 2018), ed. John Bolt. Localización 9467 (Edición Kindle).
[9] Commentaries on the Epistles to Timothy, Titus, and Philemon, trad. William Pringle, https://ccel.org/ccel/calvin/calcom43/calcom43.iv.iv.iii.html
[10] Bavinck, Reformed Dogmatics, loc. 9537.
[11] Un ejemplo de esto serían los puntos citados arriba del Catecismo de la Iglesia Católica (ver nota 7), los cuales son tomados directamente de la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II y se apoyan con base en el Concilio de Trento y no en la Escritura: «considerando que esta verdad y disciplina están contenidas en los libros escritos, y en las tradiciones no escritas, que recibidas de boca del mismo Cristo por los Apóstoles, o enseñadas por los mismos Apóstoles inspirados por el Espíritu Santo, han llegado como de mano en mano hasta nosotros; siguiendo los ejemplos de los Padres católicos, recibe y venera con igual afecto de piedad y reverencia, todos los libros del viejo y nuevo Testamento, pues Dios es el único autor de ambos, así como las mencionadas tradiciones pertenecientes a la fe y a las costumbres, como que fueron dictadas verbalmente por Jesucristo, o por el Espíritu Santo, y conservadas perpetuamente sin interrupción en la Iglesia católica». El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, 13 (se modernizó la puntuación de esta cita).
[12] Libro de confesiones (Louisville, KY: Asamblea General Iglesia Presbiteriana [E.U.A.], 2004) cap. 2, sec. 5.011 y 5.013. https://www.pcusa.org/site_media/media/uploads/curriculum/pdf/confessions-spanish.pdf
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