¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Hace varios años, cuando aún estaba en la secundaria, me encontré a mí mismo sumergido en un debate en mi salón de clases sobre la religión. Para entonces, llevaba solo unos cuantos meses como cristiano y si había algo que deseaba era que otros también pudieran experimentar lo que yo había encontrado en Cristo Jesús.

Sin embargo, en repetidas ocasiones, cada vez que el tema era traído sobre la mesa, solía haber más calor que luz al respecto. En otras palabras, la conversación se volvía más hostil y pesada, que iluminadora.

En esta ocasión en particular, recuerdo que una de mis compañeras de clase me susurró a mi oído: “Por eso es que no me gusta la religión, porque divide a la gente”. Nunca olvidé esas palabras, porque para ser honesto, pensaba que tenía mucha razón y no sabía cómo responder. Al final del día, ¿qué tiene de atractivo algo tan divisivo y mortificante?

Todos estamos divididos de alguna forma

No obstante, la realidad es que tanto mi compañera de clase y yo no podíamos darnos cuenta que en aquél momento nuestras cosmovisiones —no simplemente nuestras religiones— nos dividían a todos sin excepción alguna en facciones. Todo ser humano abraza aquella cosmovisión —en diferentes vertientes y tamaños— que uno piensa que es verdadera, ya sea el cristianismo, el ateísmo, el agnosticismo, el nihilismo, el posmodernismo, el materialismo o cualquier otra versión.

Una cosmovisión es divisiva por naturaleza porque excluye a todas las demás. Todos tenemos ciertas creencias acerca de la naturaleza de la realidad resumida por nuestra cosmovisión (los lentes por los cuales vemos el mundo) y simplemente no podemos estar de acuerdo en cada detalle. Cuando dos personas tienen un diálogo acerca de la veracidad y credenciales de sus respectivas cosmovisiones no es de extrañar que en ocasiones ciertas personas se molestarán al respecto. Puesto que cuando alguien expone las fallas de una cosmovisión, en cierto sentido, está desmantelando las creencias más fundamentales de la otra persona.

Por supuesto, hay ocasiones en las que lamentablemente son los cristianos los que tienen una actitud contenciosa a tal punto que si los dejan, hasta con sus sombras pelearían. Por otro lado, también tenemos que entender que aún cuando compartamos el evangelio con amor, compasión y elocuencia siempre habrá alguien que reaccionará de manera agresiva simplemente porque lo que estamos comunicando a través del evangelio. Esa verdad fundamental contradirá las creencias más ancladas de sus vidas (Eg., “todas las religiones son diferentes caminos a Dios”, “todas las personas decentes van al cielo,” etc.).

Seguir a Cristo nos costará ciertas divisiones

Es por eso que no es sorprendente que Cristo haya dicho cosas como: “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada. Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia”(Mateo 10: 34-36 NVI).

Claro, habrán ocasiones en que tendremos conversaciones civiles y productivas al respecto, pero también habrán otras en que podríamos caer en la trampa de recurrir a ataques personales o ser víctimas de los mismos. Lamentablemente, yo debo confesar que durante mi caminar cristiano temprano yo caí en esta trampa y es algo que lamento mucho, porque el reino de Cristo nunca ha sido avanzado por medio de ataques personales. La razón por la cual deberíamos “hablar de la religión” (i.e., compartir el evangelio) es porque no compartirlo sería el acto de desamor más grande que podríamos cometer y debe hacerse sin importar las consecuencias, precisamente, porque amamos a nuestro prójimo, no porque queramos ganar un argumento.

El problema no es la religión, es nuestra actitud

A fin de cuentas, sí, hay ocasiones en las que dos personas pueden estar divididas a causa de un choque de cosmovisiones puesto que todos tenemos una y todos somos parte de algún modo u otro de una facción. Pero la religión (o cosmovisión) necesariamente no es lo que divide a la gente, es la actitud de la gente la que los divide. Como un ferviente atesorador de la verdad, quiero afirmar aquello que es verdadero, pero no por eso debo ser cruel o ruin para con los demás (Ef. 4:15; 1 Pe. 3:15-16). Dos personas con grandes convicciones opuestas pueden estar en desacuerdo sin recurrir a ataques personales, de modo que es muy ingenuo afirmar que “la religión divide a la gente” cuando el corazón del problema es, irónicamente, el corazón humano.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando