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¿Hay alguna diferencia entre la Reforma y una reforma? Claramente. La primera es la celebración del movimiento de reforma doctrinal y eclesiástica que comenzó hace 499 años, y la segunda es el impacto continuo de esa reforma en nuestras vidas, familias, iglesias y ciudades hoy en día. La manera clásica de referirse a este impacto es: ecclesia reformata, semper reformanda secundum verbum Dei, lo que significa: la iglesia reformada, siempre reformándose conforme a la Palabra de Dios. Dicho de otra forma, las ideas de la Reforma deben impactar a la iglesia por medio de una reforma continua. Ahora bien, ¿cómo se expresó esa reforma continua en el pasado? ¿Cómo se debe expresar hoy?

Espero que los lectores no se estén imaginando “la reforma continua” como una comunidad de hipsters cristianos que toman cerveza artesanal, fuman habanos, cultivan sus barbas con dedicación, y se hacen tatuajes de las ‘cinco solas’. No estoy sugiriendo que esas cosas sean intrínsecamente malas, y no tengo nada en contra de quienes las practican. Pero con toda confianza les puedo asegurar que eso no es lo que los reformadores tenían en mente cuando pensaban en la reforma continua. Me temo que muchos entre nosotros somos culpables de defender nuestras confesiones de fe favoritas y de celebrar a nuestros héroes reformados (pasados y presentes), pero al mismo tiempo perdemos de vista la prioridad de la reforma continua. ¿Se nota la diferencia? En nuestras celebraciones de casi medio milenio de la Reforma, no nos olvidemos cómo debe ser la vida y la práctica de una iglesia reformada.

Hace poco tuve la oportunidad de leer La companía de pastores de Calvino del Dr. Manetsch. Basándome en este libro, me gustaría compartir solamente tres prioridades para la reforma continua hoy en día. Puede que parte de lo que voy a decir no sea nada nuevo para ti, pero por favor, ten paciencia. Espero que esto sea de bendición para ti. 

1) La predicación del evangelio es central para la reforma continua

Sí, esto ya lo hemos escuchado. Pero vale la pena que lo recordemos porque “la predicación estuvo al centro del cambio religioso en la ciudad de Calvino” (p. 147). Pero presta más atención: la predicación tiene que interactuar con el contenido de la Escritura, y tiene que aplicar el mensaje a las necesidades y los problemas de la congregación. Hay una gran diferencia entre informar a tu iglesia de que crees en la predestinación, y consolar a tu audiencia con esa verdad. Además, siguiendo el ejemplo del Apóstol Pablo, debemos proponernos saber nada excepto a Jesucristo, y este crucificado (1 Cor. 2:2); tenemos que anunciar lo que es de primera importancia: “el evangelio que les prediqué, el cual también ustedes recibieron, en el cual también están firmes, por el cual también son salvos, si retienen la palabra que les prediqué” (1 Cor. 15:1-3). Siempre debemos predicar el evangelio, o de otro modo le haremos daño a nuestra iglesia y les haremos cargar pesos que nosotros mismos no podemos levantar. Pero la gracia del evangelio da libertad y poder a tu congregación para continuar la reforma en su propia vida y alrededor suyo. Ciertamente, “la proclamación de la Escritura fue el instrumento dinámico de Dios para producir regeneración espiritual personal, la reforma de la iglesia, y la transformación de la sociedad conforme a la rectitud de Cristo” (p. 146).

El carácter del evangelio es vital para la reforma continua

En otras palabras: ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza (1 Tim. 4:16). Este es un mensaje para todos, pero especialmente para los que son pastores y líderes en la iglesia. Uno de los obstáculos mayores para la reforma continua en Ginebra fue la presencia de prometedores pastores “reformados” que con el tiempo demostraron estar llenos de orgullo y vanagloria, tener poco celo y menos autocontrol (pp. 39-40). En contraste, aquellos que demostraron ser de más utilidad y beneficio fueron hombres de piedad y doctrina excepcionales; hombres caracterizados por su lealtad a la fe reformada, como también por su ministerio intachable, dispuesto, y entusiasta. Esto no nos debe sorprender, puesto que Pablo mismo enumera muchas cualidades morales para los ancianos, y solo una tiene que ver con la habilidad para enseñar (1 Tim. 3:1-7). La reforma en Ginebra fue un compromiso doctrinal al igual que un compromiso moral. No hay mejor lugar para demostrar el carácter de Cristo que en el hogar. Aunque hay testimonios de matrimonios disfuncionales y atribulados de clérigos en Ginebra durante los años que siguieron a la Reforma, los mejores ejemplos indican que muchos ministros tenían gran afecto por sus esposas y sus hijos: “los compromisos maritales y familiares eran perfumados por las fragancias de devoción mutua, intimidad emocional, y amor humano duradero” (pp. 110-113). Asimismo, las comunidades reformadas de hoy deben esforzarse con el fin de manifestar el carácter evangélico, tanto en sus pastores como en sus miembros. Nuestras congregaciones y comunidades ponen atención a las doctrinas de la gracia cuando estas son proclamadas por personas llenas de gracia. Esto no es imprescindible.

El discipulado en el evangelio es esencial para la reforma continua

Esto tiene todo el sentido del mundo. Si no hay una inversión deliberada de tiempo y de recursos para la continuación del discipulado y la multiplicación de líderes, tampoco habrá una reforma continua. En la Ginebra de Calvino, este entrenamiento se llevaba a cabo en comunidad en diferentes niveles. Los pastores recibían educación continua, semanalmente y cada tres meses. En relación a esto, el oficio eclesiástico de doctor era particularmente importante. Dentro de otras responsabilidades, los doctores tenían la labor de educar a los futuros pastores y proteger a la iglesia de errores doctrinales (p. 28). Los recipientes del entrenamiento debían poseer “un conocimiento bueno y sano de la Escritura, la habilidad de edificar a la iglesia, y ser personas de buenas costumbres y cuyas vidas son intachables”. Calvino se cercioraba de que todos los candidatos fueran entrenados en estas cualidades en la academia, y ocasionalmente les daba la oportunidad de predicar y servir en congregaciones locales. De esta manera, “el programa de formación ministerial en Ginebra enfatizaba, no solo la adquisición de conocimiento teológico, sino que también ayudaba a los estudiantes a adquirir habilidades prácticas” (pp. 82-83). Si bien la formación doctrinal era importante, la piedad y el celo eran prioridades en el reclutamiento de nuevos ministros.

Además, la meta de la formación ministerial, tanto para Calvino como para sus seguidores, era el cuidado del pueblo de Dios de manera de conducirlo al arrepentimiento y al discipulado fiel. Nosotros, asimismo, no debemos pasar por alto nuestro ministerio de evangelización, de instrucción cuidadosa de la Palabra de Dios, y de discipulado de toda la iglesia. Nuestro entrenamiento en el evangelio comienza en el hogar, y se complementa por medio de la instrucción catequética en la iglesia (y no al revés). En Ginebra “a los padres se les daba el rol principal en la educación religiosa” de sus hijos (p. 266).

La Reforma hoy y en 500 años

Estas son sólo tres áreas en las cuales debemos enfocarnos si deseamos experimentar una reforma continua. En resumen: la predicación del evangelio, el carácter del evangelio, y el discipulado en el evangelio. Sin duda, estas prioridades se manifestarán en maneras diferentes en diferentes contextos e iglesias. Como mínimo, debemos reconocer que los hombres a quienes consideramos “héroes” y a quienes celebramos en el día de la Reforma (31 de octubre) fueron los mismos que dedicaron sus vidas a predicar y a vivir de esta manera.

En última instancia, para llevar a cabo una reforma continua, debemos recordar que dependemos de la soberanía de Dios. Calvino y sus colegas “reconocieron que el éxito de la Reforma en Ginebra y la preservación de la iglesia en el futuro dependía, no de sus esfuerzos, sino de la gracia sustentadora de Dios . . . Beza lo expresó bellamente esta postura de dependencia y confianza: ‘Somos capaces de decir, por la gracia de Dios, que hemos predicado, y continuamos predicando, la pura verdad de la santa Palabra de Dios’” (pp. 306-307).

Así como lo hicieron nuestros hermanos en Ginebra, también nosotros busquemos una reforma en nuestra predicación, en nuestro carácter, y en nuestro discipulado; una reforma que continúe moldeando nuestra manera de vivir, nuestras familias, nuestras iglesias, y nuestras ciudades, hoy y por los siguientes 500 años.

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