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El cristiano frente al racismo: ¿Cómo podemos responder a este mal?

Más de Felipe Chamy

El mundo entero está dolido. El asesinato de George Floyd es un acto repugnante. Lamentablemente, no es algo sorprendente. El racismo es algo latente en la sociedad, y una amenaza diaria para millones de personas en Estados Unidos. Soy testigo de cómo amigos míos lo han sufrido. La iglesia debe actuar. Los pastores y académicos debemos levantar la voz.

Al mismo tiempo, y con la mayor de las esperanzas en el evangelio, también estoy convencido de que esto no cambiará dentro de un mes, ni con una mayor cantidad de manifestaciones en las grandes ciudades del mundo (por necesarias que estas sean). No. El racismo es un mal del corazón, un problema del pecado. Entonces, si buscamos erradicar el racismo y toda clase de males en la que un ser humano es discriminado por otro y no es tratado con respeto, debemos tratar sistemáticamente y por largo tiempo el problema del corazón, tanto personal como comunitariamente.

Acabar con un cáncer

Hace algunos años pasé por un tratamiento de cáncer. Extirparlo de mí no fue suficiente. Fue necesario atacarlo gota a gota con los fármacos necesarios, en dosis adecuadas, y en la frecuencia requerida. Además, la quimioterapia se administra en el sistema entero y circula por todo el cuerpo, no solo en los lugares afectados. De la misma manera, debemos actuar integralmente contra el cáncer del racismo, y debemos hacerlo con frecuencia por un largo período de tiempo.

En su carta a los Romanos, Pablo nos recuerda una y otra vez que todos hemos pecado, y que el evangelio puede salvar a cualquiera porque no hay distinción ante Dios. El evangelio es la mayor demostración de la justicia de Dios: un hombre inocente es sacrificado para que los culpables fueran justificados por medio de la fe (Ro. 3:21–31). Todos, sin importar raza o nación, reciben por gracia el perdón de Dios. No hay nadie mejor que otro; nadie puede jactarse delante de Dios, mucho menos delante de los demás. Esta es la convicción, el fármaco, que elimina por completo cualquier noción de superioridad en toda persona.

Las convicciones del evangelio, la gracia, y la fe determinan nuestra conducta e ideales en todas las áreas de la sociedad

Es por estas misericordias de Dios que Pablo nos anima a presentar nuestras vidas a Dios para agradarle y no conformarnos a este tiempo, sino ser continuamente transformados mediante la renovación de nuestra mente (Ro. 12:1–2). El resultado de esta transformación sistemática afecta a cada creyente, sus familias, iglesias, y hasta la sociedad entera.

Si seguimos leyendo Romanos 12–15, vemos que las convicciones del evangelio, la gracia, y la fe determinan nuestra conducta e ideales en todas las áreas de la sociedad. Nota la primera instrucción de Pablo después de llamarnos a la renovación de nuestra mente: “digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar” (Ro. 12:3). Debemos escuchar eso, especialmente en referencia al racismo y cualquier otro aspecto de desprecio hacia otra persona. El evangelio transforma nuestra manera de pensar. Así cambia nuestras relaciones en la iglesia y la sociedad, nuestra actitud hacia las autoridades y hacia los demás.

Entonces, ¿cómo podemos infundir en nosotros sistemáticamente estas verdades para la renovación de nuestra mente? A continuación, sugiero un plan de quimioterapia espiritual contra el cáncer del racismo. De nuevo, sin duda es necesario hacer cirugía. Necesitamos acción radical ahora: iglesias y denominaciones unidas en este asunto, proyectos de ley, marchas, y nuevas políticas sociales. Pero si vamos a erradicar este mal, debemos actuar integralmente y a largo plazo a nivel personal, familiar, eclesial, y social.

Acción personal de largo plazo

En primer lugar, mira tu corazón y escarba profundo. ¿Hay algún sentido, por mínimo que sea, de desconfianza o menosprecio hacia otra persona por causa de su raza, nacionalidad, o clase social? Te pregunto en serio. Actitudes como estas están enraizadas en nosotros, primero por nuestro corazón engañoso, y además por cómo hemos alimentado nuestros pensamientos.

David mismo oró: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23–24). Así también debemos orar y anhelar ver la viga en nuestro ojo. Si hay en nosotros iniquidad y cualquier muestra de menosprecio hacia otros, recuerda que un hombre inocente murió para perdonarte a ti y todo el que confía en Él… porque no hay distinción ante Dios (Ro. 3:22).

Acción familiar de largo plazo

Tu familia y tu hogar debe ser un lugar de hospitalidad para cualquiera, sin importar el color de la persona o su cuenta bancaria. Para lograr eso, debes preguntarte primero: ¿nos tratamos con respeto, sin menospreciar a los demás, dentro del hogar? No es una cuestión pequeña. ¿Tratas con respeto a tus hijos, a tu esposo o esposa? ¿O hay muestras de superioridad y menosprecio en el trato intrafamiliar?

Tu familia y tu hogar debe ser un lugar de hospitalidad para cualquiera, sin importar el color de la persona o su cuenta bancaria

Por ejemplo, algo de lo que una y otra vez mi esposa y yo tenemos que arrepentirnos, es de cómo tratamos a nuestros hijos. No podemos menospreciar a nuestros hijos por su edad. Son personas, creados por Dios, dignos de respeto y atención. Si constantemente interrumpimos lo que hacen o no les tomamos atención cuando nos hablan, les estamos enseñando que por una u otra razón tenemos el derecho de menospreciar al otro. Hermanos y hermanas, esto debe terminar.

Segundo, ¿hay violencia en el hogar? Debo ser claro: creo que hay un lugar para la disciplina correctiva en la crianza, pero no debe hacerse a partir del enojo y la impaciencia, sino con amor y gracia. Hay pocas cosas más dolorosas que ver a uno de mis hijos levantándole la voz a otro y escucharme a mí mismo mientras lo hace. Los hijos imitan. Roguemos al Señor, entonces, que imiten nuestra pasión por el evangelio. Lo mismo con nuestros esposos o esposas. Las bromas basadas en el género abundan en los matrimonios. Hermanos, que eso no se oiga entre nosotros. Esposas, honren a sus esposos. Esposos, amen a sus esposas “dándole honor por ser heredera como ustedes de la gracia de la vida” (1 P. 3:7).

Acción eclesiástica de largo plazo

¿Qué tan diversa es tu iglesia? La verdad es que a veces no hay lugar más segregado que nuestros lugares de reuniones los domingos por la mañana. Inconscientemente, agrupamos nuestros estudios bíblicos por “afinidad” en lugar de disfrutar la riqueza en la variedad. Segregamos a la familia sacando a los niños del servicio, y nuestros miembros siguen anhelando un lugar donde vivir en base a la escuela de sus hijos o el trabajo en lugar de la comunidad y la misión.

Tengo el privilegio de servir en una red y familia de iglesias en la que intencionalmente reclutamos, entrenamos, y designamos líderes y pastores con la mayor diversidad posible. Estamos convencidos de que la diversidad étnica en el liderazgo se traduce en diversidad en nuestra misión y congregación. Las familias y comunidades misionales intencionalmente arriendan y compran casas priorizando la comunidad a la que quieren bendecir. ¡Ese es el modelo de la iglesia en Antioquía! (Hch. 13:1–3).

Acción social de largo plazo

Por acción social no me refiero solo a la misericordia por los más vulnerables, sino también a nuestra conducta y actitudes en la sociedad. Aquí es donde aquellos con vocaciones fuera del ministerio de la Palabra y la oración pueden aportar mejor (ver Hch. 6:1–7).

¿Cómo te relacionas con tus colegas, especialmente con aquellos diferentes a ti? ¿Tratas con respeto a todos en tu lugar de trabajo? De lunes a viernes, es cuando más debemos recordar que “cualquiera de ustedes que desee llegar a ser grande será su servidor, y cualquiera de ustedes que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:43-45).

No caigamos en el desaliento. Dios asegura un futuro glorioso en el que la violencia y la injusticia acabarán

No importa tu vocación o carrera, la mayor parte de nuestra vida la pasamos en el estudio o trabajo. Ese debe ser el lugar donde más se manifieste la renovación de nuestra mente. Ya sea en el deporte o la medicina, la educación o la política, la empresa privada o el servicio público, cada uno de nosotros, esparcidos por las áreas de la sociedad, busquemos servir intencionalmente a los demás con excelencia sin importar la clase o raza de los demás.

Reflexión final

Si en cada uno de estos planos (personal, familiar, iglesia, y sociedad) atacamos sistemática y consistentemente el problema del racismo y el menosprecio a los demás, entonces para la próxima generación sin duda habremos impactado notablemente la cultura. El cáncer del racismo habrá sido tratado de manera integral y prolongada.

En todo esto, no perdamos de vista que, al tratarse de un problema espiritual, el evangelio debe administrarse en perseverantes dosis de oración. Sin duda, vendrá la tentación de la desesperanza y el pesimismo. Dios no lo quiera, veremos a otros George-Floyds y mis amigos otras razas seguirán sufriendo el terror de sacar sus hijos a la calle en varias ciudades del mundo. Pero no caigamos en el desaliento. Dios asegura un futuro glorioso en el que la violencia y la injusticia acabarán. Por ahora, seamos “fervientes en espíritu, sirviendo al Señor, [gozándonos] en la esperanza, perseverando en el sufrimiento, dedicados a la oración” (Ro. 12:11-12).

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