Hageo, cuyo nombre significa «fiesta al Señor» o «solemnidad», es considerado como el primero de los profetas enviados por Dios después del cautiverio de Judá en Babilonia. Aunque se desconoce con exactitud si nació antes o durante la cautividad, se cree que cuando empezó su ministerio profético tenía aproximadamente setenta años de edad.
El panorama de la época
Mediante un decreto, Ciro de Persia autorizó el retorno de los judíos a Jerusalén para reconstruir el templo. Esto permitió que los profetas Hageo y Zacarías regresaran del exilio con el remanente que lideró Zorobabel (535-36 a. C.; cp. Esd 5:1; 6:14). Al llegar a su destino, los judíos intentaron iniciar con la restauración del templo.
Sin embargo, algunos samaritanos enviaron cartas a Ciro para evitar la reconstrucción (Esd 4-6). Esta situación se sumó a la incertidumbre de los judíos afectados por la desolación de la tierra y la falta de cosechas, entre otros problemas. En consecuencia, la reconstrucción del templo se detuvo por un tiempo (534 a. C.). Paralelo a ello, el pesimismo del pueblo degeneró en un letargo espiritual y, como resultado, los judíos llegaron a estar más preocupados con sus propios asuntos en vez de la adoración a Dios.
En este panorama, Dios envió al profeta Hageo como un mensajero responsable de despertar a una nación adormecida (520 a. C.). El mensaje fue claro: reconstruyan el templo. Es como si Dios dijera: «Es hora de que dejen a un lado sus intereses egoístas y den prioridad a Mi gloria».
El templo representaba la presencia de Dios entre Su pueblo. Al regresar del cautiverio, el Señor quería asegurar que Su promesa de retorno y el establecimiento de Su dominio fueran reconocidos en el pueblo Judá.
La condición espiritual del pueblo
La pereza espiritual cultivó en el pueblo retornado una actitud de complacencia y egoísmo. No obstante, Hageo llamó al pueblo a arrepentirse y a honrar al Señor mediante la obediencia al poner manos a la obra (1:5, 7-8). El mensaje del profeta sirvió para sacudir la somnolencia del pueblo y activar la labor de levantar la casa de Dios. Era necesario que las cosas de Dios fueran una prioridad en el corazón de Judá.
El efecto de la proclamación de este profeta y de Zacarías no se hizo esperar y el pueblo, luego de catorce años de rezago, reinició la reedificación, obra que fue concluida en el 516 a. C.
El Deseado por las naciones
El pasaje clave del libro escrito por Hageo es el siguiente:
Porque así dice el SEÑOR de los ejércitos: «Una vez más, dentro de poco, Yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra firme. Y haré temblar a todas las naciones; vendrán entonces los tesoros de todas las naciones, y Yo llenaré de gloria esta casa», dice el SEÑOR de los ejércitos. «Mía es la plata y Mío es el oro», declara el SEÑOR de los ejércitos. «La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera», dice el SEÑOR de los ejércitos, «y en este lugar daré paz», declara el SEÑOR de los ejércitos (Hag 2:6-9).
El texto se refiere a la manifestación de Dios en forma visible. Algunos teólogos lo conectan con la encarnación de Cristo, quien es el Deseado por las naciones (RV60) y cuya gloria, una mayor que la del primer templo, llenará ese segundo templo.1
Debemos admitir que la discusión teológica no termina allí. Sin embargo, podemos afirmar el cumplimiento futuro y completo que la presencia misma de Jesús representaría en Su primera aparición y más aún en Su segunda venida.2
Lecciones que aprendemos de Hageo
Podemos extraer diferentes aprendizajes del mensaje del profeta Hageo. Aquí te comparto dos lecciones.
Debemos evitar el pecado de la indiferencia espiritual
El pueblo de Dios en los días de Hageo se anestesió espiritualmente. La apatía espiritual es un estado del que tú y yo debemos huir con rapidez de manera intencional. Nos urge confesar nuestros pecados, cambiar de dirección de vida y someternos en obediencia a Aquel que murió y resucitó para darnos vida eterna.
Nuestra predicación debe ser sobre la base de la autoridad de las Escrituras
En los treinta y ocho versos que componen el libro de Hageo, veintiséis veces aparece la frase «así dice el Señor». Su mensaje estuvo fundamentado en la autoridad de la Palabra revelada de Dios. Esta verdad debería ser el fundamento de nuestro servicio a Cristo en la predicación y enseñanza de la Biblia (1 P 4:11).
Tristemente, a veces pareciera que la iglesia contemporánea es una réplica de Judá en tiempos de Hageo, porque las cosas del mundo son prioridad para ella. Por tanto, el mensaje principal de este profeta es una luz amarilla de advertencia en la avenida de la fe, que indica que debemos frenar la idolatría a nosotros mismos y volver a Cristo. Su reino debe ser una prioridad para nosotros (Mt 6:33). Vengamos a Él en arrepentimiento y abracemos la esperanza de restauración que existe en el evangelio.