¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×
Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Volveos a mí: Un llamado urgente de parte de Dios (Editorial Vida, 2024), por Miguel Núñez.

El pueblo de Israel, que había regresado del exilio en Babilonia, comenzó de nuevo a reconstruir el templo después de que los profetas Hageo y Zacarías confrontaron severamente a la nación por mandato de Dios. Durante dieciséis años habían detenido el trabajo de reconstrucción alegando que todavía no había llegado el tiempo de edificar la casa de Dios (Hag 1:2). Pero la realidad era otra.

La necesidad de la santificación

Los expatriados que regresaron se habían acomodado y perdieron el interés en hacer la obra que Dios les había ordenado. Empezaron a gastar el dinero en la construcción y embellecimiento de sus propias casas en vez de usarlo para reedificar el templo (Hag 1:3). Esto hizo que Dios trajera sequías y hambrunas sobre la nación, decretando que los cielos se cerraran para que no hubiera lluvia (Hag 1:9-11). En otras palabras, la escasez que experimentaron no fue simplemente el resultado de una calamidad, sino de una disciplina de parte de Dios.

Es increíble cómo el mal manejo de sus finanzas, su estilo de vida materialista y su falta de obediencia a Dios resultaron en un cambio en las condiciones climáticas de la nación de Israel, lo cual condujo a cambios sociales.

Esto nos enseña que nuestros pecados tienen ramificaciones amplias, profundas, duraderas y de grandes proporciones. De hecho, el favor de Dios jamás estará con nosotros hasta que hayamos reconocido nuestras faltas, nuestras transgresiones y nuestras iniquidades.

Es imposible seguir violando la ley de Dios y esperar ser bendecidos por Él. De modo que el pueblo necesitaba santificarse y organizar sus prioridades si deseaba ser bendecido nuevamente por Dios (Hag 2:18-19).

No nos ganamos las bendiciones de Dios, pero la desobediencia nos coloca en el camino de la disciplina en vez de ponernos en una posición donde Dios quiera bendecirnos. Necesitamos volver a los caminos de Dios cada vez que Él nos llame. Por eso el autor de la carta a los hebreos dijo lo siguiente: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: “Si ustedes oyen hoy Su voz, no endurezcan sus corazones, como en la provocación, como en el día de la prueba en el desierto”» (He 3:7-8). Volver a Dios es estar alineado con las prioridades de Dios, como dice Mark J. Boda en su libro Return to Me (Vuelvan a mí).

La necesidad de cuidar el templo

Dios deseaba que los israelitas reconstruyeran el templo con la intención de que así reconstruyeran sus vidas. Toda la vida religiosa de la nación de Israel giraba en torno al templo, y el descuido del templo de Dios era indicio de una vida igualmente descuidada. En esas condiciones, Dios no tendría comunión con ellos. De manera que, no fue hasta que el pueblo obedeció la voz del Señor, su Dios, y se arrepintió de su pecado, que Dios les dijo: «Yo estoy con ustedes» (Hag 1:13).

Por otro lado, la historia de la reconstrucción del templo nos muestra que Dios obra favorablemente hacia aquellos que tienen un corazón arrepentido. El pecado en el corazón del creyente impide que Dios mueva las circunstancias a su favor; pero el arrepentimiento remueve todos los obstáculos y trae consigo el favor de Dios.

Dios obra favorablemente hacia aquellos que tienen un corazón arrepentido

Inmediatamente después de que se reanudó la reconstrucción del templo, el pueblo fue cuestionado sobre quién los había autorizado para edificar y de quiénes eran los obreros (Esd 5:3-5). La intención era detener la obra de reconstrucción una vez más, «pero el ojo de su Dios velaba sobre los ancianos de los judíos, y no les detuvieron la obra hasta que un informe llegara a Darío, y volviera una respuesta escrita tocante al asunto» (Esd 5:5).

La única razón por la que no detuvieron la obra es porque el ojo del Señor «velaba sobre los ancianos de los judíos», que es otra forma de mostrarnos que Dios estaba con el liderazgo del pueblo.

La necesidad de un liderazgo sumiso a Dios

La condición espiritual del liderazgo de una iglesia es vital para que Dios pueda bendecir o no a Su pueblo. Esto no quiere decir que la condición espiritual del resto de la congregación sea de poca importancia, ¡de ningún modo! Pero el caminar del liderazgo de la iglesia, su estilo de vida, su sumisión a Dios, su espíritu sumiso o insubordinado, su disposición a renunciar a intereses personales en favor de la visión que Dios ha dado a la iglesia, es vital para que Dios obre con benevolencia en medio de Su pueblo.

El pecado en el corazón del pueblo había impedido que Dios moviera las circunstancias a favor de Israel; pero después de su arrepentimiento, Dios quitó todos los obstáculos:

… y los ancianos de los judíos tuvieron éxito en la edificación según la profecía del profeta Hageo y de Zacarías, hijo de Iddo. Y terminaron de edificar conforme al mandato del Dios de Israel y al decreto de Ciro, de Darío y de Artajerjes, rey de Persia (Esd 6:14).

Nuestro arrepentimiento muchas veces hace que Dios ponga gracia en el corazón de otros, al punto que nuestros enemigos se convierten en colaboradores y la oposición se convierte en provisión, tal como sucedió durante la reconstrucción del templo (Esd 6:6-12). Lo contrario también es cierto: la falta de gracia en el corazón de otro hacia nosotros muchas veces no es más que el resultado de nuestro pecado y falta de arrepentimiento.

No debemos olvidar que Dios anhela bendecir a Sus hijos, pero el proceso comienza con una actitud de humildad ante Dios

Recuerde las palabras del Predicador en el libro de Proverbios: «Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; / Él lo dirige donde le place» (Pr 21:1). Ciertamente, Dios puede detener o bloquear algo en nuestra vida para probar nuestra fe; pero puede hacerlo simplemente porque Su gracia no está con nosotros debido a nuestro pecado.

La necesidad urgente de arrepentimiento

A modo de aplicación, pregúntate: ¿Es posible que haya algo en mi andar que está estancando mi vida? ¿Pudiera haber algo que espero que suceda, pero no sucede porque mientras espero que suceda, Dios espera que me arrepienta para orquestarlo?

Nuestro arrepentimiento mueve la mano y el rostro de Dios a nuestro favor. Pero nuestra falta de arrepentimiento hace que la mano de Dios se vuelva contra nosotros.

No debemos olvidar que Dios anhela bendecir a Sus hijos, pero el proceso comienza con una actitud de humildad ante Dios y la admisión de nuestra parte de que hemos pecado, nos hemos desviado del camino y necesitamos volver a Dios.

La humildad es un requisito para ser bendecido por Dios, porque la actitud opuesta, el orgullo, nos lleva a no reconocer nuestro pecado, queriendo mantenerlo en oculto para luego, si es necesario, justificarlo.

Bajo esas condiciones, Él se retira de nuestras vidas porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes» (Stg 4:6 NTV). Por eso, los avivamientos nunca han ocurrido en medio de condiciones de orgullo; solo suceden cuando el pueblo de Dios se humilla ante su Dios. La razón es muy sencilla:

  • Mientras el orgullo se resiste, la humildad se rinde.
  • Mientras el orgullo se esconde, la humildad busca rendir cuentas.
  • Mientras el orgullo se mantiene firme en su posición sin aceptar la corrección, la humildad es accesible, se deja corregir, escucha, admite su culpa, perdona y pide perdón con facilidad.

El orgullo es la actitud del corazón que más rápido nos aleja de Dios y hace que Dios se nos oponga. Por lo tanto, el orgullo es el mayor impedimento para el avivamiento en nuestra vida. Dios revela Su voluntad a aquellos que buscan Su rostro, pero cuando en nuestro orgullo permanecemos en la práctica del pecado, la prioridad pasa a ser la necesidad de arrepentirnos y volver a Él. La búsqueda de la voluntad de Dios y la vida de pecado existen en polos opuestos. Tan lejos como está el oriente del occidente, así está la voluntad de Dios de la práctica del pecado.

Por otro lado, el relato bíblico nos enseña una y otra vez que la falta de arrepentimiento nos roba el gozo del Señor. Después de su regreso desde Babilonia a Jerusalén, el pueblo de Dios pasó dieciséis años ignorando la orden de reedificar la casa de Dios y durante esos años estuvo en desobediencia a la voluntad de Dios. Por lo tanto, fueron dieciséis años sin experimentar el gozo de Dios porque es imposible experimentar Su gozo fuera de Su voluntad. La desobediencia no nos permite disfrutar de Sus bondades y una de esas bondades es poder contar con Su gozo en nuestras vidas.

Nuestra desobediencia, nuestro orgullo y nuestra falta de arrepentimiento afectan nuestra relación con Dios y nos impiden disfrutar del gozo del Señor. Cuando David pecó y aún no había confesado su pecado, el gozo abandonó su vida y el Salmo 51 es testimonio de ello (vv. 8-12).

La falta de arrepentimiento es la causa número uno de la ausencia de gozo en nosotros. Nuestro gozo depende de nuestra obediencia; de hecho, nuestro gozo es directamente proporcional a nuestro grado de obediencia. Tanto así que Gálatas 5:22 revela que el gozo es fruto del Espíritu. Entonces, a mayor obediencia, mayor llenura, y a mayor llenura de Su Espíritu, mayor será nuestro gozo. El gozo no es más que el resultado de vivir en una relación con Dios caracterizada por una actitud de arrepentimiento.

Por lo tanto, no es posible caminar con Dios, contar con Su favor, conocer Su voluntad y experimentar Su gozo sin una vida de arrepentimiento. Cuando leemos la historia bíblica y la historia de la iglesia, nos damos cuenta de que las personas que han caminado de cerca con Dios fueron personas que tuvieron una vida continua de arrepentimiento. Recuerde que el arrepentimiento no es un evento; es un estilo de vida para aquellos que son sensibles a la santidad de Dios.

Nuestra desobediencia, nuestro orgullo y nuestra falta de arrepentimiento afectan nuestra relación con Dios y nos impiden disfrutar del gozo del Señor

Estar cerca de Dios nos ayuda a ver nuestras faltas continuamente y al verlas, el Espíritu de Dios que vive en nosotros produce convicción y confesión de pecado.

Asimismo, el arrepentimiento produce en nosotros un despertar a la acción y nos motiva y energiza para llevar a cabo los propósitos de Dios para Su complacencia. En Filipenses 2:13, Pablo afirma que Dios es quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer, para Su buena intención. En otras palabras, el Espíritu de Dios que mora en nosotros nos motiva y nos empodera para hacer lo que a Él le agrada. Pero cuando hay pecado en nuestra vida, no nos sentimos motivados a hacer la obra de Dios, mucho menos en el tiempo de Dios y a la manera de Dios.

Nuestra dejadez y apatía ante un trabajo por hacer a veces se debe simplemente a nuestra falta de arrepentimiento. Dios es capaz de producir en nosotros tanto el deseo como la energía, como ya aludimos, para trabajar hasta que llevemos a cabo un propósito determinado; pero si nuestro arrepentimiento no ha ocurrido, no podemos contar con la motivación ni la fuerza para hacer las cosas que debemos. Al arrepentirse, el pueblo hebreo recuperó la confianza en el Dios que dirige la historia humana y no hay nada que nos motive más a hacer la obra de Dios que la confianza en Su soberanía.


Adquiere el libro: Físico | Kindle

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando