De los muchos trastornos que el brote del COVID-19 ha traído a nuestras vidas, hay uno que ha estado especialmente en mi mente. Esta pandemia nos ha confrontado simultáneamente con nuestra mortalidad y también ha eliminado muchas de las distracciones que normalmente usamos para protegernos de la verdad. Ha expuesto la fragilidad de todo lo que damos por sentado (nuestros cuerpos saludables sobre todo), mientras nos priva de las tantas oportunidades favoritas para escapar de las duras realidades de la vida bajo el sol.
Mi ruta de escape preferida para adormecer la mente siempre ha sido el deporte. En las últimas semanas, por costumbre, abrí mi aplicación de ESPN solo para encontrar titulares conmovedores como: “Peyton Manning asiste a la clase en línea de Tennessee” y “Justin Bieber recorre la casa en el juego ‘piso es lava’”. No sé para ti, pero “ciberanzuelos” como estos simplemente no son suficientes para apartar mis ojos de las impactantes cifras de desempleo o los crecientes totales de muertes diarias.
Además de las muchas cosa que el Señor pueda estar haciendo en esta extraña providencia, nos está ofreciendo el don de la sabiduría. La sabiduría en la Biblia es un instinto para vivir bien en el mundo tal como es, no como deseamos que sea. La sabiduría no se esconde de lo que es doloroso de la vida en este mundo caído.
Esta sabiduría es el objetivo de Eclesiastés en general, y particularmente de la serie de proverbios que abre el capítulo 7.
Estas comparaciones crudas y provocativas están destinadas a apartar el camino del sabio del camino del necio. Pero como gran parte de Eclesiastés, estos proverbios nos desorientan para orientarnos. Se nos dice que el día de nuestra muerte es mejor que el día de nuestro nacimiento (Ec. 7:1). ¿Cómo puede ser? Se nos dice que es mejor ir a la casa de luto que a la casa de banquete (Ec. 7:2). Eso no suena bien. Y se nos dice que la tristeza es mejor que la risa (Ec. 7:3). ¿Qué significa eso?
Evitar dos trampas
Dos aclaraciones son especialmente útiles.
Primero, el Predicador tiene en mente un tipo específico de banquete y risa. No está en contra de divertirse o apreciar la bondad y la belleza del mundo. A pesar de sus momentos de tristeza, este libro también celebra la alegría en los buenos dones de Dios (Ec. 3:4; 5:18-20). Las fiestas tienen su lugar.
Pero hay un tipo de festejo y risa que es engañosa y contraproducente. Es el tipo que Derek Kidner describe como: “la agitada y vacía alegría de los tontos, rápida en encenderse, rápida para desvanecerse”. Este tipo de ligereza es un sustituto de la reflexión cuidadosa y respuesta emocional honesta a la vida. Es una estrategia, deliberada o no, para evitar cualquier cosa que pueda pesarnos o arruinar nuestro buen tiempo.
Las fiestas tienen su lugar. Pero hay un tipo de festejo y risa que es engañosa y contraproducente
Segundo, cuando el Predicador dice que el duelo es mejor que el banquete, o la muerte mejor que el nacimiento, no es porque el dolor y la muerte sean buenos en sí mismos. Esto no es simplemente resignación, alguna aceptación nihilista del poder de la oscuridad. Es más bien que, como dice Kidner: “el día de la muerte tiene más que enseñarnos que el día del nacimiento”.
No es que la muerte sea mejor que la vida. Es que tenemos más que aprender del simple hecho de que nuestras vidas terminarán que del hecho de que estamos vivos en primer lugar. Aprendemos estas lecciones no en la casa de banquetes, donde los placeres instantáneos nos mantienen la mente apagada, sino en la casa del luto, donde observamos detenidamente las verdades que con razón rompen nuestros corazones. “Aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón” (Ec. 7:2).
Cuando el Predicador nos dice que es mejor ir a la casa de luto, nos advierte que no nos adormezcamos con una diversión tras otra, viviendo nuestras vidas como un largo “atracón de Netflix”, esperanzados de que hallaremos la felicidad en el próximo episodio.
Cuando el Predicador nos dice que es mejor ir a la casa de luto, nos advierte que no nos adormezcamos con una diversión tras otra
Pero tampoco pretende deprimirnos. Quizás la declaración más sorprendente en estos versículos viene en el versículo 3: “Mejor es la tristeza que la risa, porque cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento”. La recompensa de la tristeza es algo mejor que la risa: alegría genuina.
Caras tristes, corazones alegres
¿Pero, cómo? ¿Cómo las caras tristes traen corazones alegres?
Veo al menos dos formas, una desde la perspectiva de Eclesiastés, y otra para la cual Eclesiastés nos prepara.
1. Poniendo los dones de Dios en el lugar apropiado
Eclesiastés nos ayuda a disfrutar los buenos dones de la vida al evitar que los adoremos o confiemos en ellos. Bajo el sol, ningún buen regalo es nuestro para que nos quedemos con él. Eso es lo que aprendemos en la casa del luto, y es una lección difícil.
Si no aprendemos esta lección, si buscamos seguridad en reputaciones, fortunas, carreras, o cualquier otra cosa que construyamos para nosotros mismos, eventualmente lidiaremos con una inutilidad y frustración paralizantes. Como salvaguardias permanentes, incluso los mejores regalos de la vida son vanidad. Confiar en ellos es arruinar cualquier posibilidad de disfrutarlos realmente.
Bajo el sol, ningún buen regalo es nuestro para que nos quedemos con él. Eso es lo que aprendemos en la casa del luto
Pero si aceptamos el dolor que viene con la pérdida, que a su vez viene con el tiempo, estos dones de Dios, como el maná en el desierto, no tienen que dañarse. En cambio, pueden ser lo que son, lo que Él pretende que sean: no su competencia, sino muestras de su amor por sus hijos.
Considera los pasajes alentadores como Eclesiastés 2:24: “No hay nada mejor para el hombre que comer y beber y decirse que su trabajo es bueno. Yo he visto que también esto es de la mano de Dios” (cf. 3:12-13; 5:18). Estas son las aplicaciones del sermón del Predicador. La honestidad brutal del libro acerca de lo que hace la noción del tiempo sobre todas las cosas, apunta a la alegría de los buenos dones de Dios. El duelo nos ayuda a aceptar las limitaciones de esos dones. Aceptar sus limitaciones nos ayuda a verlos por lo que son, no por lo que no son.
2. Poniendo nuestros corazones en el gozo verdadero
En segundo lugar, el dolor que Eclesiastés llama sabiduría nos ayuda a poner nuestros corazones en la única fuente de alegría verdadera y resistente. Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo vendrá de nuevo.
Si Cristo no resucitó, dice Pablo en 1 Corintios 15, la fe en Él es tan vana e inútil como todo lo demás. Podemos comer, beber, y ser felices (1 Co. 15:32). ¡Juntémonos todos en la casa de banquete después de todo! Sin embargo, Cristo ha resucitado, las primicias que llevarán a muchos hijos a la gloria, más allá del sol, donde Dios mismo será nuestra luz (Ap. 21:23).
Faltamos a algunas fiestas ahora no porque festejar esté mal, sino porque no todas las fiestas son iguales
La casa del luto, donde decimos la verdad sobre la fragilidad de todo lo que amamos en este mundo, ayuda a elevar nuestra mirada y nuestras esperanzas más allá de este mundo al único consuelo verdadero en la vida y en la muerte.
Y de esta manera, irónicamente, la casa de luto se solidariza con otra casa de banquete. Faltamos a algunas fiestas ahora no porque festejar esté mal, sino porque no todas las fiestas son iguales. Estamos ahorrando nuestros apetitos para el banquete que Cristo ha preparado para nosotros, nuestra fiesta sin fin en la casa de Sión (Is. 25:6).