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No me gusta mucho recordar los días en los que mi papá me enseñó por primera vez a andar en bicicleta. Yo no quería aprender a montar en bicicleta. Por lo menos, no a esa edad. Pero era importante para mi padre que yo supiera cómo hacerlo. No podía entender por qué mi padre me obligaba. Tarde tras tarde, salimos al patio trasero de nuestra casa para practicar. Durante esos días, yo pedaleaba mientras él se aferraba a uno de los lados del timón y ponía su otra mano debajo del asiento. Todo ese tiempo yo estuve llorando y gritando, rogándole que no me llevara a hacerlo. Pero mis lágrimas y gritos no lo movieron.

¿Cómo podía mi padre hacer eso? ¿Sería que no me amaba lo suficiente?

En el proceso de aprender, yo estaba bien temerosa de que mi padre me empujaría fuera de su cuidado. Tenía miedo de caerme. Yo confiaba en mi papá, claro, pero solo mientras sentía su mano debajo del asiento o sentía que él estaba agarrando el timón. Tan pronto sentía que él estaba allí, tenía miedo. Y, por supuesto, las veces que estuve temerosa fueron las veces que estuve más propensa a caer.

Nuestro Padre Celestial a menudo actúa de manera similar. Cuando nuestras mentes obstinadas y egoístas no pueden imaginar ningún escenario posible en que la forma en que Él actúa podría ser buena para nosotros, todavía tenemos la promesa de Romanos 8:28 de que Él está trabajando todas las cosas para el bien de quienes le aman y son llamados conforme a su propósito. Nuestro Dios es el único que ve el fin desde el principio (Isaías 46:10). A veces Él nos permitirá experimentar circunstancias difíciles porque sirven al propósito mayor de añadir a nuestra fe y aumentar nuestra resistencia espiritual (Santiago 2:3). Estos son tiempos difíciles, tiempos de aprendizaje y crecimiento, pero si respondemos correctamente, estas circunstancias siempre resultarán en nuestro bien y para su gloria.

Cuando parece que Dios está empujándonos a hacer algo que no queremos hacer o aprender algo que no queremos aprender, debemos recordar que un buen padre sabe lo que le conviene a su hijo. Y tenemos el mejor Padre. Al igual que mi padre terrenal soportó mis ataques y combates contra el montar en bicicleta, así también nuestro Padre Celestial es paciente en su trato con nosotros. A veces Él nos permitirá experimentar el dolor que nos enseñe a confiar en su dirección y comprensión más que la nuestra. Piensa en las veces que Dios fue fiel en darte lo mejor para ti, incluso cuando tú no lo querías. ¡Piensa en el tipo de amor que esto requiere! Considera el amor de Cristo por María y Marta. Cuando Él se enteró de que Lázaro estaba enfermo de muerte, la Palabra nos dice que Él se quedó donde estaba.

“Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Así cuando oyó que Lázaro estaba enfermo, se quedó donde estaba dos días más” (Juan 11: 5-6).

Espera… ¿qué? ¿Él no hizo nada? ¿Él dejó que Lázaro muriera? Eso no parece amor. Pero Cristo nos muestra cómo amar: amando al Padre sobre todo y buscando Su gloria en todo. Y fue difícil para Cristo ver el dolor de sus amigas. Él lloró al oír que Lázaro había muerto. Pero la resurrección de Lázaro fue el evento en el cual Cristo se reveló como la Resurrección y la Vida. La respuesta de Cristo a la petición de María y Marta nos muestra que el amor de Dios es un amor profundo. Es un amor que permitirá dolor y sufrimiento para sus hijos, así como para sí mismo, para que Dios sea glorificado y para que Sus hijos sean santificados.

Mi padre me hizo a aprender a montar en bicicleta porque él sabía cómo mi vida sería diferente después. Él sabía que yo era capaz de montar en bicicleta cuando yo no creía que podía. Él sabía que yo iba a disfrutar de ella cuando yo aún no podía imaginar que podía ser divertido.

Aun cuando no siempre puedas sentirlo sosteniéndote, confía en la mano capaz de Dios en tiempos difíciles y frustrantes. Él es un Padre amoroso que sabe cómo dar cosas buenas a sus hijos y es celoso de nuestra confianza, aun por el costo de su propio sufrimiento. En todo tiempo tenemos la certeza de que si Él no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, podemos confiar en Él para cualquier cosa (Ro. 8:32). Él empuja a sus hijos a experiencias que nunca pensamos hubiésemos podido manejar por nuestra propia cuenta. No podremos experimentar la libertad de la pista si Él no ha sido primero con nosotros en la lucha del patio trasero.

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