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“¿Conque Dios les ha dicho…?”.

Estas palabras marcaron el principio del aparente final. Adán y Eva escucharon la mentira de Satanás —una pregunta que en realidad no era una pregunta, sino una propuesta disfrazada—, comieron el fruto, y murieron. Fueron separados de Dios, la fuente de vida. Fueron expulsados del Edén.

El relato de la caída (Gén. 3) nos muestra lo sutil que puede ser el engaño del maligno y lo devastadoras que son sus consecuencias. Con todo, a pesar de que muchos de nosotros conocemos la historia prácticamente de memoria, es fácil seguir siendo engañados. Nuestros ojos no desean el fruto prohibido, sino cualquier otra cosa que no sea el Señor. Buscamos saciar con lo creado aquello que solo el Creador puede satisfacer.

“Tal vez este sea el acierto más grande de Satanás. Si puede hacernos descender la mirada al nivel del suelo cuando buscamos plenitud, belleza e ilustración, ya tiene la mayor parte del camino recorrido para hacernos desobedecer” (p. 9).

En su libro El evangelio según Satanás, Jared Wilson explora ocho mentiras acerca de Dios que suenan como la verdad. Mentiras que prometen la plenitud, belleza, y sabiduría que solo encontramos en el Señor.

Frases como “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos” (mejor conocida como “ayúdate, que yo te ayudaré”) parecen muy inofensivas y hasta benignas, pero el razonamiento que hay detrás de ellas nos aleja del evangelio y, por tanto, del Señor. Como Wilson escribe, “el diablo es adepto a hacer que el pecado parezca bueno” (p. vxii). El pecado es horroroso y jamás vale la pena, así que la estrategia del diablo es cegarnos a lo que el pecado realmente es. Con frecuencia utiliza verdades a medias o mentiras motivacionales para atraparnos.

¿Son tuyas tus ideas?

He escuchado a mi esposo aconsejar a otros “no te hagas tonto tú solo” más veces de las que puedo contar. Parece un consejo simple —quizá hasta un poco ridículo— pero su simplicidad es la que lo hace tan efectivo. Al diablo le encanta que nos hagamos tontos. Escuchamos frases inspiradoras que fomentan nuestro pecado y tratamos de hacer que encajen de alguna manera con las palabras de la Biblia. Después de mucho tiempo de hacer esto, llegamos a convencernos de que las mentiras que hemos elegido creer son verdades que vienen de Dios.

“El mejor truco del diablo es hacerte creer que sus ideas no son solo tuyas, sino que incluso son de Dios” (xviii). 

  • “Dios me hizo así. Él me ama y quiere que sea feliz”. 
  • “Dios nos ha dado una vida y tenemos que aprovecharla. Es ahora o nunca”.
  • “La Biblia dice que Dios concederá los deseos de mi corazón. Esto es lo que anhelo y es lo que necesito”.

Es fácil vestir de piedad nuestros deseos pecaminosos. El diablo lo hizo cuando tentó a Jesús en el desierto (Mt. 4:5-6). Es por eso que conocer algunos versículos bíblicos no es suficiente. Necesitamos conocer a Dios.

“Si no fijamos nuestra mente en la gloria de Dios y en todas las cosas que Él sí dijo, nos hacemos vulnerables a las mentiras” (p. 172).

Jesús pudo responder “escrito está” a las palabras de Satanás no solo porque conocía la Palabra, sino porque también conocía al Dios de la Palabra. Sabía que solo en Él estaban la  plenitud, belleza, y sabiduría que el enemigo pretendía ofrecerle. Sabía que ceder ante la mentira era conformarse con una copia barata, con un espejismo vacío.

La caída de Adán y Eva fue un final aparente porque Dios no quiso dejar las cosas así. En su misericordia, no quiso que permaneciéramos como esclavos de la mentira, el pecado, y la muerte. Él nos ofreció su luz de verdad para darnos vida. Él tomó forma de hombre, cargó con nuestra culpa, y nos vistió con su justicia perfecta.

Ya no tenemos que escuchar las mentiras. Aunque suenen atractivas, palidecen en comparación a las verdades eternas del evangelio de Jesús. Mantengamos nuestra mirada en lo eterno y no nos dejemos engañar. No vale la pena.

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