Este es un fragmento adaptado de Doctrina bíblica: Enseñanzas esenciales de la fe cristiana (Vida, 2012), por Wayne Grudem.
En Romanos 10:13-17 Pablo dice: “Porque ‘todo el que invoque el nombre del Señor será salvo’. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? … Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo”.
Esta afirmación indica la siguiente línea de razonamiento:
- Primero da por sentado que uno debe invocar el nombre del Señor para poder ser salvo.
- La gente puede invocar el nombre de Cristo solamente si cree en Él (o sea, que Él es un Salvador digno de invocar, y que responde a los que le invocan).
- La gente no puede creer en Cristo a menos que oigan de Él.
- No pueden oír de Cristo a menos que alguien les hable de Cristo (un “predicador”).
- La conclusión es que la fe que salva resulta al oír, o sea, al oír el mensaje del evangelio, y este oír el mensaje del evangelio resulta de la predicación de Cristo. La implicación parece ser que sin oír la predicación del evangelio de Cristo, nadie puede ser salvo.
Este pasaje es uno de los varios que muestran que la salvación eterna se alcanza únicamente mediante la fe en Jesucristo, y no hay otra manera. Hablando de Cristo, Juan 3:18 dice: “El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Incluso los creyentes del Antiguo Testamento tuvieron fe salvadora en Cristo, a quien miraban en el futuro, no con el conocimiento exacto de los detalles históricos de la vida de Cristo, sino con gran fe en la absoluta confiabilidad de la promesa de Dios.
La Biblia es necesaria para la salvación en este sentido: Uno debe leer el mensaje del evangelio en la Biblia por uno mismo u oírlo de otra persona. Incluso los creyentes que llegaron a la salvación en el antiguo pacto lo hicieron confiando en las palabras de Dios que prometían la llegada de un Salvador.
La Biblia es necesaria para la salvación en este sentido: Uno debe leer el mensaje del evangelio en la Biblia por uno mismo u oírlo de otra persona
Hay otros puntos de vista que difieren de esta enseñanza bíblica. El inclusivismo es la noción de que la gente puede salvarse por la obra de Cristo sin que lo conozcan y confíen en Él, sino siguiendo simple y sinceramente la religión que conocen. Los inclusivistas a menudo hablan de “muchos caminos diferentes a Dios” aunque recalquen que personalmente creen en Cristo.
El universalismo es la noción de que todas las personas a la larga serán salvas. A la noción que se mantiene en este artículo, de que las personas no pueden ser salvas sin saber de Cristo ni confiar en Él, a veces se le llama exclusivismo (aunque la palabra en sí misma es desdichada porque sugiere el deseo de excluir a otros, y por eso no conlleva el tema misionero que es tan fuerte en el Nuevo Testamento).
¿Qué de los que no leen la Biblia? ¿Pueden ellos obtener algún conocimiento de Dios? ¿Pueden saber algo de sus leyes? Sí, sin la Biblia es posible algún conocimiento de Dios, aunque no sea conocimiento absolutamente cierto.
Las personas pueden obtener un conocimiento de que Dios existe y un conocimiento de algunos de sus atributos simplemente observándose a sí mismos y al mundo que los rodea. David dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Mirar el cielo es ver evidencia del poder infinito, sabiduría, e incluso belleza de Dios; es observar un testigo majestuoso de la gloria de Dios.
Incluso los que por su maldad suprimen la verdad no pueden evadir las evidencias de la existencia y naturaleza de Dios en el orden creado:
“Pero lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no lo honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido”, Romanos 1:19-21.
Las personas pueden obtener un conocimiento de que Dios existe y de algunos de sus atributos simplemente observándose a sí mismos y al mundo que los rodea
El hecho de que toda persona sabe algo de las leyes morales de Dios es una gran bendición para la sociedad, porque de no ser así, no habría restricción social al mal que la gente haría ni restricción alguna que brotara de su conciencia.
Debido a que hay algún conocimiento común del bien y del mal, los creyentes a menudo pueden hallar mucho consenso con los incrédulos en asuntos de la ley civil, las normas de la comunidad, la ética básica en los negocios y la actividad profesional, y en cuanto a patrones aceptables de conducta en la vida ordinaria.
El conocimiento de la existencia y carácter de Dios también provee base de información que permite que el evangelio tenga sentido en el corazón y mente del que no es cristiano; los incrédulos saben que Dios existe y que han roto sus normas, así que las nuevas de que Cristo murió para pagar por sus pecados les deben sonar como buenas nuevas.
Sin embargo, hay que enfatizar que la Biblia no indica en ninguna parte que las personas pueden conocer el evangelio, ni el camino de salvación, mediante tal revelación general. Pueden saber que Dios existe, que es su Creador, que le deben obediencia y que han pecado contra Él. Pero cómo podemos reconciliar la santidad y la justicia de Dios con su disposición a perdonar pecados es un misterio que jamás ha sido resuelto por ninguna religión aparte de la Biblia. Tampoco la Biblia nos da esperanza alguna de que un día pueda ser descubierto aparte de la revelación específica de Dios.
Es la gran maravilla de nuestra redención que Dios mismo abrió el camino de la salvación al enviar a su propio Hijo, que es a la vez Dios y hombre, para que sea nuestro representante y lleve la pena de nuestros pecados, combinando así la justicia y el amor de Dios en un acto infinitamente sabio y de gracia asombrosa.
Este hecho, que a los oídos del cristiano parece ser cosa de todos los días, no debería dejar de asombrarnos jamás. Jamás podría haberlo concebido el hombre aparte de la revelación especial y verbal de Dios.