El debate sobre el estilo musical en la iglesia es un tema recurrente en Latinoamérica. ¿Nuestras iglesias deben cantar himnos tradicionales o canciones contemporáneas? ¿El ritmo es un factor determinante para la reverencia? ¿Existen estilos musicales más «santos» que otros?
Sin embargo, estas preguntas, aunque válidas, pueden desviar la atención de lo que realmente importa en el canto congregacional: la edificación del cuerpo de Cristo y la centralidad de la verdad bíblica en nuestras canciones.
El principio bíblico de la edificación
El apóstol Pablo establece un principio clave para la vida en la iglesia: «Que todo se haga para edificación» (1 Co 14:26). Este mandato no está limitado a la predicación o la enseñanza, sino que también incluye la música congregacional. La edificación, en términos bíblicos, se refiere a fortalecer la fe de los creyentes, apuntándolos a Cristo y Su obra redentora. Si la música en la iglesia no edifica, pierde su propósito fundamental.
El autor Harold M. Best, en su libro Music Through the Eyes of Faith [Música a través de los ojos de la fe], nos recuerda que la música en sí misma no tiene una cualidad espiritual inherente. No hay géneros «santos» o «profanos»; más bien, el uso y el contenido de la música es lo que determina su idoneidad para la adoración. Esto nos regresa al principio bíblico de la edificación: el estilo musical debe estar subordinado a la capacidad de la letra de edificar a la congregación.
El estilo musical en su lugar correcto
A lo largo de la historia, la iglesia ha adoptado diversos estilos musicales para proclamar la verdad de Dios. Desde los cantos folklóricos de Oriente Medio (donde nació la iglesia) y los cantos gregorianos de la época medieval, hasta los himnos reformados y las canciones contemporáneas, el estilo musical de la iglesia ha ido evolucionando, pero su propósito sigue siendo el mismo: exaltar a Dios y edificar a Su pueblo.
Las canciones de la iglesia deben estar saturadas de la Palabra de Dios, para ayudar a la iglesia a meditar en Su verdad y a responder con fe
Es importante que nos demos cuenta de que el debate sobre el estilo musical no debe girar en torno a nuestras preferencias personales, sino en torno a lo que sirve mejor a nuestras congregaciones locales. Un estilo musical comprensible y accesible para la iglesia local permitirá que los creyentes participen activamente en la adoración. La clave es asegurarnos de que la música facilite, y no obstaculice, el canto congregacional.
En este sentido, cabe aclarar que, aunque no hay géneros musicales más santos que otros, hay algunos que sirven mejor al canto congregacional. Los estilos que son difíciles de cantar en comunidad, como el rap o el canto lírico de ópera, no son favorables para que la congregación se una a una sola voz. En general, aquellos estilos que tienen muchos saltos melódicos, síncopas impredecibles y un rango vocal muy extenso terminan distrayendo a las personas y desviando el canto congregacional de su propósito bíblico.
Bob Kauflin señala, en su libro Nuestra adoración importa, que la música debe servir a la letra y no al revés. Cuando el estilo musical se vuelve el centro de atención en lugar del mensaje que se canta, el propósito de la adoración congregacional se distorsiona. Por lo tanto, en lugar de preguntar: «¿Qué estilo prefiero?», los líderes de adoración debemos preguntarnos: «¿Qué estilo sirve mejor a mi iglesia para cantar con entendimiento y pasión?».
La centralidad de las letras
Si bien la música tiene un poder emocional innegable, la verdad expresada en las letras es lo que transforma los corazones. Por lo tanto, las canciones de la iglesia deben estar saturadas de la Palabra de Dios, para ayudar a la iglesia a meditar en Su verdad y a responder con fe y gratitud (Col 3:16).
La excelencia en la música congregacional no es la perfección técnica, sino una ejecución que dirige los corazones a Cristo sin distracciones innecesarias
Hay un grave peligro en poner demasiado énfasis en la experiencia emocional en el tiempo de adoración congregacional. Cuando el foco está en cómo nos hace sentir una canción en lugar de la verdad que proclama, corremos el riesgo de hacer de la música un fin en sí mismo en lugar de ser un medio para adorar a Dios.
Bob Kauflin advierte también contra el emocionalismo, donde la música se convierte en el centro de la adoración en lugar de Dios. La meta del canto congregacional no es provocar una experiencia subjetiva intensa, sino ser una respuesta a la verdad de Dios expresada en las letras que cantamos.
Redefiniendo la excelencia
La centralidad del mensaje que cantamos nos invita a reflexionar en la verdadera excelencia del ministerio de alabanza de una iglesia local.
Por lo general, la excelencia musical se define según estándares culturales: calidad de producción, perfección técnica y sofisticación del estilo. Pero desde una perspectiva bíblica, la excelencia no se trata de la complejidad musical o de impresionar a la congregación, sino de ser fieles en nuestro llamado a edificar y glorificar a Dios.
John Piper popularizó el concepto de undistracting excellence (excelencia que no distrae), explicando que la meta de la música en la iglesia no es llamar la atención sobre sí misma, sino facilitar la adoración sin ser un obstáculo. La excelencia en la música congregacional no es la perfección técnica, sino una ejecución que dirige los corazones a Cristo sin distracciones innecesarias.
Harold M. Best lo describe de una manera similar: «Excelencia es ser mejor de lo que yo era». No se trata de compararnos con otros músicos o iglesias, sino de una búsqueda constante de mejorar en nuestra habilidad para servir a nuestra congregación con humildad y fidelidad.
Una canción sencilla, bien cantada y con una letra rica en verdades bíblicas puede ser más excelente que una producción elaborada pero que nubla el mensaje del evangelio
La excelencia en la música congregacional no se mide solo por su ejecución técnica, sino por su capacidad de edificar al cuerpo de Cristo. Esto significa que una canción sencilla, bien cantada y con una letra rica en verdades bíblicas puede ser más excelente que una producción elaborada pero que nubla el mensaje del evangelio.
Aplicaciones prácticas para la iglesia
A la luz del principio bíblico de la edificación y de la centralidad de las letras por sobre la ejecución técnica, al elegir las canciones para la congregación, debemos preguntarnos: ¿Este canto comunica el evangelio con claridad? ¿Apunta a Cristo? ¿Es teológicamente sólido?
También te animo a enriquecer tu reflexión sobre la adoración en tu iglesia con los siguientes valores, que además puedes plantear como objetivos para tu ministerio.
- Ser sensibles a la congregación: Un estilo musical que enriquece la adoración en una iglesia local puede ser una barrera en otra. En vez de comparar tu ministerio con el de otros, debes priorizar la edificación de tus hermanos antes que tus preferencias personales.
- Recordar que la música es un siervo, no un maestro: No estamos llamados a adorar la música, sino a usar la música para adorar a Dios. Haz que el estilo musical sea un vehículo que resalte las verdades bíblicas que se cantan, porque ellas son las que realmente transforman vidas.
- Buscar la excelencia bíblica: En lugar de perseguir la perfección técnica a expensas de la participación congregacional, cultiva un tipo de excelencia que sirva a la iglesia y exalte a Cristo.
El debate sobre el estilo musical en la iglesia no es nuevo, pero debemos abordarlo con una perspectiva bíblica. La edificación de la iglesia debe ser la prioridad y el estilo musical debe estar al servicio de este propósito. La música es un don de Dios que, cuando se usa correctamente, puede fortalecer nuestra fe y glorificar Su nombre.
Nuestro objetivo es que nuestras iglesias canten con entendimiento, pasión y, sobre todo, con la verdad de Cristo en el centro.