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Recientemente tuve un intercambio con un joven plantador de iglesias que quería saber qué pensaba sobre la forma en que se abordan las necesidades de las mujeres dentro de su iglesia. Me dijo que estaba claro lo que se les permite hacer a las mujeres desde un punto de vista doctrinal, pero que no se sentía cómodo con el hecho de que su responsabilidad hacia las mujeres terminaba simplemente con identificar esa lista.

Le pedí que pensara en esa palabra: permitir. Es una palabra que las mujeres en entornos complementaristas escuchan con cierta frecuencia y la manera en que nuestros líderes masculinos la usan da forma a nuestra capacidad para contribuir a la vida de la iglesia. El reto para cualquier pastor sería considerar si está creando una cultura de iglesia que permite a las mujeres servir o una que invite a las mujeres a servir. Porque una cultura de permiso no garantizará que la complementariedad funcione como debería.

Considera la analogía del matrimonio. La mayoría de los pastores aconsejarían a un esposo joven que debe buscar a su esposa para mantener fuerte su unión, que debe estudiar sus necesidades y deseos, que debe celebrar sus fortalezas y encontrar formas de aprovecharlas para el bien de su matrimonio. Le daría una advertencia contra los peligros de la pasividad. Propongo que es necesario que el liderazgo masculino de las iglesias complementaristas tengan una conciencia similar. Una cultura de permiso puede comunicar pasividad y desdén a nuestras mujeres. Ellas anhelan ser buscadas para el servicio y la participación en la vida de la iglesia.

Las implicaciones negativas de una cultura de permiso se vuelven claras si las superponemos a otras áreas del ministerio. Imagina si cambiamos el lenguaje de búsqueda por el lenguaje de permiso en los boletines de nuestra iglesia:

  • Si necesitas comunidad, se te permite unirte a un grupo comunitario.
  • Si luchas contra la adicción, puedes ir a Celebrate Recovery (Celebra la recuperación).
  • Si estás interesada en servir, se te permite servir en el área de niños.

Ahora considera si aplicamos el lenguaje de búsqueda a la forma en que hablamos sobre los roles de las mujeres. Tendríamos que alterar nuestro hablar y nuestro pensamiento de manera bastante dramática.

  • Una cosa es decir que a las mujeres se les permite ser diaconisas y otra muy distinta es buscar activamente y poner a mujeres en ese rol.
  • Una cosa es decir que a las mujeres se les permite orar en la asamblea o dar anuncios y otra muy distinta es asegurarse de que tengan voz en la plataforma.
  • Una cosa es decir que a las mujeres se les permite enseñar a las mujeres y otra muy distinta es cultivar y celebrar deliberadamente sus dones de enseñanza.

No estoy segura de cuándo se volvió común hablar de “permitir” en lugar de “buscar” a las mujeres para servir, pero admito que me duele. Sí, hay un versículo muy usado en 1 Timoteo, pero es vergonzoso dejar que una sola aparición de un término domine nuestro lenguaje y práctica. Puede ser que el vocabulario de permiso persista debido al desafortunado estereotipo de mujer usurpadora que a veces subyace en el pensamiento complementarianista.

No puedo evitar reflexionar sobre lo distante que ese vocabulario está de las palabras de Adán en la creación de Eva: “Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Gn 2:23). Las palabras de Adán son un himno de acción de gracias, un reconocimiento gozoso de que ha llegado alguien cuyas contribuciones traerán la plenitud vital y necesaria a la imago Dei. Es un himno entonado no en el lenguaje de permiso, sino en el lenguaje de búsqueda.

Qué dulce es cuando una mujer con aparentes dones ministeriales no obtiene del liderazgo masculino un “Oh, no”, sino un “¡Por fin!”. Dios nos ayude a los complementarianistas si invertimos nuestras energías en marcar los límites de la pista de carreras pero nunca instamos ni equipamos a nuestras mujeres para que corran en ella. Tengo que pensar que los egalitarianistas se guardarían sus críticas si pudiéramos señalar a más mujeres dentro de nuestras filas que demuestren de manera convincente un valor igualitario y complementario en nuestras iglesias.

Las mujeres que prosperan en el ministerio pueden señalar no solo a las líderes mujeres que las afirmaron, sino también a los líderes masculinos que las defendieron y animaron. Ciertamente esa ha sido mi historia. Glenn Smith me pidió que pastoreara y enseñara a las mujeres aun antes de que supiera la profundidad de mi deseo de hacerlo. John Bisagno me afirmó y guió cuando no tenía idea de lo que estaba haciendo. Mark Hartman me enseñó la belleza de un ministerio bien dirigido. Matt Chandler y Collin Hansen me dieron voz. Todos los días durante 20 años, Jeff Wilkin me ha dado palabras de bendición y aliento total. Ojalá todas las mujeres de la iglesia conocieran tal gracia.

Esta es la sugerencia que le ofrecí a ese joven plantador de iglesias: ¿Deseas aprovechar el valor complementarianista de las mujeres en tu iglesia? No nos des la oportunidad de pedir permiso. Sal por delante de nosotras. Acércate a nosotras con lo que pretendes empoderarnos para hacer. Acaba con la cultura de permiso y disiparás el estigma de la sumisión. No somos usurpadoras, somos poseedoras de cada capacidad que te falta y las porristas de cada capacidad que posees.

Hermanos, no solo nos den permiso para servir en la iglesia. Búsquennos para eso.


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Una versión de este artículo fue publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido y adaptado por Equipo Coalición.
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