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Hoy más que nunca el matrimonio está bajo ataque del enemigo. A medida que nuestra sociedad se aleja cada vez más de Dios y de los patrones bíblicos, los efectos desastrosos de la decadencia moral y espiritual se reflejan en el matrimonio y en la familia. Es evidente que nuestro mundo necesita abrazar la verdad de que Dios estableció el matrimonio como la primera relación de pacto entre los seres humanos, modelo pactual que tenía la intención de perdurar en las generaciones futuras. Su Palabra declara que la esencia del pacto matrimonial es la unión entre un hombre y una mujer, quienes dejan el hogar de sus padres para formar el suyo (Gn 2:24).

Cuando pensamos en esto, debemos recordar que el matrimonio tiene la intención de reflejar la relación que existe entre Cristo y la iglesia (Ef 5:22-33). Los cristianos tenemos, en el pacto de Dios con nosotros en Cristo, el modelo que nos ayuda a vivir de acuerdo con el propósito divino en nuestros matrimonios. Por eso, en este artículo me gustaría centrarme en dos características inseparables de la relación de Dios y Su pueblo que pueden ayudarnos en la relación conyugal. Mi oración es que nuestros matrimonios sean un reflejo de nuestra relación con Dios.

1. Un pacto fundado sobre la fidelidad

La fidelidad es un elemento común en los pactos de Dios con Su pueblo. Desde el pacto con Adán hasta el Nuevo Pacto consumado en la obra de Cristo, Dios siempre requirió fidelidad y siempre mostró fidelidad. El pacto matrimonial nos da la posibilidad de reflejar la fidelidad inquebrantable de Dios. Cuando pensamos en no quebrar el compromiso de fidelidad mutua en el matrimonio casi siempre pensamos solo en no cometer adulterio, pero la fidelidad demanda más que eso.

El adulterio conyugal es equivalente a la idolatría en nuestro pacto con Dios, una comparación recurrente en el mensaje de los profetas del Antiguo Testamento (Jer 3:6-10; Ez 16). Hay muchas maneras en las que podemos cometer idolatría sin llegar a postrarnos ante una estatua o imagen. Cada pecado que cometemos demuestra que aún luchamos contra la idolatría, porque estamos amando otros placeres antes que al deleite que Dios nos ofrece. Ese pecado remanente en nosotros nos lleva a ser contrarios al pacto que tenemos con el Señor. Pero aún así, Él permanece fiel. Por eso damos gracias por la mediación de Cristo, nuestro perfecto sacerdote, en cuya sangre está fundado y asegurado este pacto (Heb 9:11-12).

El pacto matrimonial nos da la posibilidad de reflejar la fidelidad inquebrantable de Dios

Del mismo modo, podemos ser infieles a nuestro pacto matrimonial sin cometer un acto sexual, porque la fidelidad matrimonial no se reduce a la conducta sexual, sino que abarca todas las áreas dentro de la relación: la preferencia y la exclusividad mutua, el trato de cuidado y protección, y las demostraciones de amor y afecto.

El matrimonio también debe reflejar la relación de Cristo con Su iglesia. Por eso Pedro advierte que la esposa debe sujetarse al marido, a la vez que él debe tratarla con honra, como a un vaso más frágil (1 P 3:1, 7). Pablo también llama a las mujeres a someterse, como la iglesia está sujeta a Cristo, y a los hombres a tener el amor sacrificial que Cristo tiene por Su iglesia (Ef 5:24-25).

Si el propósito de nuestro matrimonio es reflejar nuestra relación con Dios, entonces la fidelidad en el matrimonio debe apuntar a reflejar la inmensa fidelidad de Dios para con Su iglesia.

2. Un pacto para toda la vida 

Captamos algo de la profundidad del matrimonio cuando entendemos la teología que se revela de manera progresiva en las Escrituras. No fue hasta el Nuevo Testamento, bajo el poder del Espíritu Santo, que los seres humanos empezamos a entender el verdadero propósito del matrimonio. Lo que comenzó a verse en Génesis en estado embrionario llega a su perfecto desarrollo en Cristo, relatado por la pluma del apóstol Pablo.

Dios dará la gracia y las fuerzas necesarias cada día para que el matrimonio cumpla con Su propósito

Pablo señala que el pacto matrimonial tiene la intención de ser el lugar donde los cónyuges modelan la misma relación que tiene Cristo con Su iglesia (Ef 5:31-32). Por esta razón, el divorcio no es una opción en el diseño y la intención original de Dios para el matrimonio, como tampoco es una opción que Cristo abandone a Su iglesia, ni que ella se pierda por su infidelidad.

Cuando Jesús estaba enseñando acerca del matrimonio, unos líderes de Israel usaron las palabras de Moisés para verificar la posibilidad del divorcio con demasiada liviandad (Dt 24:1). Jesús les respondió que «al principio no fue así» (Mt 19:8), pues Dios estableció el matrimonio como un compromiso para toda la vida. El divorcio existe por la dureza del corazón humano, pero la intención de Dios para el matrimonio es que sea un pacto para toda la vida, reflejando el amor eterno de Dios y de Cristo por Su pueblo.

A lo largo de la Biblia, Dios siempre fue fiel a Su pueblo y nunca lo abandonó, a pesar de sus infidelidades y pecados. De manera similar, Él espera que los cónyuges se comprometan para toda la vida y se esfuercen por la unidad de su matrimonio. Si es así, Dios se encargará de dar la gracia y las fuerzas necesarias cada día para que el matrimonio cumpla con Su propósito.

Un reflejo del amor de Dios

El pacto matrimonial es una bendición que Dios nos concede experimentar en la tierra. Este mundo caído y distorsionado por el pecado necesita que los cristianos modelen el amor de Dios a través de la belleza del matrimonio. No es sencillo pero, en Cristo, por el poder del Espíritu Santo y la Palabra, podremos mostrarle al mundo cuál es el diseño original de Dios y cuál es la relación de amor que ofrece para todos aquellos que se acercan en arrepentimiento y fe.

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