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Los pactos que aparecen en las Escrituras son esenciales para entender el desarrollo del plan de Dios y son un elemento unificador en la dirección de la relación de Dios con la humanidad. La palabra hebrea para “pacto” es berit, que deriva del verbo “unir”. En ese sentido, un pacto es entendido como un vínculo o un compromiso en donde las partes realizan tareas o favores que producirán un beneficio mutuo.

Dios es el creador y garante del pacto, y su pueblo —elegido soberanamente por gracia— es el beneficiario. El Señor lo muestra muy claramente, en repetidas veces, con las siguientes palabras: “Andaré entre ustedes y seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo” (Lv 26:12).

En la Biblia encontramos los siguientes pactos: el pacto de redención, el pacto de obras edénico, el pacto con Noé, el pacto con Abraham, el pacto mosaico, el pacto con David y el nuevo pacto. Sin embargo, aunque podríamos decir que se trata de diferentes pactos, en realidad se pueden dividir los pactos bíblicos en tres: el pacto de redención en la deidad, el pacto de obras con Adán y el pacto de gracia en sus diferentes manifestaciones.

El pacto de redención es quizás poco conocido, pero es fundacional. Este establece el compromiso divino desde la eternidad por nuestra salvación (Jn 6:37-40; 17:1-5; 2 Ti 1:9-10; Tit 2:1-3). Berkhof lo explica así: “El consejo de la redención es el fundamento firme y eterno del pacto de gracia. Si no hubiera habido un consejo eterno de paz entre el Padre y el Hijo tampoco hubiera convenio entre el Dios Triuno y los hombres pecadores. El consejo de redención hace que sea posible el pacto de gracia”.[1]

El pacto de obras establecido con Adán fue quebrado por nuestros primeros padres y dio lugar a la entrada del pecado (Ro 5:12). El pecado nos destituye de la gloria de Dios y nos incapacita para cumplir con las demandas de Dios. Este acto de desobediencia fue directamente en contra de Su gobierno y soberanía. Por esa razón, todo pacto está vinculado con el desarrollo, el establecimiento y el mantenimiento del Reino de Dios en diferentes periodos de la historia. Al demostrar nuestra ineptitud e incapacidad producto del pecado y nuestra rebeldía contra el Señor, Él ha establecido los pactos por su sola gracia para redimir a su pueblo. Sproul dice:

“El concepto de pacto es de vital importancia para nuestra comprensión del cristianismo bíblico. En última instancia, nuestra vida cristiana descansa sobre la fe y la confianza en una promesa: la promesa de Dios de redimirnos por medio de la persona y la obra del Señor Jesús. De un modo muy real, en términos del pacto, Dios nos ha dado su palabra”.[2]

A Adán se le ofreció vida eterna si es que obedecía de manera perfecta al Señor, pero no lo cumplió y la humanidad fue condenada. Esa es la razón por la que el pacto de gracia se establece bajo la promesa de salvación de la condenación a través de la obra redentora de Cristo. La incapacidad humana también se pone en evidencia debido a que todos los pactos después del de obras y antes del nuevo pacto fueron quebrantados en su momento por sus diversos beneficiarios. De allí, nuevamente, podemos distinguir que todos esos pactos posteriores a la caída están sujetos a la gracia y el poder de Dios.

Entonces, no debemos entender los diversos pactos como antagónicos u opuestos entre ellos. Por el contrario, son ellos justamente los que establecen el camino provisto por Dios para la redención de su pueblo que culmina en Jesucristo. La confesión de fe de Westminster lo explica de la siguiente manera:

“Por su caída, el hombre, se hizo a sí mismo incapaz de la vida mediante aquel pacto [de obras], por lo que agradó a Dios hacer un segundo pacto, comúnmente llamado el pacto de gracia, en el cual Dios, por medio de Jesucristo, ofrece gratuitamente la vida y la salvación a los pecadores… Este pacto [de gracia] fue administrado en diferentes formas en el tiempo de la ley y en el Evangelio… Por lo tanto, no hay dos pactos de gracia que difieran en sustancia, sino uno y el mismo bajo varias dispensaciones”.[3]

El hecho de que te encuentres con diferentes pactos que contienen diferentes estipulaciones no te debe hacer perder de vista que existe una unidad intrínseca entre ellos. Bavinck lo clarifica diciendo que, “en el Antiguo y en el Nuevo Testamentos, Cristo era y es la cabeza y la parte principal en el pacto de gracia, y a través de su administración llegó a los patriarcas y a Israel”.[4]

En conclusión, dado que el Señor es el originador y sustentador del pacto de gracia con su culminación en el nuevo pacto, podemos observar una línea ascendente que culmina con el cumplimiento de la obra redentora a través de la muerte sustitutoria de Jesús en la cruz, que dio paso al nuevo pacto y convirtió en obsoleto el pacto mosaico antiguo. Como señala el autor de Hebreos: “Pero ahora Jesús ha obtenido un ministerio tanto mejor, por cuanto Él es también el mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas” (He 8:6). En ese sentido, Cowan señala las diferencias fundamentales ante el cumplimiento definitivo en Cristo de la promesa de redención de la siguiente manera:

“A este nuevo pacto se lo diferencia del antiguo pacto mosaico y promete varias bendiciones que el anterior no podía proveer: la regeneración o nuevo nacimiento, el perdón completo de los pecados, un conocimiento íntimo de Dios y la seguridad de que este nuevo pacto es inquebrantable. Las promesas del nuevo pacto significan el cumplimiento de todos los propósitos redentores que Dios estableció en el pacto de gracia, que puso fin a la maldición de la caída y proveyó salvación completa para la raza humana… Desde luego, no todas las bendiciones del nuevo pacto se han concretado plenamente. La consumación definitiva aguarda el regreso de Cristo”.[5]

Podrías pensar que los pactos se diferencian por la ley del antiguo pacto y la gracia del nuevo pacto. Sin embargo, la justicia y la gracia de Dios son inseparables. Sproul afirma que la ira máxima de Dios no se manifestó en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo Testamento, porque en la cruz se derramó toda la implacable ira de Dios sobre Jesucristo. Pero Él venció la muerte y este acto se convirtió “en el ejemplo más claro en la Biblia de la gracia de Dios, porque su ira fue recibida por otro”.[6]

Todos los pactos se cumplen en Cristo, el Hijo de Dios [pacto de redención], hombre perfecto impecable [pacto de obras y con Noé], descendiente de Abraham [pacto abrahámico], cumplidor perfecto de la ley [pacto mosaico], Rey sentado sobre el Trono de David [pacto davídico]; nuestro gran Emanuel, Mesías, Salvador y Redentor [nuevo pacto], quien establecerá su reino eterno al final de los tiempos conforme a los propósitos de Dios establecidos y pactados por pura gracia desde la eternidad.


[1] Louis Berkhof. Teología sistemática, p. 323.
[2] RC Sproul. Todos somos teólogos, p. 130.
[3] Confesión de fe de Westminster. Cap. 7.3, 5, 6).
[4] Herman Bavinck, Reformed dogmatics, Sin and salvation in Christ. p. 225.
[5] Diccionario Holman, p. 1,173-4.
[6] Sproul. Op. Cit., p. 133.
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