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“Sin lugar a duda, el siglo XX nos ha convertido en profundos pesimistas históricos”. Así observó Francis Fukuyama en su influyente libro de 1992, El Fin de la Historia y el último hombre. ¿Qué pasó? La fe humanista del siglo XIX, en inevitable progreso moral, fue destruida en los campos de batalla de dos guerras mundiales catastróficas y en la crueldad brutal sin precedentes de las cámaras de gas de Hitler, los gulags de Stalin, y los campos de exterminio de Pol Pot, en Camboya. La historia parecía apuntar, no a una edad de oro de progreso moral y de iluminación, sino hacia una era de crueldad atroz, respaldada por desarrollos tecnológicos, que haría temblar a la imaginación moral.

Fukuyama demostró el fracaso de las “religiones históricas” como el marxismo, con su confianza en la victoria final del proletariado a través de la lucha de clases y la revolución. Su análisis del pesimismo histórico moderno fue correcto, al menos en este sentido, ya que los mitos seculares no fueron bien acceptados en el siglo XX, y la mayoría de los americanos contemporáneos contemplan el futuro con una mezclada de inquietud y de incertidumbre.

La cosmovisión cristiana se encuentra en total contraste tanto con la idea humanista del progreso como con el pesimismo secular moderno. En el centro de la cosmovisión cristiana se encuentra una esperanza enfocada en el gobierno y reino de Cristo, el reino que un día será revelado a todo el cosmos.

La comprensión histórica protestante de los dos estados de la obra de Cristo proporciona la base para una comprensión cristiana de la historia y del futuro. El estado de humillación de Cristo arraiga la historia en la obra redentora de Cristo, mientras que su estado de exaltación establece nuestra confianza en el futuro.

Para los cristianos, el futuro está garantizado por el seguro y cierto cumplimiento de las promesas de Dios, y la realización del reino de Cristo sobre todos los poderes en el cielo y en la tierra. De acuerdo con la fe histórico-evangélica, la exaltación de Cristo incluye su resurrección, su ascensión, su sesión con el Padre, y su retorno glorioso. Cada una de estas realidades representa un aspecto esencial del reino de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores.

Después de haber cumplido con su obra redentora, Cristo resucitó de entre los muertos por la voluntad del Padre. La cruz y la resurrección representan los acontecimientos centrales de la historia humana, y la resurrección de Cristo demostró el poder del Padre y su satisfacción por la perfecta obediencia del Hijo, obediencia hasta la muerte.

De manera similar, la ascensión anunció que la obra de Cristo se culminó —se cumplió totalmente— y por lo tanto el Hijo regresó al Padre. A pesar de que Cristo permanece espiritualmente presente entre su pueblo, no está corporalmente entre nosotros, pues ascendió hacia el Padre. Como Pedro predicó en el día de Pentecostés: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen” (Hechos 2:32-33).

El tercer aspecto, la sesión de Cristo con el Padre, apunta a la realidad actual de su reino y de su intercesión por los santos. Esta es una doctrina verdaderamente revolucionaria, porque a pesar de que el mundo parece ser un lugar de caos e incertidumbre para las personas seculares, los cristianos saben que Cristo está gobernando actualmente sobre la creación, pero a través de un reino velado.

Nuestra confianza está basada en el hecho de que, incluso ahora, Jesucristo reina sobre el orden creado y, lo que es más importante, sobre toda la humanidad. Por supuesto, este es un gobierno que está velado a los pecadores, incluso cuando es celebrado entre los creyentes por medio de la fe. Los cristianos podemos soportar dificultades, enfrentarnos al sufrimiento, y afrontar el reproche del mundo, todo mientras sabemos que estamos sirviendo al Rey, cuyo reino eterno un día será revelado a cada persona en el planeta.

Incluso ahora, Cristo está preparando un lugar para su pueblo (Juan 14:2-3) y preparando a la creación para su venida, un retorno en gloria, poder y fuerza. Este retorno será muy diferente a su humilde nacimiento en Belén. Mientras que su llegada a Belén fue conocida solo por unos pocos, su regreso será conocido por todos y anunciado a toda la creación. Este cuarto aspecto de la exaltación de Cristo, su regreso, nos recuerda que la historia se dirige, en efecto, hacia una meta definida. Por lo tanto, la venida de Cristo nos asegura que la historia tendrá un final definitivo con una demostración absoluta de la santidad, la justicia, y el amor redentor de Dios.

Francis Fukuyama observó los años tumultuosos y tortuosos del siglo XX y vio el fin de la historia. El cristiano está motivado por una comprensión muy diferente. El pasado, el presente, y el futuro encuentran su significado en la cosmovisión cristiana a la luz de la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte, y la tumba, y en su estado de exaltación que se manifestará plenamente en gloria real a su regreso victorioso.

La doctrina de la exaltación de Cristo no es meramente una cuestión de interés para teólogos académicos, es el fundamento de nuestra esperanza. En un sentido muy real, la exaltación de Cristo explica la razón por la cual los cristianos pueden afrontar la vida y la muerte con plena confianza. Esta es la clase de fe que llevaría al apóstol Pablo a declarar: “Para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia”. ¿Nos atrevemos a creer en menos?


Publicado originlamente en Ligonier. Traducido por Juana Gervais.
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