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“Imagina que no hay cielo, es fácil si lo intentas”, cantó John Lennon. “No hay infierno debajo de nosotros, sobre nosotros solo nubes”. La famosa canción continúa imaginando un mundo sin religión que divide, sin fronteras nacionales qué defender, y con la suposición de que esto daría lugar a la unidad y paz.

Aunque desear “que el mundo sea como uno” es bueno, es mucho mejor imaginar que hay un cielo.

Un lugar de felicidad santa

Si pudieras imaginar el cielo, ¿qué aspecto tendría?

Un antiguo profeta hebreo imaginó un lugar en el que un lobo y un cordero habitan juntos, con un niño dirigiéndolos. Un lugar sin dolor o destrucción, donde la paz reemplaza el miedo, donde los animales viven sin ser cazados y los niños juegan sin interrupción (Is. 11:6-9).

Otro escritor nos ayuda a imaginar una gran ciudad en la que cada edificio está cubierto de metales preciosos, las bebidas las paga la casa, y nadie experimenta llanto, dolor, o muerte. Un lugar sin fatiga ni enfermedad, donde la celebración sustituye la tristeza, con una arquitectura que nos deja sin aliento, y con puertas que nunca se cierran (Apoc. 21:1-4, 9-21). 

Las visiones son diferentes —un hermoso campo y una gloriosa ciudad— pero la realidad del placer ininterrumpido es el mismo. En estas imaginaciones, es imposible imaginar la felicidad del cielo sin imaginar también su santidad. Si el cielo no es un lugar santo, la gente todavía sufriría abuso, las puertas aún requerirían cerraduras, y los animales seguirían destruyéndose unos a otros.

No sería tan maravilloso, ¿verdad?

Comprender tu futuro, cristiano, comienza imaginando un lugar de alegría y placer ininterrumpidos por el mal y el pecado.

Aún no llegamos

Un lugar así nos permite admitir ciertas cosas.

En primer lugar, si el cielo existe, no estamos en él en este momento. El mundo que experimentamos se caracteriza por la vida y la muerte, el amor y el odio, la risa y el llanto, el baile y el luto, la paz y la guerra (Ecl. 3:1-8). Las interrupciones abundan y buenas cosas desaparecen. Así es el mundo, y así seguirá siendo. Ningún político carismático, nueva legislación, o fundación benéfica generosa podrán de manera absoluta librar al mundo de estas interrupciones.

En segundo lugar, si el cielo existe, no estamos listos para él. Si existen personas que nunca se han cansado o sentido débiles, o que siempre se llevan bien con los demás, nosotros no somos uno de ellos. Si existen personas que no tienen pensamientos violentos o actitudes de pereza, tú ni las conoces ni las has visto en el espejo. Experimentamos alegría, amor, y paz, pero también culpa, arrepentimiento, y miedo. Las interrupciones viven tanto dentro de nosotros, como fuera de nosotros.

Abrazar el evangelio nos despierta a la verdad de que no estamos aptos física o espiritualmente para experimentar lo que nuestro corazón puede imaginar.

Aptos para la gloria

El Señor Jesús dijo: 

“No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en Mí. En la casa de Mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también. Y conocen el camino adonde voy. ‘Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?’ Le dijo Tomás. Jesús le dijo: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí’”, Juan 14:1-6.

El evangelio literalmente significa “buenas noticias”. En estos versículos, Jesús trae buenas noticias a los corazones con problemas. Él afirma la realidad del cielo, confirmando que el deseo de nuestro corazón por un lugar de bondad y placer ininterrumpido no es una ilusión.

Jesús no solo le aseguró a la gente la realidad del cielo, sino que se presentó como el único que puede hacernos aptos para el cielo: el camino, la verdad, y la vida. A través de Él, nuestra pobreza espiritual puede ser intercambiada por sus riquezas espirituales, nuestras perspectivas limitadas y parciales por su verdad, nuestras limitaciones físicas por su vida eterna. La vida de Jesús sin pecado, muerte vicaria, y resurrección victoriosa son los medios por los cuales somos hechos enteros, y el mundo se hace nuevo.

¿Cómo podría Jesús decirle a Pedro que no estuviera preocupado inmediatamente después de decirle que iba a hacer algo que lamentaría por el resto de su vida (Jn. 13:38)? 

Experimentamos el evangelio cuando confiamos nuestra vida a Jesús como el único que puede hacer realidad nuestra imaginación y superar nuestras limitaciones al reconciliarnos con el Dios de la gloria y de la gracia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Dess Oyola.
Imagen: Lightstock
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