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Nota del editor: 

Este artículo es un resumen de las notas para este sermón predicado en la Iglesia Biblica del Señor Jesucristo (República Dominicana).

Debemos agradecer al Señor por permitirnos vivir en este tiempo de avances tecnológicos durante la pandemia, en el que las iglesias han podido mantener cierto tipo de contacto unos con otros y recibir la enseñanza de la Palabra en cualquier lugar donde se encuentren.

Sin embargo, algo tan bueno puede ser convertido en algo malo por nuestro pecado. En este caso, cuando queremos establecer una excepción como la regla. Me refiero al hecho de haber escuchado que algunos creyentes en diversos lugares se acostumbraron tanto a los cultos virtuales, que ahora no solo no añoran las reuniones presenciales, sino que sueñan con que la iglesia siempre sea virtual por las “comodidades” que esto brinda.

¿Por qué decimos que esto es malo? Porque la propia naturaleza de la iglesia implica reuniones e interacción presencial entre sus miembros.

Miembros de un cuerpo

La Biblia usa diferentes metáforas para referirse a la iglesia, y una de las más usadas es la de un cuerpo cuya cabeza es el Señor Jesucristo (1 Co 12:12-27; Ro 12:4-5). De hecho, el apóstol Pablo usó en sus cartas la palabra “cuerpo” más de 30 veces para ilustrar a la iglesia funcionando.

¿Qué enfatiza esta metáfora? Enfatiza que, aunque los creyentes somos muchos miembros diferentes y con diversas funciones, pertenecemos a una unidad como cuerpo.  De hecho, una unidad que carece de diversidad no será capaz de funcionar como un cuerpo orgánico (1 Co 12:19). Por tanto, tenemos la responsabilidad de usar nuestros dones sin importar que tan insignificantes puedan parecernos. Dios espera de cada miembro la misma fidelidad y rendimiento.

Aunque los creyentes somos muchos miembros diferentes y con diversas funciones, pertenecemos a una unidad como cuerpo

Al mismo tiempo, como miembros del cuerpo no somos independientes. Dependemos de la cabeza, quien es Cristo. Él es soberano y propietario de la iglesia. Él provee al cuerpo de todo lo necesario para subsistir (Col 2:19; Ef 4:15). Es en virtud de nuestra unión con Cristo que podemos crecer como cuerpo. Él es quien brinda simetría y dirección al cuerpo, capacitándolo para servirle y que le seamos útiles.

Pero no solo dependemos de Cristo. También dependemos de los demás miembros del cuerpo, pues tenemos con ellos una interrelación vital (1 Co 12:21). Cuando cada miembro de la iglesia emplea bien los dones que el Señor le ha dado, la iglesia funciona eficazmente para el bien de todos (Ef 4:15-16). Así que la interacción entre las partes del cuerpo es indispensable. La iglesia, como el cuerpo humano, es una unidad viva. Es un organismo y el bienestar o malestar de sus miembros afecta al todo (1 Co 12:26).

Por lo tanto, no tenemos la más mínima probabilidad de sobrevivir separados de la cabeza y de los demás miembros. Necesitamos desarrollar comunión con Cristo, y esto puede ser obvio para muchos. Pero de igual modo necesitamos desarrollar nuestra comunión con los hermanos. Es a través de ellos que Cristo suplirá lo que nos falta.

Nos necesitamos unos a otros

El deseo de independencia en los miembros es dañino, pues es contrario al verdadero cristiano. Lamentablemente, es fácil ser muy independientes cuando solo nos relacionamos virtualmente con los demás.

Así como cada uno de nosotros necesita de los demás miembros, los demás miembros también necesitan de nosotros. Es nuestra responsabilidad cumplir nuestra función en el cuerpo. Debemos estar comprometidos con el buen funcionamiento de toda la iglesia, ya que cuando nos negamos a ser parte de la vida de la iglesia, la estamos privando de aquello que Dios quiso darle a través de nosotros (1 Co 12:7).

La idea que el Señor tiene de su iglesia requiere la interacción y presencia física de sus miembros

Tristemente, el egocentrismo de nuestra época hace que muchos se acerquen a la iglesia como se acercan a un buffet: eligen lo que les gusta y desechan todo lo demás. Este egocentrismo lleva al hombre posmoderno a un fuerte individualismo, por lo que el concepto de ser parte de una comunidad (con todo lo que eso conlleva) es difícil de aceptar. Es la misma razón que lleva a una pareja a vivir juntos sin casarse, pues así ambos reciben los beneficios sin ningún tipo de compromiso.

Queremos escuchar buena predicación de la Palabra, participar del compañerismo de algunos y disfrutar las alabanzas de la iglesia (si ellas nos gustan, pues de lo contrario escuchamos solo el sermón). Todo ello sin comprometernos como miembros.

La visión de la Escritura es otra: cada creyente guarda una relación íntima con Cristo y los demás creyentes. Por eso se nos ordena amarnos unos a otros (Ro 12:10), edificarnos unos a otros (1 Ts 5:11), animarnos unos a otros (1 Tes 5:11), tener preferencia los unos por los otros (Ro 12:10), aceptarnos unos a otros (Ro 15:7), amonestarnos unos a otros (Ro 15:14), saludarnos unos a otros (Ro 16:16), servirnos unos a otros (Gá 5:13), sobrellevar las cargas los unos con los otros (Gá 6:2), y soportarnos unos a otros (Ef 4:21).

¿Se puede hacer todo eso efectivamente de manera virtual?

Es cierto que ningún creyente está obligado a ser miembro de una iglesia local en particular, pero todo creyente debe ser parte de un cuerpo local. Si su conciencia no le permite delante de Dios ser parte de un cuerpo específico, tiene la libertad y el deber de buscar a cuál cuerpo local quiere pertenecer. Lo que no es correcto es pretender ser miembro de un cuerpo y comportarse como si no perteneciera a él.

Lo virtual no se compara a lo presencial

Gracias a la tecnología, muchas iglesias han estado celebrando sus servicios por Internet, de manera virtual. Aunque esto puede ayudarnos en este tiempo, nunca podrá compararse a las reuniones presenciales. La idea que el Señor tiene de su iglesia requiere la interacción y presencia física de sus miembros, y muchos de los mandamientos “unos a otros” asumen el roce presencial de los hermanos y son difíciles de cumplir virtualmente.

Soñar con una iglesia virtual es fallar en entender la naturaleza de la iglesia

Además, lo virtual tiene complicaciones. Es más fácil distraernos con llamadas o mensajes, o poner el sermón en pausa para hacer otra cosa. Estamos acostumbrados a ver todo tipo de cosas por Internet solo para entretenernos. Corremos el peligro de olvidar qué significa reunirnos como pueblo para escuchar la voz de Dios a través de la predicación.

Soñar con una iglesia virtual es fallar en entender la naturaleza de la iglesia y lo que dice Hebreos 10:24-25: “Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros , y mucho más al ver que el día se acerca”.

Las Escrituras ordenan a cada creyente a que se involucre profundamente en la vida de los demás. Si no consideramos o planeamos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, y hacerlo de todo corazón, entonces estamos desobedeciendo al Señor. Necesitamos a los demás para crecer como Dios espera y para vencer el pecado, y es muy difícil hacer esto virtualmente.

Aprecia la reunión presencial de tu iglesia

Sabemos que hay hermanos con condiciones particulares de fragilidad (ancianos o con condiciones médicas previas) que los lleva a ser prudentes y no exponerse mientras exista, temporalmente, un serio riesgo de contagio. Sin embargo, es lamentable oír de algunos creyentes que van a sus trabajos, al supermercado, o salen de sus casas para hacer diligencias, pero dicen no asistir a la iglesia por la pandemia. Ese cuidado selectivo puede denotar una condición peligrosa del corazón.

Hay hermanos en diferentes partes del mundo que se reúnen clandestinamente sabiendo que ponen en juego sus vidas, mientras muchos de los que viven en países donde hay libertad de culto escogen las reuniones virtuales. Y conocemos a hermanos y familias que cada domingo manejan una hora o más con tal de congregarse en una buena iglesia, en lugar de conformarse con ver los cultos por Internet.

Menospreciar la importancia de ser dependiente de una iglesia local no está en armonía con la mente y el corazón de Dios

Así que una cosa es reunirnos virtualmente por razones de salud, y otra muy diferente por comodidad. Menospreciar la importancia de ser dependiente de una iglesia local no está en armonía con la mente y el corazón de Dios. Es por eso que me encantó una carta que el pastor Gerson Morey envió a su iglesia, donde decía:

“Extraño los abrazos, los saludos, las conversaciones, las bromas, y todo lo que hacemos juntos. Es lo que el salmista describía: ‘Habitar los hermanos juntos en armonía’ (Sal 133:1). Ese día será hermoso, como cada domingo o cada vez que nos reunimos…

Las llamadas, los mensajes de texto, los saludos por las redes, y las reuniones por Google Hangouts son una gran herramienta; pero nunca reemplazarán los saludos, los abrazos, el café, el gozo y la emoción que experimentamos al estar presentes.

Hablar en persona con los hermanos es un suceso sin comparación. Esa sensación de pertenencia, de bienestar, de comodidad que se siente cuando estamos juntos son privilegios de los que la tecnología no dispone. Los abrazos son experiencias extrañas para nuestros teléfonos. El toque personal y la mirada a los ojos son eventos únicos e irremplazables”.

Somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Por lo tanto, vivamos de acuerdo a esta verdad. Solo así la iglesia de Cristo crecerá saludablemente.

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