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Hace unos días envié una carta a mi iglesia local en medio de la pandemia de Covid-19. He decidido compartirla aquí esperando que pueda ser de ánimo y aliento para quienes, como yo, extrañan profundamente poder congregarse con el pueblo de Dios.


Iglesia querida, los extraño ¡Y solo ha pasado una semana! Extraño las visitas de los hermanos aquí en casa, escucharlos y compartir con ustedes. Creo que es justa, legítima, y razonable esta sensación que tengo.

Me explico. Pienso en la sabiduría y bondad de Dios; cuando nos salva nos hace parte de una comunidad con la que, a pesar de ser distintos, tenemos mucho en común. Es más lo que nos une con otros creyentes, que aquello que nos une con nuestros familiares no cristianos.

Tenemos el mismo Padre, Salvador, Espíritu, y la misma esperanza. Somos salvos por la misma sangre y estamos camino al mismo destino eterno. ¿Cómo no necesitarnos y anhelarnos los unos a los otros si Dios une nuestros corazones?

Ya tengo esta nostalgia fraternal futura: nostalgia, porque es una sensación de pena por la lejanía, la ausencia, y la privación de alguien; fraternal, porque es a mis hermanos a quienes extraño y anhelo; es futura, porque esperamos reunirnos pronto, en el futuro.

Nostalgia fraternal futura. Estoy seguro de que ustedes también la tienen. No veo la hora para estar otra vez con los hermanos. Ya imagino cómo será ese primer día del reencuentro para cantar y celebrar a nuestro Salvador.

Extraño los abrazos, los saludos, las conversaciones, las bromas, y todo lo que hacemos juntos. Es lo que el salmista describía: “Habitar los hermanos juntos en armonía” (Sal. 133:1). Ese día será hermoso, como cada domingo o cada vez que nos reunimos. Pero con un valor agregado: La nostalgia. Será después de días, semanas y quizá meses sin habernos visto y saludado.

Las llamadas, los mensaje de texto, los saludos por las redes, las reuniones por Google Hangouts son una gran herramienta; pero nunca reemplazarán los saludos, los abrazos, el café, el gozo y la emoción que experimentamos al estar presentes.

Hablar en persona con los hermanos es un suceso sin comparación. Esa sensación de pertenencia, de bienestar, de comodidad que se siente cuando estamos juntos son privilegios de los que la tecnología no dispone. Los abrazos son experiencias extrañas para nuestros teléfonos. El toque personal y la mirada a los ojos son eventos únicos e irremplazables.

Pero ese día llegará. Anhelo el calor, la voz, y el aroma de Cristo que siento con el saludo de mis hermanos; cuando nos juntamos, nos amamos, nos soportamos, nos perdonamos, reímos y nos animamos.

¡Cuánto anhelo mi iglesia!

Tengo una nostalgia fraternal futura por ese día que vendrá. Los extraño mis hermanos.

— Pastor Gerson

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