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“Cuando corro, siento el placer de Dios”.

Esas fueron las memorables palabras del corredor olímpico cristiano Eric Liddell (1902-1945), por lo menos como es representado en Chariots of Fire (Carros de fuego), la película ganadora del Oscar de 1981 que contó su historia.

Tal vez has escuchado esta frase inspiradora en relación a tu llamado en la vida. ¿En cuál vocación sientes el placer de Dios? ¿En qué papel u ocupación cumples tu existencia? Sin embargo, teniendo en mente los últimos descubrimientos de investigación, podría ser interesante presentarle a Liddell el descubrimiento relativamente reciente de las endorfinas, y preguntarse cuánto influyeron ellas en su sensación del placer de Dios como corredor.

Mi experiencia como corredor aficionado es que no tienes que ser un profesional para “sentir el placer de Dios” en y debido al intenso ejercicio físico.

Dios hizo las endorfinas para ayudarnos a sentir su gozo.

La gracia de Dios en el ejercicio

Dios nos hizo para movernos, y para hacerlo vigorosamente. Y formó nuestros cerebros para recompensar y reforzar el movimiento físico. Moverse con regularidad se ha dado por sentado a lo largo de la historia, pero las innovaciones y el progreso aparente de la vida moderna han hecho más típico tener un estilo de vida sedentario. Nunca ha sido tan necesario volver a introducir lo obvio acerca del ejercicio como lo es hoy en día, no solo por la salud terrenal, sino por el bien de la solidez y fortaleza espiritual.

La palabra endorfinas es simplemente una forma abreviada del término “morfina endógena”. En otras palabras, se trata de productos químicos similares a la morfina que se originan dentro de nuestros cuerpos. “Inhiben la transmisión de señales de dolor; también pueden producir una sensación de euforia”. Y son un regalo de Dios, puesto allí por Él para llevarnos a sí mismo.

No fue sino hasta 1974 que dos grupos independientes descubrieron y documentaron por primera vez esta bondad divina escondida discretamente en el interior del cerebro humano. Las endorfinas, y su efecto de placer corporal, inconscientemente inclinan a los humanos hacia ciertas actividades, como a la risa a carcajadas o a la comida picante. Pero en particular, la más notable y discutida es la relacionada con el “ejercicio aeróbico vigoroso”. Así escribe John Piper en When I Don’t Desire God (Cuando no deseo a Dios),

“Los breves períodos de entrenamiento intenso, al igual que las sesiones prolongadas de ejercicios aeróbicos, aumentan los niveles de sustancias químicas en el cerebro, como las endorfinas, adrenalina, serotonina, y dopamina, que producen sensaciones de placer” (203).

Y la búsqueda santa del placer es, sin tener que apenarnos al decirlo, un tema de interés cristiano a lo largo de las páginas de la Escritura, y aun más agudamente en las palabras de Cristo mismo.

Por la alegría en Dios

¿Has considerado seriamente cómo el ejercicio físico puede ser un medio, entre otros, de salud espiritual y alegría?

Dios hizo nuestros cuerpos con una conexión enigmática a nuestras almas. La manera en que Dios mueve nuestras almas en la alabanza y en la meditación de la Biblia a menudo tiene efectos tangibles e impredecibles en nuestros cuerpos. Y lo que comemos y bebemos y cómo dormimos afecta en nuestro cuerpo físico el nivel de contentamiento del alma. Según el profesor David Murray: “El ejercicio y los patrones de descanso adecuados generan un aumento de energía del veinte por ciento en un día promedio, mientras que ejercitarse de tres a cinco veces a la semana es casi tan efectivo como los antidepresivos destinados para la depresión leve a moderada” (Reset, 79).

Dios no solo tiene la intención de que disfrutemos de los beneficios a largo plazo del ejercicio físico regular, sino también los efectos inmediatos que refuerzan y dan energía a nuestras emociones cuando lo hacemos. Y tener nuestras almas felices en Dios (con el poco suplemento que podemos obtener del ejercicio) es la manera principal de luchar y derrotar las seductoras mentiras del pecado. El autor y pastor Gary Thomas testifica: “Comprender que mi cuerpo es un instrumento de servicio a Dios me renueva la motivación a cuidarlo mejor, de frente a mis ansias y flojera” (Every Body Matters [Cada Cuerpo Importa], 20).

Por amor a los demás

Pero el ejercicio físico regular no solo puede ayudar nuestra búsqueda personal de gozo en Dios, y nuestra lucha contra el pecado que destruye el gozo, sino que también nos aleja del enfoque en nosotros mismos, y de preparar nuestros corazones para satisfacer las necesidades de los demás. No soy solo yo quien se beneficia del ejercicio que es verdaderamente cristiano, sino también mi familia, mis vecinos, mi iglesia, mis compañeros de trabajo, y cualquier otra persona que Dios pone en mi vida para bendecirla en palabra y hecho. Como Piper explica en otro lado:

Hoy en día, mi motivo principal al hacer ejercicio es pureza y productividad. Por pureza me refiero a ser una persona más amorosa (como dijo Jesús, “ama a tu prójimo”, Mateo 22:39). Por productividad me refiero a lograr mucho (como dijo Pablo, “abundando siempre en la obra del Señor,” 1 Corintios 15:58)… En resumen, tengo una sola vida para vivirla por Jesús (2 Corintios 5:15). No quiero desperdiciarla. Mi enfoque no es principalmente alargarla, sino maximizar la pureza y la productividad aquí y ahora.

Precisamente porque “somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:10), queremos cultivar nuestros cuerpos de manera que sean una ayuda, en lugar de un obstáculo, en la causa del amor. Queremos que nuestros cuerpos sean una ayuda, no un objeto neutral, en prepararnos para sacrificar nuestras propias comodidades para hacer el bien a los demás, en el hogar y en todo el mundo.

Por el gozo propio de Dios

Sin embargo, el ejercicio no solo puede contribuir a la matriz de nuestra alegría, y al hacerlo, prepararnos para satisfacer las necesidades de los demás; lo que pasa sin decirse muy a menudo es que glorificar a Dios con nuestros cuerpos no se trata principalmente de lo que no hacemos. Es fácil centrarse en los muchos actos inicuos de los que debemos abstenernos, pero glorificarlo a Él en nuestros cuerpos es ante todo una búsqueda y oportunidad positiva. Y así como en la parábola de los talentos, nuestros cuerpos son regalos dados por Él con el propósito de crecer y desarrollarse, no para enterrarlos y dejarlos que pierdan fuerza.

Dios no se opone a nuestra existencia corporal; tampoco es que no le interese. Él está a favor del cuerpo. “El cuerpo es… para el Señor, y el Señor es para el cuerpo” (1 Corintios 6:13). Y no solo está a favor del cuerpo en esta era, sino también en la que viene. El siguiente versículo dice: “Y Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros mediante Su poder” (1 Corintios 6:14).

La creatividad y brillante gloria del diseño de Dios en el cuerpo humano no se descartará en la segunda venida de Cristo. Nuestro futuro es corpóreo. La teología cristiana fiel no disminuye la importancia de nuestros cuerpos, sino que la aumenta en el diseño creativo de Dios del cuerpo, su afirmación continua de él, su promesa de resucitarlo, y su llamado para usarlo.

Siente su placer

Lo que la Biblia dice del ejercicio no es: “la vida es corta; déjate llevar”. Por el contrario, con la verdad revelada por Dios resonando en nuestros oídos, decimos: “la vida es demasiado corta como para no aprovechar el cuerpo que Dios me dio”. Nuestra tarea en esta edad es un vapor. Somos “un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece” (Santiago 4:14). Hay demasiado en juego, y nuestros días son muy pocos como para cojear en el camino por no aprovechar nuestros cuerpos (de la manera que podamos) como el regalo de Dios que son.

Únete a mí en aprender lo que es sentir el placer de Dios.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Neftalí Ramírez
Imagen: Lightstock
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