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Fui abusada en una iglesia, pero ahora amo la Iglesia

La membresía de la iglesia a veces se ve con escepticismo, incluso por los creyentes. La idea de comprometerse con un cuerpo eclesiástico y someterse a su liderazgo puede parecer anticuada, o incluso opresiva y peligrosa, particularmente para aquellos que han sido lastimados por una iglesia. Pero Cristo quiere que la iglesia local sea un consuelo y un medio de gracia para todos los creyentes, incluso aquellos que, como yo, han sido víctimas de abuso en la iglesia.

ABUSADA POR LA IGLESIA

Durante mis veintes fui miembro de una iglesia que tenía un liderazgo abusivo. Esta iglesia sectaria enseñaba que solo nosotros, los 50 que éramos, entendíamos las verdades de las Escrituras. Solo se nos permitía leer los escritos del pastor, y la “madurez espiritual” se medía por la asistencia fiel a los cinco servicios semanales. Los que dejaban la iglesia eran etiquetados como “no creyentes” y se convertían en el objeto de chismes. El pastor enseñaba un evangelio distorsionado, y decía que cuando una persona aceptaba que necesita un salvador, podía continuar viviendo como quisiera. La salvación se reducía a un simple cambio de opinión, sin ninguna expectativa de que un verdadero cristiano progresaría en santidad. Como resultado de este evangelio distorsionado, muchos miembros de la iglesia no eran salvos o andaban en rebeldía constante, lo que le daba al pastor la libertad de pecar contra ellos sin censura. Era dictatorial, manipulador, y espiritualmente abusivo.

Estas enseñanzas y prácticas no bíblicas tomaron un giro personalmente devastador cuando el pastor de la iglesia comenzó a acosarme sexualmente y abusar espiritualmente de mí. Mi juventud, la ignorancia de la Biblia, y la inestabilidad emocional causada por el pecado me convirtieron en un objetivo. Al igual que las “mujeres débiles” en 2 Timoteo 3:6, estaba “cargada de pecados y llevada por diversas pasiones”. A través del abuso de poder y la perversión de las Escrituras, el pastor me convenció de que Dios me lo había dado a él, y que eventualmente tendría que consentir a sus avances sexuales. Como resultado, llegué a creer que si alguna vez dejaba la iglesia, Dios me mataría o me haría perder la razón. Este acoso y abuso continuó durante los siguientes 10 años.

A través de una serie de eventos milagrosos, el Señor me libró de esta iglesia sectaria y su pastor abusivo, y me llevó a una pequeña iglesia bautista reformada. Fue en esta iglesia local que escuché el verdadero evangelio por primera vez. Allí el Señor me salvó, y allí fui bautizada y me hice miembro. Durante los últimos veinticinco años, el Señor ha continuado sosteniéndome a través de iglesias locales que tienen estructuras bíblicas y liderazgo piadoso. Hoy soy miembro de una iglesia así, donde incluso he servido en el personal durante los últimos 11 años.

LA IGLESIA LOCAL, EL ABUSO, Y LA MISERICORDIA DE CRISTO

Cuando comparto mi testimonio, a menudo me preguntan: “¿Cómo es que entraste por la puerta a otra iglesia, y aún más, te hiciste miembro?” Y: “Como víctima de abuso pastoral, ¿cómo puedes someterte al liderazgo masculino dentro de la iglesia?”. Mi recuperación del dolor de la iglesia y el abuso pastoral sigue en curso. El tiempo y la distancia no son la cura para todas las heridas. Incluso escribir este artículo es difícil. Pero ciertas verdades bíblicas me han permitido abrazar la belleza del diseño de Dios para la iglesia y crecer en sumisión a su liderazgo imperfecto pero humilde.

Cristo es la cabeza de la iglesia

Mi habilidad para ser miembro de una iglesia y someterme a un liderazgo piadoso se basa en esta preciosa verdad: Jesucristo es la cabeza de la Iglesia (Ef. 1:22-23). No he sido llamada a someterme a las demandas pecaminosas de un pastor abusivo. En cambio, soy llamada a someterme a Cristo: a quién es Él, a lo que ha hecho por mí, y a la manera en que me ha llamado a vivir.

Reflexionar sobre el carácter del Salvador y conocer su gran amor por mí me permite confiar en Él mientras lo obedezco.

En contraste con el pastor que abusó de mí, Cristo es completamente santo y completamente bueno (1 Jn. 1:5). Cristo nunca me maltratará ni me acosará. Más bien, Él me ama tanto que dio su vida para salvarme (Jn. 10:11). Y como cabeza de la Iglesia, Cristo me ha ordenado que viva mi vida en una comunidad de iglesia, sometiéndome a sus líderes piadosos (Heb. 10:25, 13:17). Los recuerdos de mi abuso en el pasado podrían hacer que este mandato parezca imposible de hacer, incluso cruel. Pero reflexionar sobre el carácter del Salvador y conocer su gran amor por mí me permite confiar en Él mientras lo obedezco.

La Iglesia y sus líderes son dones de Cristo para los creyentes

Alguien que ha sido lastimado por su iglesia puede tener dificultades para verla como algo bueno, lo que sin duda se entiende. Pero las Escrituras nos enseñan que Cristo tiene la intención de que las iglesias locales y su liderazgo sean un regalo para cada creyente (Ef. 4:8-16). La iglesia es el lugar principal donde los creyentes van a recibir la Palabra predicada, tomar la Cena del Señor, y ser bautizados. Es donde los creyentes viven y ponen en práctica los mandamientos de “unos a otros” en las Escrituras; es donde nos regocijamos y lloramos juntos, donde ayudamos con sus cargas a otros, y donde nos animamos y construimos. La iglesia local es donde los miembros se arrepienten y se perdonan unos a otros como han sido perdonados (Ef. 4:32). Y, si es necesario, la iglesia es donde los miembros en pecado no arrepentido experimentan la gracia de la disciplina de la iglesia (1 Co. 5:1–13).

El liderazgo de la iglesia es también un regalo de Cristo a los creyentes. Cristo protege gentilmente el liderazgo de la iglesia de tener hombres no calificados y abusivos en el liderazgo. ¿Cómo lo hace? Al exigir que los líderes modelen la piedad y ejerzan bien la autoridad (Tit. 1:5–8, 1 Ti. 3:1–7, 1 Pe. 5:1–4). Cristo puede santificar y preservar a los hombres en liderazgo para que puedan cumplir con estos requisitos. ¡Los pastores del personal con los que sirvo te dirían que están lejos de ser perfectos! Pero se arrepienten y sigo viéndolos crecer en humildad y santidad.

Sufrí terriblemente en esa iglesia sectaria, pero he prosperado como miembro de una iglesia saludable y bajo el cuidado de un liderazgo bíblico.

En estos días, regularmente se descubren abusos horribles por parte de los líderes de la iglesia. Estos abusos son vergonzosos y deben ser tratados severamente por la iglesia y las autoridades gubernamentales correspondientes. Qué consuelo saber que Jesús mismo les da a los líderes de la iglesia un estándar más alto (Stg. 3:1), y que Él es el vengador cuya ira algún día vendrá contra todo el pecado cometido por líderes abusivos en la iglesia (Ro. 12:19).

La iglesia es el regalo de Cristo para mí

Si bien es cierto que sufrí terriblemente en esa iglesia sectaria y de la mano de su pastor abusivo, también es cierto que he prosperado como miembro de una iglesia saludable y bajo el cuidado de un liderazgo bíblico. He experimentado sanidad emocional y espiritual a través de la fiel predicación, enseñanza, y consejería de la iglesia. Y a través de las amistades forjadas en la iglesia he sido edificada, reprendida, desafiada, y transformada para parecerme más a Jesús. En la iglesia me han animado a usar mis dones de enseñanza y consejería, y es donde he encontrado la oportunidad de usarlos en el servicio a los demás. Y, como mujer sin hijos, es en la iglesia donde Cristo me ha dado más hijos espirituales de los que podría haber tenido biológicamente. Me habría perdido todos estos dones si, por desobediencia, hubiera rechazado a todas las iglesias debido a mi experiencia en una abusiva.

Cristo es la cabeza de la Iglesia, y nos ha dado a la Iglesia y a su liderazgo como dones para todos los creyentes, incluyéndome. Conocer estas verdades me libera para amar a mi iglesia, someterme alegremente a su liderazgo, y prosperar bajo su cuidado. No debo permitir que mi dolorosa historia me informe sobre Cristo o su Iglesia. En cambio, mi dolorosa historia tiene que ser informada por el buen carácter de Cristo y por sus propósitos para su Iglesia. Las cosas que sufrí en esa iglesia sectaria no fueron buenas, pero cuando las veo a la luz de estas gloriosas verdades, puedo ver con ojos de fe cómo Dios las usa todas para mi bien (Ro. 8:28).


Publicado originalmente en For the Church. Traducido por Equipo Coalición.
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