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Todos los cristianos hemos escuchado del éxodo de Israel, pero seguramente no hemos pensado mucho en su relevancia para nuestra vida cristiana.

¿Qué tiene que ver el éxodo con nosotros y con Jesús? Resulta que mucho.

El éxodo de Jesús

Alistair Roberts y Andrew Wilson, a través de su nuevo libro Echoes of Exodus (Ecos del éxodo),[1] nos ayudan a ver el tema del éxodo en toda la Biblia. Empiezan con la metáfora de las Escrituras como música. En esa música, los ecos del éxodo resuenan a lo largo de toda la Biblia y encuentran su punto culminante en la persona y obra de Cristo.

Y esta conclusión no es solo teológica. Es algo que sale del texto:

“Y de repente dos hombres hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías, quienes apareciendo en gloria, hablaban de la partida de Jesús que Él estaba a punto de cumplir en Jerusalén”, Lucas 9:30-31.

La palabra traducida “partida” aquí es la palabra que se usaba para referirse al éxodo del Antiguo Testamento (cp. Ex. 19:1 en la septuaginta y Heb. 11:22). Así que Lucas quiere que pensemos en la partida de Jesús como un éxodo.

Examinemos un poco más lo que esto quiere decir considerando de manera muy breve cómo se escuchan algunos ecos del éxodo a lo largo de toda la Palabra.

Conexiones con el éxodo

Al examinar el Antiguo Testamento, vemos que hay una conexión estrecha entre Moisés y Josué. Moisés guía al pueblo en el éxodo y Josué es su sucesor (Jos. 1:17). Moisés envía a doce espías para reconocer la tierra prometida (Nm. 13) y Josué envía a dos espías para hacer lo mismo (Jos. 2). Los israelitas, bajo el liderazgo de Moisés, cruzan el Mar Rojo (Ex. 14). Luego cruzan el río Jordán bajo el liderazgo de Josué (Jos. 3).

Hay muchas más conexiones entre Moisés y Josué, pero estos ejemplos te dan la idea.

Igual pasa con Elías y Eliseo. En su ministerio se escuchan claramente ecos del éxodo, especialmente en la forma en que imitan los roles de Moisés y Josué. Como Moisés parte el Mar Rojo, Elías divide el río Jordán (2 R. 2). Josué parte el río Jordán y también lo hace Eliseo (2 R. 2). Así notamos que el río Jordán funciona como un punto de transición en el liderazgo del pueblo de Israel. Las riendas del liderazgo pasan de Moisés a Josué, y luego de Elías a Eliseo.

Hay una libertad gloriosa para todos aquellos que ponemos nuestra fe en el Cordero de Dios.

Ahora, ¿qué tiene que ver esto con Jesús? Cuando leemos los Evangelios, vemos claramente una conexión entre Juan el Bautista y Elías. Juan viene “en el espíritu y el poder de Elías” (Lc. 1:17) y también se viste de una manera que nos recuerda a Elías (Mt. 3:4). Desde esta óptica, Jesús es el nuevo y mejor Eliseo, y el nuevo y mejor Josué (su tocayo en griego). Jesús recibe su comisión pública para el ministerio en el Jordán (que nos recuerda a Eliseo y a Josué) cuando pasa por sus aguas en el bautismo.

Ecos en el monte

Si entendemos estas conexiones, no es de sorprenderse que Moisés y Elías se aparezcan en el monte de transfiguración (Lc. 9). Representan la ley y los profetas al testificar de la superioridad de Jesús.

Las palabras del Padre, “Este es Mi Hijo, Mi Escogido; oigan a Él” (Lc. 9:35), nos permiten escuchar el eco de las palabras de Moisés en Deuteronomio 18:15: “Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el SEÑOR tu Dios; a él oirán”.

Aunque Moisés y Elías hicieron maravillas y reflejaron la gloria de Dios, Jesús revela la gloria de Dios perfectamente porque comparte su esencia y gloria (Jn. 1:1, 14, 17). Moisés pudo ver las “espaldas” del Señor (Ex. 33:23), pero los discípulos vieron el “rostro” glorioso de Jesús (Lc. 9:29).

Ecos en el desierto

Jesús también representa perfectamente al pueblo de Israel. Como el pueblo estuvo en el desierto cuarenta años, Jesús estuvo allí cuarenta días (Mt. 4). El pueblo, a pesar de tener todo lo necesario, pecó. Jesús, en cambio, venció las tentaciones de Satanás en ayunas.

Jesús también hizo milagros para proveer pan y pescado para las personas (Mt. 14) de manera similar a la que el Señor en el Antiguo Testamento dio pan y codornices (Éx. 16). Nuevamente, podríamos contemplar mucho más ejemplos, pero estos son suficientes.

Ecos en la última cena

A veces olvidamos que la última cena fue la Pascua, la fiesta judía que celebraba el éxodo. En esa cena, Jesús y sus discípulos practicaron un rito antiguo, pero Jesús le dio un significado nuevo. Él alza el pan y lo parte: “Tomen, coman; esto es Mi cuerpo” (Mt. 26:26). Bendice la copa y dice: “Beban todos de ella; porque esto es Mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt. 26:27-28).

Si bien la vida cristiana debe ser cruzcéntrica, también podríamos añadir que debe ser moldeada por el éxodo.

El eco de la protección de la sangre del cordero en el éxodo resuena de manera climática, de “una vez para siempre”, en la sangre derramada del Cordero de Dios (Jn. 1:29), nuestro sacrificio pascual (1 Co. 5:7).

El éxodo en la vida cristiana

Ahora, con este contexto, podemos responder la pregunta, ¿por qué es importante el éxodo para los cristianos? Dejemos que Alistair Roberts y Andrew Wilson lo resuman:

“Todo esto indica que el éxodo de Jesús no se trata solo de su muerte, como la palabra partida podría sugerir, sino que se trata de su gloria, autoridad, revelación, vida, muerte, resurrección y ascensión. Jesús no solo se va. Él empieza un éxodo: un escape esperado por mucho tiempo de la tierra de esclavitud a un mundo nuevo que fluye con leche y miel, en el cual los amos de esclavos se arrojan y se ahogan en el mar, pero la multitud de la fe, tanto judíos como gentiles, encuentran la libertad”.[2]

¡Así es! Hay una libertad gloriosa para todos aquellos que ponemos nuestra fe en el Cordero de Dios. Roberts y Wilson mencionan que concebimos la vida cristiana de muchas formas, pero verla como un éxodo, como ya te podrías imaginar, es valioso:

“Éramos esclavos. Éramos esclavos al pecado, a la muerte, al miedo, a la carne y al diablo. Pero justo en el momento apropiado, Dios nos rescató. Él derrotó a nuestro enemigo y nos redimió con la sangre de su Hijo, nos llevó por las aguas del bautismo, nos unió a Él mismo, nos dio a su Espíritu para guiarnos y nos proveyó todo lo que necesitamos. Él hizo todo esto, no para que hiciéramos lo que quisiéramos, sino para que hiciéramos lo que Él quiere. Y Él nos está llevando hacia una nueva creación de resurrección y victoria, leche y miel”.[3]

Podemos encontrar este tema del éxodo en los lugares menos esperados: en Romanos, en Gálatas, y en Hebreos, por mencionar solo tres cartas en las cuales se escuchan los ecos del éxodo. Podemos crecer como lectores de la Biblia si escuchamos con atención.

De la misma forma que los israelitas fueron rescatados para servir a Dios (Éx. 10:26), nosotros somos rescatados para servirle (Ro. 6). Los israelitas necesitaban recordar el éxodo y nosotros también. Tenerlo en mente nos ayuda a regocijarnos más en la Santa Cena, al escuchar la melodía, la armonía, y el ritmo de la música de la redención.

Si bien la vida cristiana debe ser cruzcéntrica, también podríamos añadir que debe ser moldeada por el éxodo. Te invito a meditar en estas verdades y empezar un recorrido nuevo a través de la Palabra de Dios, pero esta vez con los oídos más afinados para escuchar los ecos del éxodo.


[1] Alistair Roberts y Andrew Wilson, Echoes of Exodus: Tracing Themes of Redemption through Scripture (Wheaton, IL: Crossway, 2018).

[2] Ibid., 133. Las traducciones son mías.

[3] Ibid., 142–43.


Imagen: Lightstock.
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