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No uses el pecado en las Escrituras para excusar tu pecado

Al momento de escribir este artículo, llegó el otoño, junto con la fogata anual del vecindario. En medio de conversaciones sobre el comienzo de la escuela y la situación económica de las familias, alguien lamentó la situación de los líderes espirituales que han caído. La avalancha de noticias generaba una sensación de opresión.

Una voz interrumpió: «¿Pero no es bueno saber que no estamos solos, que otros también se equivocan? Encuentro más solidaridad cuando Jonás huye de Dios que cuando hace las cosas bien».

Este proverbio cultural no es nuevo. Hace casi trescientos años, el puritano Thomas Brooks en su obra Remedios preciosos contra las artimañas del diablo, advirtió que Satanás merodea como un león que ruge, deseoso de «hacer a todos los demás eternamente miserables consigo mismo» mediante artimañas engañosas que incitan al pueblo de Dios a pecar (ver 1 P 5:8). Una de esas artimañas consiste en glorificar las malas acciones de los héroes del Antiguo Testamento, permitiendo que nos adormezcan en la complacencia espiritual.

Brooks explicó que debemos estudiar detenidamente la cronología completa del pecado y el arrepentimiento de los santos si queremos resistirnos al pecado. Las Escrituras declaran no solo la falta moral, sino también la gravedad del pecado, el peso del sufrimiento del pecado, la humildad del arrepentimiento y la belleza del perdón.

Cuatro remedios

Brooks proporcionó cuatro remedios para cuando nos perdemos la historia más verdadera de las Escrituras sobre el pecado y el arrepentimiento.

Remedio 1: Cuenta toda la historia

Recordamos el adulterio y el asesinato cometidos por el rey David, pero ¿recordamos sus súplicas por purificación (Sal 51:2)? Nos identificamos con la impaciencia de Job, pero ¿también con su arrepentimiento en polvo y ceniza (Job 42:6)? Bromeamos con el discurso impulsivo de Pedro, pero ¿hemos olvidado las amargas lágrimas que le siguieron (Lc 22:62)?

Recordamos el adulterio y el asesinato cometidos por el rey David, pero ¿recordamos sus súplicas por purificación?

Brooks señala que el Espíritu Santo ha mostrado con todo detalle cómo los santos cayeron en pecado y cómo salieron de él a través del arrepentimiento. Estos hombres lamentaron sus pecados y se encomendaron a la misericordia de Dios.

Con demasiada frecuencia, volvemos los ojos hacia el pecador y su pecado y nos olvidamos del Dios que saca al pecador del pecado. ¿Dónde están tus ojos cuando lees las historias de los santos de la Biblia? Levántalos más arriba, hacia el Dios que lleva a Su pueblo al arrepentimiento.

Remedio 2: Cuenta el final de la historia

David pareció inmune al veneno del pecado durante una temporada, pero Dios, misericordioso, lo hizo sentir enfermo por ello mediante el discurso de Natán (2 S 12:1-13). Pablo declaró que había hecho lo que no quería, pero dio gracias a Dios porque lo libraba de la carne por medio de Cristo (Ro 7:15, 24-25).

Porque confiamos en Cristo, el pecado ya no gobierna nuestras identidades ni nuestros corazones. Pablo nos ordena considerarnos «muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Ro 6:11). Aunque todavía pecamos, no hacemos del pecado un oficio, no lo convertimos en un acontecimiento feliz, voluntario y regular. Debido a la vida resucitada de Cristo, tenemos una nueva vida, lo que conlleva nuevas identidades (v. 4).

Al igual que los santos de las Sagradas Escrituras, podemos caer. Pero nos levantamos gracias al arrepentimiento, para que, en palabras de Brooks, «podamos mantenernos siempre cerca de Cristo».

Remedio 3: Declara el peso de la disciplina del pecado

No todo sufrimiento se debe a nuestro pecado. Pero podemos estar seguros de que, si Dios nos ama y se deleita en nosotros, nos disciplinará (Pr 3:11-12). Las Escrituras nos muestran que la disciplina es dolorosa y fructífera (He 12:11).

Cuando Dios expulsó a Adán y Eva del jardín del Edén, los protegió para que no tomaran del Árbol de la vida y vivieran para siempre en su condición de pecadores condenados (Gn 3:22-23). Cuando el hijo de David enfermó, pidió la gracia de Dios hasta que su hijo murió; entonces entró en la casa del Señor y adoró, y así fue restaurado (2 S 12:20). Cuando Jesús miró a Pedro después de su negación, la culpa abrumó a Pedro y este rompió en llanto (Lc 22:61-62).

Somos como estos santos. Es fácil para nosotros considerar nuestro pecado como algo inofensivo y sin importancia ante la disciplina piadosa. Hacemos caso omiso de las Escrituras y esperamos que Dios vea el «corazón» que hay detrás, como si esto de alguna manera nos eximiera de actuar correctamente. Olvidamos que el pecado es anarquía, injusticia y obra del diablo (1 Jn 3:4, 8; 5:17). Olvidamos que, a causa de nuestras transgresiones e iniquidades, Cristo fue traspasado y aplastado, al morir como un criminal en una cruz (Is 53:5; Fil 2:8).

La disciplina piadosa nos recuerda lo ofensivo de nuestros pecados y la bondad de nuestro Salvador. Aun así, nunca debemos separar la disciplina de Dios y los pecados de los santos del pasado. Como nos recordó Brooks: «Si pecas con David, ¡debes sufrir con David!».

Remedio 4: Declara el “por qué”

¿Por qué Dios ha querido hablarnos de la caída de Sus santos? Podemos abrir nuestras biblias y leer relatos fielmente registrados de defectos y equivocaciones. Brooks sugiere que hay dos razones.

En primer lugar, para evitar que nos hundamos bajo el peso de nuestros pecados, como recordatorio de que no estamos solos. ¿No necesito saber también que Dios eligió a personas imperfectas que lo necesitaban? ¿No me reconforta saber que los gigantes que aparecen en Hebreos 11 fracasaron en el camino? Este remedio toma el proverbio cultural que invita a la complacencia ante el pecado y lo altera; ahora invita a la humildad y al arrepentimiento.

En segundo lugar, como advertencia. Brooks nos recuerda que Dios no registró las faltas de Sus hijos para incitarnos a pecar. Más bien, lo hizo para que examinemos seriamente nuestros corazones, veamos la maldad del pecado y nos aferremos firmemente a Cristo.

Dios no registró las faltas de Sus hijos para incitarnos a pecar, sino para que examinemos seriamente nuestros corazones

¿Acaso nos recuerda los fracasos de los demás para que normalicemos nuestros propios pecados y luego los trivialicemos? Desde luego que no. Cuando oímos hablar del pecado de los santos, se supone que debemos ser prudentes. Debemos lamentar su pecado y observar cuidadosamente su respuesta. Somos testigos de sus lágrimas, disciplina y oraciones. Luego vemos cómo Dios intercambia Su belleza por las cenizas de ellos, todo para Su gloria (Is 61:3). Recordamos que Él también puede hacer esto por nosotros.

Una historia más verdadera

Con demasiada frecuencia, dejamos incompletas las historias de los santos de las Escrituras; tenemos que terminarlas. Sus historias incluyen pecado y arrepentimiento, fracaso y sufrimiento, necesidad y dependencia de Dios para obtener el perdón.

Amigos, no luchamos solos contra las artimañas de Satanás ni con nuestras propias fuerzas. Luchamos con toda la historia de la salvación grabada en nuestras mentes y en nuestros corazones: la historia que declara a Jesús victorioso sobre cada pecado que cometemos; la historia que declara a Cristo resucitado como nuestra sabiduría, justicia, santificación y redención (1 Co 1:30); la historia que nos llama a no jactarnos en santos imperfectos o en nuestra pecaminosidad, sino en el Señor (v. 31). La esperanza es que suframos como estos santos, nos arrepintamos con ellos, encontremos el perdón con ellos, no que pequemos como ellos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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