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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro El origen y el triunfo del ego moderno: Amnesia cultural, individualismo expresivo y el camino a la revolución sexual (B&H Español, 2022), por Carl R. Trueman.

Nuestra respuesta a los principales problemas de nuestros días, particularmente aquellos asociados con el movimiento LGBTQ+ y sus demandas, no puede aislarse del marco más amplio de la anticultura en la que vivimos. No podemos aceptar despreocupadamente el divorcio sin culpa (en el que con demasiada frecuencia somos participantes dispuestos), por ejemplo, y luego quejarnos de que Obergefell redefinió el matrimonio. Para abordar los síntomas adecuadamente, necesitamos detenernos a pensar firmemente sobre las causas, sus ramificaciones más amplias y nuestra relación como cristianos con ellas.

El argumento de este artículo tiene algunas consideraciones para la discusión cristiana de los problemas LGBTQ+ en términos del contexto social y político más amplio en el que ocurren.

1) Las dos implicaciones claves del debate

La primera es que estos debates no son principalmente sobre el comportamiento sexual. Ciertamente, el comportamiento sexual es algo por lo que los cristianos deberían preocuparse. La Biblia enseña que el cuerpo tiene un uso sexual apropiado, y enseña que el sexo tiene un significado particular. Usar el cuerpo sexualmente de manera inconsistente con su propósito y participar en actividades sexuales que no reflejen el propósito bíblico del sexo es incorrecto y debe ser claramente confrontado como tal por la iglesia en su enseñanza y en su aplicación de esa enseñanza.

Sin embargo, la discusión LGBTQ+ es mucho más profunda que eso porque se conecta con asuntos de identidad, de quiénes creemos que somos en el nivel más básico. Y el problema es que el individualismo expresivo, manifestado como identidad sexual, es la forma en que el mundo nos moldea a todos.

La segunda implicación es que la realidad y el poder de esta configuración no deben subestimarse, y necesitamos entendernos a nosotros mismos como profundamente sujetos a ella. Nuestros imaginarios sociales como cristianos son a menudo muy poco diferentes que los de la cultura que nos rodea. Podemos caer fácilmente en el uso de categorías que en realidad son engañosas y que militan en contra de la claridad en cuestiones clave.

2) El peligro de incurrir en categorías engañosas

Un profesor irlandés en mi escuela primaria solía contar este chiste: un rabino estaba vagando por las calles de Belfast tarde una noche y fue confrontado por un miembro armado de una de las organizaciones paramilitares locales. «¿Eres católico o protestante?», preguntó el hombre armado. «Soy judío», respondió el rabino. «Bueno, ¿eres un judío católico o un judío protestante?», fue la respuesta. Ahora, esto puede no ser tan divertido como una broma, pero establece un punto importante: las sociedades tienen categorías para pensar sobre las personas y la identidad, y un problema real ocurre cuando esas categorías simplemente no son adecuadas o apropiadas.

La iglesia necesita hacerse una pregunta clave sobre la identidad sexual: ¿son las categorías que la sociedad ahora prioriza en realidad las que son apropiadas? Si la taxonomía pos-Freud representada por el acrónimo LGBTQ+ se basa en un error básico de categoría (que el sexo es identidad), ¿no deberían los cristianos participar en una crítica exhaustiva de tal y negarse a definirse dentro de su marco? De hecho, hay evidencia que sugiere que la concesión de las categorías conduce a una confusión desafortunada.

Por ejemplo, en junio de 2019, la editorial cristiana Zondervan lanzó un libro con el título Obediencia costosa: Lo que podemos aprender de la comunidad gay célibe. Dejando de lado las preguntas que actualmente se agrupan en torno a la legitimidad o no de la noción de «cristiano gay célibe», lo que es más interesante es el lenguaje del «costo» que se está utilizando. Solo en un mundo en el que los yo son típicamente reconocidos o validados por su sexualidad y su realización sexual, en el que estas cosas definen quiénes son las personas en un nivel profundo, el celibato puede considerarse realmente costoso.

Además, solo en un mundo en el que las identidades sexuales, y específicamente las identidades sexuales no heterosexuales, disfrutan de un caché cultural particular, el celibato de un grupo en particular será designado como de alguna manera especialmente duro o sacrificial. La moral sexual cristiana tradicional exige el celibato para todos los que no están casados y la castidad para los que lo están. Estrictamente hablando, no es más costoso o sacrificial para una persona soltera no tener relaciones sexuales con alguien que para una persona casada ser fiel o no visitar clubes de striptease y prostitutas, o en todo caso, para una persona no robar la propiedad de otra o calumniar el buen nombre de alguien.

Sin embargo, ese no parece ser el caso precisamente por cómo el Sittlichkeit —o marco moral—, de nuestra cultura ha sido tan moldeado por el triunfo de lo erótico y el vuelco correlativo de las costumbres sexuales tradicionales. Abstenerse del sexo en el mundo de hoy es sacrificar el verdadero yo tal como lo entiende el mundo alrededor. Es pagar el precio de no poder ser quien uno realmente es. Y eso es, por lo tanto, costoso, pero solo desde una perspectiva moldeada por una aceptación acrítica e irreflexiva de las categorías de identidad sexualizada derivadas de Freud.

3) La realidad de que la sociedad puede moldear nuestra visión

Ahora, para ser claros, el hecho de que la revolución sexual sea históricamente única en la forma en que presiona la sexualidad como fundamental para la identidad de una manera sin precedentes en el pasado no hace que las cuestiones de identidad y deseo que plantea de alguna manera sean menos reales. Para comprender esto es importante la visión del filósofo Charles Taylor, extraída de G. W. F. Hegel, de que lo que somos es un diálogo entre nuestra autoconsciencia y el mundo que nos rodea. El deseo que tienen los seres humanos de pertenecer, de ser reconocidos, de ser auténticos es informado por el Sittlichkeit de la sociedad en la que vivimos.

El entorno externo es crítico, y los deseos que este entorno crea pueden ser novedosos y muy reales. La persona que nunca se separa de su iPhone bien podría hacer fila fuera de la tienda a una hora temprana para obtener el último modelo el día en que se lanza. La misma persona, sin duda, experimenta angustia y frustración si su teléfono se descompone o si la red no está disponible por alguna razón. Tanto el deseo de un iPhone como el sentimiento de frustración cuando se le priva del mismo, son reales, a pesar de que habrían sido desconocidos para alguien en la década de 1960, y mucho menos en la década de 1460.

La naturaleza humana puede no cambiar en el sentido de que siempre estamos hechos a imagen de Dios, pero nuestros deseos y nuestro profundo sentido de nosotros mismos son, de hecho, moldeados de manera profunda por las condiciones específicas de la sociedad en la que realmente vivimos.

Que los iPhones no estuvieran disponibles para Shakespeare no hace que los deseos asociados con ellos sean de alguna manera imaginarios. Cuando aplicamos esto a la revolución sexual, debe quedar claro que en la era en la que vivimos, se nos enseña a ser auténticos de tal manera que la identidad, el reconocimiento y la pertenencia ahora están profundamente conectados con los deseos sexuales que tenemos y la forma en que los expresamos.

Por ejemplo, no es una sorpresa que el número de niños y adolescentes que informan disforia de género haya crecido rápidamente en los últimos años. Esto no significa necesariamente que durante siglos haya habido un número significativo de personas transgénero que no han podido expresarse, como tampoco el rápido aumento de las ventas de teléfonos inteligentes en la última década indica que un gran número de personas en generaciones anteriores vivieron vidas de inautenticidad porque no pudieron publicar trivialidades sobre sus vidas en la web mientras viajaban al trabajo o estaban sentadas en la sala de espera en el consultorio del médico. Pero no nos permite descartar estos sentimientos como irreales en la forma en que existen hoy.

¡Continuará…!

Todo esto hace que la tarea de la iglesia sea extremadamente difícil en este momento porque el marco para la identidad en la sociedad en general está profundamente arraigado, es poderoso y fundamentalmente antitético al tipo de identidad promovida como básica en la Biblia. No será una respuesta suficiente o efectiva a los desafíos del día simplemente aprobar resoluciones o adoptar declaraciones sobre síntomas aislados. La iglesia tiene que abordar los asuntos que la revolución sexual y el individualismo expresivo plantean de una manera mucho más exhaustiva.


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